Por desgracia, ya a casi nadie le resultan novedosas las imágenes de miles de personas arriesgando sus vidas ( otras muchas perdiéndolas sin remedio), con el único afán de poder pisar tierra europea, convertida de la noche a la mañana en la nueva tierra prometida, y poder así hallar un lugar seguro donde vivir.
Los hemos podido ver con todo lujo de imágenes y encuadres televisivos; hombres, mujeres y niños, empujados por la pobreza unos, por la guerra, la opresión y el terror otros, que se encaminan hacia una Europa indolente, atenazada por sus miedos y contradicciones. A pesar de lo doloroso y duro que a menudo suele ser escuchar los testimonios de los afectados, o lo crudo de algunas de esas imágenes, resulta todo ello, a mi modo de ver, ineludible y necesario; nunca deberíamos cansarnos de ver el drama ajeno, porque suele ser el germen de otro gran problema: la indiferencia.
Para vacunarse contra ese desapego malsano resulta una herramienta fundamental la educación, pero una educación en valores, que trate de comprender al otro y que permita poder ponernos en su lugar. Y eso es precisamente lo que consigue el libro que se propuso comentar en el CLUB DE LECTURA, de la Biblioteca Pública del Estado en Ceuta, para nuestra reunión mensual. Se trata de la novela "Me llamo Suleiman" (Anaya, 2014) del escritor, traductor y profesor Antonio Lozano, y que con ocasión de la celebración del Día de África viajó hasta nuestra ciudad , permitiendo así que pudiéramos debatir con él los distintos aspectos de su obra. También pudimos contar en esta reunión del Club, con la presencia de un numeroso grupo de residentes del CETI, alguno de los cuales ofreció sus reflexiones a los allí presentes.
Lozano, como escritor, posee ya una larga trayectoria novelística donde África siempre ha estado muy presente ("Harraga", "Donde mueren los ríos", "El caso Sankara", "Las cenizas de Bagdad", etc), y quizás se deba a que , según sus propias palabras, se siente una persona de las dos orillas. Nació y vivió en Tánger, estudió Magisterio en Granada y trabajó en Oujda y Nador. Actualmente ejerce como profesor de francés en el Instituto Joaquín Artiles de Agüimes en Canarias.
En "Me llamo Suleiman", nos narra en primera persona (lo que favorece sin duda que nos identifiquemos con el protagonista), la historia de un adolescente maliense que decide dejar su pueblo de Bandiagara, sus padres y amigos para aventurarse en un penoso viaje a través del desierto del Sahara hasta llegar a la frontera de Melilla. Allí, tras intentar saltar la valla fronteriza, es rechazado y abandonado a su suerte por los marroquíes en medio de la nada, en pleno desierto y en la frontera con Argelia. A punto de morir es rescatado por unos saharaouis, consiguiendo más tarde regresar a su país. En Bamako es acogido por Aminata, una infatigable mujer que tutela una organización que pretende reinsertar a los retornados. Malviviendo gracias a extenuantes trabajos de precaria remuneración, harto de estar rodeado de miseria, de una vida sin expectativas, se lanza de nuevo a tratar de alcanzar su ilusión de viajar a España, pero esta vez por la ruta del mar, embarcado en un cayuco atestado de personas que, al igual que él, van persiguiendo su propio sueño europeo. A través de los ojos del protagonista, somos testigos de los diferentes motivos que ha empujado a cada uno de ellos a emprender ese viaje, unidos en la adversidad entre golpes de mar, a pesar sus diversas creencias, nacionalidades e incluso idiomas. Finalmente, tras una agónica travesía de siete días, llega Suleiman a Canarias. Allí, al ser menor de edad, es hospedado en un Centro de Acogida y asiste a clase en un instituto donde con el tiempo logra hacer amigos e incluso llega a enamorarse de una compañera de clase. Al llegar a la mayoría de edad, la tozuda realidad de nuevo se muestra con toda su crudeza, y de pronto es expulsado del Centro, viéndose forzado a apañárselas como un "sin papeles" más, viviendo en un diminuto piso con otros de su misma condición, hasta que es detenido por la policía y repatriado a Mali.
El autor nos mete de lleno, sin contemplaciones y con una lúcida sencillez, en la piel de ese adolescente africano que ve en la emigración el único modo de dejar atrás la miseria y el hambre que lo rodea. Nos relata con una maestría cargada de crudeza, el aterrador viaje que debe afrontar un inmigrante, en unas condiciones tan penosas que a menudo a muchos les cuesta la vida, hacinados en camiones o en cayucos en medio del mar. Lozano, nos muestra además, con un amargo realismo, que la tragedia personal del inmigrante no acaba cuando llega a Europa, sino que aquí han de seguir luchando por regular su situación, por conseguir unos "papeles" que les permitan no ser expulsados o poder eludir ser perpetuamente condenados al invisible limbo una vida de segunda.
Antonio Lozano, explicó en la reunión que siempre se ha sentido muy concernido por el fenómeno de la inmigración clandestina, y que en un momento determinado sintió la necesidad de escribir esta novela para poner al lector en contacto con el mundo interior del emigrante, y poder atisbar así sus más intimas motivaciones. Ha ese respecto hay que decir que consigue totalmente que el lector pueda meterse en la piel de Suleiman, gracias sobretodo a su sencillo y genial estilo, que a pesar de tratar temas muy duros, logra rehuir los detalles tremendistas, recreando el sufrimiento y dolor humano con una sagaz sutileza que nos permite deslizarnos sobre el drama sin caer en el morbo fácil.
Alguno de los miembros del CLUB DE LECTURA nos interesamos por la elección del final de la novela, ya que éste resulta verdaderamente agrio y desasosegante, revelando el autor que lo que pretendía con ello era redundar en la realidad que quiere mostrarnos, dado que es así como terminan muchos de los casos reales.
A pesar de que esta novela ha sido publicada por Anaya en una colección juvenil, no fue pensada en su origen para los jóvenes, sino que han sido sus importantes virtudes didácticas las que han provocado que sea una obra muy leída y comentada en los institutos. Además de ser una novela muy clara y directa que permite escudriñar los tópicos que existen sobre la inmigración, también podemos encontrar en ella las causas y las consecuencias de ese fenómeno, y sobre todo, lo más importante, que nos invita a que sigamos haciéndonos preguntas sobre "el otro". Si esas preguntas sirven para generar la reflexión y el debate entre los lectores más jóvenes, tendremos entonces una herramienta fundamental para educar, y luchar contra los estereotipos y las visiones sesgadas que, sobre el tema de la inmigración, a diario nos ofrecen los medios de comunicación. En este sentido didáctico, la novela se complementa a la perfección con la película "14 kilómetros" del director malagueño Gerardo Olivares, que ganó en 2007 la Espiga de Oro en la Semana Internacional de Cine de Valladolid , y la cual tuvimos la oportunidad de ver en la Sala de Usos Múltiples de la Biblioteca, momentos antes de nuestro encuentro literario.
"Me llamo Suleiman" es por tanto un libro muy necesario en los tiempos que corren. La literatura, en este caso, nos permite abordar el tema de la inmigración desde una perspectiva concreta, la de ese joven que cruza medio continente en busca de un sueño que, como casi siempre, se torna en quimera, interpelándonos además a que tratemos de solucionar ese mutuo desconocimiento en el que vivimos inmersos. Los europeos siempre hemos vivido de espaldas a África, con un enorme desconocimiento, incluso en el ámbito geográfico, de todo lo que atañe a este continente. En nuestro inconsciente colectivo (en algunos no tan inconsciente...), aun anida las idea del africano como salvaje al que hay que civilizar, y una vez en nuestras ciudades se convierten en seres invisibles, hombres y mujeres a los que difícilmente ponemos rostro. Sólo gracias a obras como ésta, dejan de serlo, ya que gracias a ellas les ponemos nombre, consentimos que nos cuenten sus historias y nos permite verlos como los seres humanos que son.
No cabe duda que la inmigración es uno de los grandes dramas contemporáneos de la humanidad y cuyo remedio no ha de venir de la mano solamente por la asistencia humanitaria, sino que requiere soluciones más estructurales y de fondo en sus países de origen.
Y mientras tanto, Europa no hace otra cosa que mirar hacia otro lado, y amurallarse tras el grito de Ausländer raus¡, para impedir que la fortaleza sea asaltada por oleadas de nuevos bárbaros, enemigos llegados para destruirnos o para vivir a nuestras expensas.
(Ya sabemos que las vallas más difíciles de saltar son siempre las que erige la incomprensión y la indolencia).