Ceuta volvió a manifestar su memoria a Jacinto Ruiz Mendoza, heroico protagonista en el enfrentamiento contra los ocupantes del entonces más poderoso ejército del mundo, resueltos a incluir el territorio español en sus dominios.
Para conseguirlo cómodamente urdieron el ardid de convencer al personaje más influyente en las decisiones palaciegas, Manuel Godoy, a quien le prometieron la propiedad del sur de Portugal si facilitaba el paso de las tropas francesas hacia el país vecino.
Permiso concedido sin dudas ni dilaciones ante el tentador obsequio y, con el paso ya dispuesto, se descolgaron por los Pirineos abajo 65.000 soldados, sin disparar un tiro, siguiendo adelante como un paseo, pero apoderándose de lo que encontraban en el camino, sobre todo de las ciudades importantes, con lo que, mucho antes de llegar al pretextado destino, a mitad del camino aplicaron su plan de acomodarse y expandirse con propósito de permanencia fija.
Quisieron disimular la treta estableciendo una pantomima de junta a disposición de los españoles, pero en la realidad sin efectividad alguna, con el triste resultado añadido de que Godoy se quedó sin la tierra prometida. Lo que recibió fue el desmerecimiento de los españoles y éstos, a su vez, mermados en sus plenos derechos como ciudadanos.
Consumado el aluvión de los franceses, éstos darían pronto de bruces con lo que no imaginaron. Sucedió un lunes, dos de mayo, que habría de quedar bien marcado en la historia por la reacción unánime y súbita de los madrileños en carrera hacia el Parque de Artillería, con intención de conseguir fusiles para enfrentarse duro al intruso, aun sin experiencia ni destreza en el manejo de las armas, pero confiando en poder usarlas.
Y allí estaba Jacinto Ruiz en lucha unida con Daoiz y Velarde. Poco referido es el hecho del militar ceutí cuando, al advertir la avalancha del pueblo, acudió a la verja de entrada para facilitar el acceso a la armería en lo que resultó una colaboración cercana del militar ceutí con los exaltados madrileños.
De vuelta Ruiz al grupo de sus jefes, cayeron éstos sin vida y a punto estuvo él de perecer tremendamente alcanzado con proyectil de entrada y salida en el pecho, y que poco antes había sido herido en un brazo, un cuerpo ya enfebrecido que le había tenido en cama, pero que a pesar de su postración no dudó en levantarse al llegarle el resonar de los disparos, ya presentidos desde algún tiempo.
La réplica francesa tomó forma ese mismo día con un furibundo manifiesto que amenazaba con "ser arcabuceados todos aquellos que fueran sorprendidos con armas" y "los moradores de la corte que anden con ellas o que las conserven en sus casas sin licencia". La amenaza, lanzada por el cuñado de Napoleòn, mariscal con mando impuesto en la España ocupada, añadía que "todo corrillo que pase de ocho personas será reputado como reunión de sediciosos, y se disipará a fusilazos" como también "toda villa o aldea donde sea asesinado un francés será incendiada", y que todos "los dueños habrán de responder de sus criados, los empresarios de fábrica de sus oficiales, los padres de sus hijos y los prelados de conventos de sus religiosos". Y concluía: "Los autores de libelos impresos o de manuscritos que provoquen a la sedición, así como todos aquellos que los distribuyeren, o que los vendieren, se reputarán agentes de Inglaterra y serán pasados por las armas".
La rigurosa ristra de órdenes comenzó con la búsqueda implacable de los civiles y militares tenidos como participantes o simpatizantes en aquel levantamiento, situación en la que quedaba claramente amenazado Jacinto Ruiz, ya en un estado bastante crítico por las heridas recibidas, perjudicado además por el traslado a hombros, aunque en humanitaria intención de sus soldados, primero al cuartel próximo y luego a su habitual alojamiento, el domicilio de una solícita dama, donde fue asistido casi a hurtadillas por un eminente facultativo que atajó momentáneamente la gravedad.
Permaneció en aquella casa todo el mes de mayo hasta que el día 12 de junio pareció algo propicio para alejarlo de la capital, intento desaconsejada por sus compañeros y mucho más por los médicos debido al estado en que se hallaba, sin descuidar el otro peligro acechante de la vigilancia enemiga en las calles.
Transcurrido otro mes se decidió el camino a Badajoz, donde se hallaba acantonado el Ejército de Extremadura, al que lo incorporaban con el grado de teniente coronel, ascenso inmediato concedido por su actuación en el Parque. Pero un traslado tan perjudicial para estado tan debilitado, con las heridas abiertas, sin la adecuada atención durante el viaje, obligó el desvío a Ciudad Trujillo, a la casa de un teniente coronel, tío suyo, Juan Cebollino, destinado en el Regimiento de Badajoz.
La gravedad siguió su camino imparable y, consciente del final, procedió Ruiz a fijar su voluntad testamentaria pidiendo misas para él y reparto de sus escasas pertenencias, falleciendo dos días después cuando aún no había cumplido los treinta años de edad. Sobrevino el óbito en una casa de la plaza llamada del Azobejo, donde en los bajos se instaló poco después una farmacia.
Fue inhumado en la misma ciudad de Trujillo, en su principal iglesia de San Martin, donde estuvieron sus restos más de ochenta años, al principio con la compañía de los rezos diarios de un piadoso religioso, y después quedando en soledad y olvido. Olvido que tuvo protesta sin dilación desde Ceuta, mediante instancia de Antonio Ruiz Linares, padre del héroe, al mismo rey Fernando VII, en la que lamentaba sentirse "muy ofendido por el manifiesto agravio que se le había hecho a la memoria de su hijo por parte del anterior Gobierno con motivo del aniversario del Dos de Mayo, día en que, enfatizó, "no se le dedicó el menor recuerdo" Un Gobierno, que ni se enteraba de que en aquellos días el nombre de Jacinto Ruiz era en muchas iglesias enardecido desde los púlpitos, desde donde se dijo que no acordarse de él, más que un olvido era un vilipendio.
El reproche paterno recibió por lo menos el consuelo de una medalla de honor y el ascenso de un hermano del héroe, de nombre Antonio, cadete en el Regimiento Fijo de Ceuta, donde Jacinto Ruiz había iniciado su carrera militar cuando tenía 16 años. Cuartel que exhibiría, pasado el tiempo, su nombre con grandes letras extendidas sobre la puerta principal. También se compensaba al disgustado progenitor con que se tuviera muy presente a la hermana del ofendido con una ayuda económica, como también a su viuda madre, "siempre y cuando lo permitan las circunstancias del erario", bastante mermado por los seis años que duró aquella guerra llamada de la independencia.
Nuestro inolvidable historiador local, José García Cosío, en visita que hizo a Ciudad Trujillo con motivo de una asamblea de cronistas oficiales de España, comentó en El Faro de Ceuta del 13 de marzo de 1983, su extrañeza por no haber encontrado en la iglesia de San Martín mención alguna del lugar donde estuvieron los restos del heroico compatriota, por lo que inquirió sobre el respecto a su colega local y éste procuró explicarle algo así como que hubo una inscripción en el suelo, pero que con el paso del tiempo y los otros muchos pasos de la gente no había quedado letra legible. En un sitio muy expuesto al deterioro pusieron la lápida. Para mejor satisfacer a nuestro cronista añadió el investigador trujillano que ya se había acordado y puesto el nombre de Jacinto Ruiz a una plaza que se llamaba del Mercadillo, un sitio de importancia por estar allí situado el Ayuntamiento.
No se borran las letras por maltrato ni por el efecto del tiempo en los periódicos cuidadosamente conservados, que pueden descubrir pormenores de acontecimientos lejanos. Por estos medios hemos podido saber que la ciudad de Trujillo no permaneció tan indiferente con Jacinto Ruiz como pueda parecer por la ausencia de su nombre en la iglesia. Fue con el motivo de un aldabonazo dado a la memoria histórica, como tanto se dice ahora, por el teniente de Infantería Pedro Alcántara Berenguer en el periódico "El Ejército Español" del dos de mayo de 1888, en el que pedía el homenaje a "un mártir olvidado". De este modo lo llamaba, y así recordaba "al Ejército y a la Nación la deuda que tienen contraída con Ruiz Mendoza".
La idea de Berenguer produjo una extraordinaria aceptación, que alcanzó el acuerdo de llevar los restos de Jacinto Ruiz a Madrid y colocarlos junto a los de Daoiz y Velarde, bajo un monumento que sería culminado con la estatua en actitud de arenga, con sable alzado. El monumento ha sido recientemente cambiado de lugar, en la misma plaza del Rey, pero respetuosamente situado en una esquina, para construir allí un aparcamiento subterráneo. Necesidad de los tiempos modernos.
El general Martínez Campos amplió su llamamiento con la solicitud al Ministerio de la Guerra de que en el acto inaugural se otorgaran a Ruiz los mismos merecidos honores que a los capitanes Daoiz y Velarde. Se abrió enseguida una recaudación con 5.000 pesetas por la reina regente, María Cristina, con aportaciones llegadas de todos los lugares y centros militares y civiles de España y aún de los más alejados territorios donde alcanzaba la españolidad, como Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que a tan distantes posesiones alcanzaba la memoria y admiración por el héroe ceutí.
Indudable momento de júbilo se viviría en el hogar de la familia de Jacinto Ruiz en Ceuta cuando recibieron una inesperada carta del famoso escultor Mariano Benlliure, que desde su taller en Roma solicitaba una fotografía para poder realizar con fidelidad el rostro del héroe en la obra artística que le habían encargado, petición que fue atendida con el envío de un óleo de relevante imagen..
Pero antes del traslado a la capital madrileña había que obtener la absoluta certeza de la pertenencia de los restos, lo que se pudo verificar en la misma iglesia de San Martin, al depositar los huesos sobre un paño, para encerrarlos después en una caja de palosanto. Ocurrió el caso de un médico que acertó a observar cierta depresión en uno de los antebrazos y la indicó de inmediato como huella marcada por un proyectil. Esta observación convenció y satisfizo muy especialmente a los parientes de Jacinto Ruiz, Cristina y Carlos, invitados al acto y firmantes como testigos presenciales junto al alcalde de Ceuta, Alvarez Goicoechea.
La noticia rápidamente extendida por todo Trujillo de que su principal iglesia había sido lugar de entierro de un soldado tan importante, así como por la extracción de sus restos, el motivo de la exhumación y el más visible espectáculo de una concurrencia tan grande nunca vista en la ciudad fue celebrado con lucimiento de festividad en las calles principales, conforme recogieron los periódicos "Eco de Trujillo", y "La Opinión", ambos editados en la localidad, así como "El Noticiero de Cáceres", cuyas páginas nos favorecen ahora fidedignas y conmovedoras descripciones.
Resumidas estas noticias digamos que se instalaron arcos de triunfo en las calles, los vecinos engalanaron sus fachadas, acudieron gentes de todos los pueblos cercanos, se recibieron coronas de innumerables partes de España, y que, después de los actos funerarios y de una procesión cívica, los restos de Ruiz fueron conducidos a hombros de representantes de todos los gremios de Trujillo por acuerdo del Ayuntamiento ante la petición espontánea para conducirlos ellos. Rindió honores con el acompañamiento de escolta una compañía del Regimiento de Castilla, hasta el momento en que la urna fue colocada en un ómnibus de los que efectuaban el servicio entre Trujillo y Cáceres, ciudad ésta que, como también ocurrió en todas las estaciones del recorrido hasta Madrid, saludó el paso del cortejo con indescriptible júbilo y respeto.
La ciudad de Ceuta, con la gratitud y admiración a su heroico hijo, dedicó un busto, también de admirable realización, descubierto el 10 de octubre de 1892 en la céntrica plaza que recibió su nombre y que hasta poco antes había sido espacio reservado para el estacionamiento de carruajes, céntrico lugar que fue hermoseado para este acontecimiento por la corporación presidida por Ricardo Cerni, en un acto donde nuestra ciudad reafirmó y fijó para siempre la fidelísima memoria de todos los ceutíes y que fielmente recuerdan y honran también cada año las altas representaciones civiles y militares con el realce debido dedicado por los medios de comunicación locales.
Sin embargo, más allá de nuestra ciudad, surge oportuna y necesariamente una voz que reaviva el nombre del héroe ante algún olvido empeñado en la ignorancia. Y esa voz ha sido levantada estos recientes días en las columnas de "La Gaceta", que en su edición digital ha rememorado al hombre y a la histórica fecha, titulando así: "El teniente Ruiz, el "otro" del Dos de Mayo". Y con un también resaltado subtítulo ha añadido clara referencia a nuestro Jacinto Ruiz: "Cuando se habla de la epopeya del 2 de mayo de 1808 siempre se menciona a Daoiz y Velarde, pero hubo mucho más".
Hubo mucho más. Así lo ha recordado un periódico de Madrid.