En poco tiempo he vivido dos acontecimientos culturales distintos y distantes, pero unidos en mi imaginación por ciertos detalles difíciles de explicar. En abril una promoción de Derecho (1966-2016) celebró en Granada las Bodas de Oro y un mes más tarde, el 27 de mayo, se graduaron los alumnos que terminaban el Bachillerato en el Colegio San Agustín de Ceuta. Buena idea reunir a los citados alumnos y sus familias en una cena con discursos e imposición de Becas (bandas) al final. Este acto, bien estructurado y con un moderador que parecía profesional, logró entusiasmar a los chicos y chicas que vivieron una noche inolvidable. Por otra parte, el hotel Puerta de África, antes Tryp, sirvió la cena con eficacia y un personal joven y competente, lo que contribuyó al éxito de la velada.
Pero habiendo asistido a esos dos encuentros tan diferentes contemplaba, al cerrar los ojos, aquellos jóvenes de 1966, con el llamado Curso preuniversitario (PREU) recién terminado, que se incorporaban a la Universidad. Y pasados cincuenta años, nos reunimos cuando algunos culminaron su vida profesional como abogados, funcionarios, profesores, jueces, notarios o registradores. Aquellos universitarios no solo acabaron la carrera, sino que triunfaron en sus distintas actividades. Y ahora tenía allí, entusiasmados, a 23 chicos y 8 chicas que inician el camino que antes habían recorrido los veteranos que celebraron las Bodas de Oro en Granada.
Cuando pasada la cena comenzó lo que podríamos llamar el acto oficial de imposición de Becas, intervinieron en primer lugar los tutores Mónica Ureña y Federico Vivas que, junto con los alumnos, entregaron una placa conmemorativa al Director del Colegio. Después, Juan Carlos Ríos, un padre de los citados alumnos expresó el sentir de las familias, detallando algunos consejos que los asistentes escucharon con atención. Otra sorpresa de la noche fue la aparición en escena de un trío musical integrado por algunos de los alumnos que debían graduarse más tarde. Alberto Ríos al piano, Guillermo Hoyos al bajo y Miguel Valriberas, cual Woody Allen moderno, al clarinete y saxo, interpretaron algunas piezas musicales que entusiasmaron al personal.
Después, reorganizado el escenario, llegó el turno del Director del Colegio San Agustín P. Jose Luis Miguel González que expresó la visión institucional del importante acto, sobre todo porque el Centro educativo cumplía cien años desde su fundación en Ceuta. Enseguida intervinieron los alumnos Sanjay Dhanwani y Francisco Burón que explicaron igualmente, en sendos amenos discursos, la posición de sus compañeros, manifestando la positiva opinión que todos tenían del centro donde estudiaron
La imposición de las rojas Becas que acreditaban a los alumnos como graduados, estuvo a cargo de los profesores que les ayudaron durante sus años de estudio. Estos enseñantes se sucedieron y la ceremonia consiguió, de esta forma, un continuo cambio de personas en el escenario. Y las distintas fases llegaron de la mano del profesor Javier Gomez Crespo que consiguió hacer amena y variada la sucesión de personas, emociones, abrazos y sonrisas. Como colofón al encuentro, se proyectó un breve documental, rodado en el propio Colegio, que permitió a los alumnos bromear, demostrando el buen ambiente que presidió la vida colegial, seguido de un interesante power point con recuerdos de años pasados. Y aunque no había títulos de crédito en la proyección, justo es reconocer que la realizadora fue la profesora de Geografía e Historia Isabel Martín González, de la que ya conocía aquel corto titulado El fantasma del edificio Trujillo.
Y ahora, tras la prueba de acceso a la Universidad (PAU)) que seguro superarán todos, llega la fase decisiva de afrontar el futuro que cada uno haya elegido. Esa difícil decisión que habrán tomado previamente, resultó tan importante como difícil, por la escasa información directa de profesionales disponible, si bien existe la esencial labor de orientación que se realiza durante el curso, con información de las distintas carreras Los alumnos que se han preocupado sobre todo de aprobar año a año, deben decidirse por medicina, derecho, económicas o ese abanico inmenso de nuevas enseñanzas que se ofrecen. Y también queda sobre la mesa la ciudad donde cursar los estudios elegidos, con lo que ambas decisiones separarán a muchos de los que convivieron día a día. En 1966, hace medio siglo el problema era el mismo, a menos que existiera una previa vocación clara. Por eso, recuerdo que hace unos años el Rotary Club organizó unas jornadas de orientación universitaria a la que asistieron distintos profesionales, desde notarios o profesores a médicos, pasando por economistas y funcionarios, para explicar a los alumnos que accedían a la universidad, el contenido con los pros y contras de las distintas carreras. El coloquio al final, donde se preguntaron las dudas existentes, fue esclarecedor.
De una u otra forma, llegan ahora años de estudio y, al terminar, enfrentarse al reto de encontrar trabajo o hacer unas oposiciones. Para ello, el estudiante de hoy cuenta con armas como el imprescindible aprendizaje de idiomas o el perfeccionamiento informático, el master para convertir en práctica los conocimientos teóricos, junto a la necesidad de ser paciente y tenaz para afrontar los nuevos retos. En cambio, los alumnos de 1966, carecían de algunos de esos elementos y también de democracia y de las libertades que existen ahora. Pero, cada uno en su contexto, desplegó o desplegará todas sus habilidades para triunfar en tiempos siempre difíciles.
Ante la diversidad y a veces improcedentes atuendos existentes hoy día, llamó la atención la elegancia de los alumnos con sus trajes oscuros, corbatas a juego y camisa blanca, sobre la que se adivinaban vistosos tirantes y el estilo actual de las alumnas que rivalizaron en vestidos que ponían de manifiesto no solo buen gusto, sino el paso a una nueva etapa de sus vidas.
Si tuviera que evaluar las Bodas de Oro como culminación de un largo camino de estudio y éxitos profesionales, junto a la ceremonia de graduación del Colegio de San Agustín como inicio de un futuro de trabajo e ilusiones, pondría un sobresaliente cum laude en ambos casos.