Nueva polémica. Y, por cierto, capaz de generar crispación en las redes sociales: ese particular cajón en el que cabe todo, en el que cada alma se crece y es capaz de mover masas con un sencillo clik. Esta vez vino de la mano del reconocimiento, vía nota de prensa, del gasto de 165.000 euros para adquirir una de las estatuas expuestas por Elena Laverón. Evidentemente las críticas no tardaron en llegar. Son críticas fáciles, porque en este país hablar de arte y saber ponerle un precio respetado resulta imposible. Aquí somos capaces de bajarnos los pantalones por las inversiones en arte de otras ciudades, pero flagerlarnos si es nuestro propio Ayuntamiento el que decide hacer ese gasto.
Sí. Lo reconozco. Es lo más sencillo del mundo levantar a las masas diciendo que los peperos se gastan 165.000 euros de nuestras arcas municipales en una estatua mientras hay tanto paro y tanta pobreza que atajar. Son argumentos que no hace falta ni publicitarlos porque todos le daremos la razón. Pero el problema de raíz no es la estatua de Laverón, ni los 165.000 euros ni la forma tan infantil y torpe que ha elegido el Ayuntamiento para justificar el gasto, diciendo que Laverón es una pedazo de artista (¿alguien lo duda?) y que hubo un acuerdo plenario en el que, por unanimidad, se decidió dedicar una estatua a la solidaridad. Que torpes. Esta vez se han superado.
Aquí la clave está en que llevamos demasiado tiempo tapando las heridas con tiritas inservibles y corremos el riesgo de que al final la sangre nos salpique demasiado. En este pueblo hay gente que lo está pasando realmente mal. Hay familias que están al límite, que no tienen trabajo ni expectativas de tenerlo, que tienen que recurrir a la caridad y que no pueden dar una vida digna a sus niños. Esos pequeños están creciendo con un retraso que les llevará a ser incapaces de alcanzar a sus compañeros, con lo cual estamos creando una generación de gente que tenderá a chocarse de forma aún más brutal con una sociedad que le cerrará las puertas, en la que no encontrarán empleo y en la que tendrán que vivir de Planes y de ayudas. De ahí llegaremos a una tercera generación imposible de ser rescatada y que además vendrá marcada por problemas igual de graves que no tener algo que llevarse a la boca, creándose una fragmentación de tal tipo que nos causará, no un quebradero de cabeza, sino un auténtico riesgo social.
Si a la estatua por la solidaridad de Laverón le añades los millones gastados en puentes, rotondas, más monumentos a todo aquel o aquella que gustó al PP por lo que fuera, estudios que quedaron en un cajón... mientras la pata social está cada vez más carcomida tenemos un único resultado: crispación, crítica, polémica y protesta. Ceuta tiene que tener su fondo artístico, debe cuidar a sus genios locales, debe invertir en estas áreas pero nunca debe descuidar lo que verdaderamente importa y que hasta ahora ha ido resquebrajando poco a poco, repartiendo subvenciones sin saber a dónde iban a parar, festejando el inicio de obras a la par que pedían votos. La culpa no la tiene Laverón, ni su arte, ni los 165.000 euros. La tiene lo que hubo antes y lloraremos después.