El histórico acuerdo de la XXXI Conferencia de las Naciones Unidas sobre el cambio climático, denominada Cumbre del Clima, celebrada en París desde el 30 de noviembre al 11 de diciembre de 2015, y ratificada la pasada semana por 195 países, pretende que la temperatura del planeta quede muy por debajo de los dos grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales, a finales de siglo.
En el texto aprobado se reconoce que el cambio climático representa una urgente e irreversible tarea de la humanidad y que el planeta requiere la cooperación de todos los países y la participación efectiva de los responsables internacionales con el objetivo de acelerar la reducción del calentamiento global por las emisiones de gases a la atmósfera.
Pero este hecho no aparece aislado, pues la preocupación por la sostenibilidad y el medio ambiente lleva ya tiempo en las agendas de los organismos internacionales y de los sindicatos y organizaciones ciudadanas. Así, por ejemplo, la creciente atención a las cuestiones de consumo sostenible es el resultado natural de décadas de trabajo sobre producción más limpia y sistemas industriales ecoeficientes, representando la etapa final de una progresiva ampliación de los horizontes de la prevención de la contaminación que ha pasado de un enfoque en los procesos de producción, a los productos (diseño ecológico para reducir los impactos de productos), y luego a los sistemas producto (incorporando la logística del transporte, recogida y reutilización de componentes o materiales de reciclaje), y con la ecoinnovación (nuevos productos y sistemas producto diseñado para soluciones beneficiosas para las empresas y el medio ambiente) (PNUMA, 2002). Con la acción centrada en el consumo se ha puesto de manifiesto la necesidad de abordar la creación de nuevos sistemas de producción y sistemas de consumo que sean verdaderamente sostenibles, tanto desde el punto de vista medioambiental, como desde el económico. Estos sistemas podrían mejorar la calidad y equidad de la existencia cultural, social y física para todo el mundo.
Un reciente documento de trabajo del Fondo Monetario Internacional (Eyraud et al. 2011) se refiere la inversión verde como "la inversión necesaria para reducir los gases de efecto invernadero y las emisiones contaminantes a la atmósfera, sin reducir significativamente la producción y consumo de bienes no energéticos". Abarca la inversión pública y privada. Y fija tres componentes principales de la inversión verde: alimentación de baja emisión de energía (incluida la energía renovable y los biocombustibles), la eficiencia energética (en sectores consumidores de energía y suministro de energía), y la captura y secuestro de carbono (incluyendo la deforestación y la agricultura).
Todo lo anterior nos lleva a entender mejor el enorme desafío global que tiene el sindicalismo ante el cambio climático, pues como dijeron hace poco Phillip Jenning y Sharan Burrow, desde la Confederación Sindical Internacional (CSI), no habrá empleo en un planeta muerto. Es preciso comprender que el calentamiento global es una nueva "guerra de clases", en la que las personas más pobres del mundo están pagando un alto precio para producir carbón para los más ricos. Si la lucha climática no se fusiona con la lucha por los derechos de los trabajadores y trabajadoras más pobres del mundo, serán ellos los que correrán íntegramente con el gasto del cambio climático.
Un caso claro es Bangladesh, que es considerado uno de los países más vulnerables ante este fenómeno. Y a su vez, es donde las corporaciones globales invierten con fuerza en sus vulnerables mercados, para aprovechar el poder adquisitivo de su creciente población de clase media, lo cual aumenta su exposición a riesgos extremos. Es allí donde la mano de obra barata de los talleres textiles, de los que se alimentan las principales marcas de ropa del mundo, proviene de las zonas inundadas rurales por los fenómenos meteorológicos derivados de este cambio climático.
Que el calentamiento global está teniendo un gran impacto en la gente trabajadora es evidente. El Ciclón Phailin, golpeó a la India en octubre de 2013, y el Ciclón Mahasen a Bangladesh y Birmania en mayo de 2013. Ante estos fenómenos, la respuesta de los sindicatos mundiales debe ser la de lanzar campañas de acción contra el cambio climático y conseguir una transición justa centrada en la capacitación, el empleo y la tecnología. Una de las mayores amenazas es el desplazamiento climático de los trabajadores. En África ya está ocurriendo. Según los informes disponibles en la CSI, una pequeña inversión en energías renovables e industrias relacionadas, podría crear decenas de millones de puestos de trabajo y salvaguardar industrias del acero, el hormigón y el aluminio limpiándolos.
Es importante que en el 1º de mayo, Día Internacional del Trabajo, los sindicatos pongan en valor su papel principal de capacitar a las personas para trabajar. Antes de la conferencia de París, Sharan Burrow reclamaba una movilización para lograr un ambicioso acuerdo global sobre el Cambio Climático. Este acuerdo ya se ha alcanzado, con todos sus defectos y limitaciones. Ahora es el momento de la acción sin descanso, pues para los pobres no hay un planeta B.