Pensaba yo que ya estaba casi todo escrito sobre las atrocidades que puede cometer un ser humano contra sus semejantes. Incluso para matar se puede ser especialmente cruel.
Es lo que ha hecho este desalmado en Niza, atropellando con un camión a cientos de personas que se encontraban celebrando la festividad nacional francesa del 14 de julio. No le ha importado que entre el público hubiera mujeres, niños o ancianos. Se ha limitado a seguir al pie de la letra los dictados de su líder, el jeque Abu Muhammad al Adnani: "Si puedes matar a un europeo o americano infiel, especialmente a los rencorosos y sucios franceses -también a australianos, canadienses o infieles de cualquier otro miembro de la coalición contra el IS-, entrégate a Alá y mátalo de cualquier forma (con piedras, cuchillos, veneno o atropellándolo...), sea civil o militar, donde quiera que esté".
A tenor de lo que se informa sobre la personalidad y las aficiones del terrorista Mohamed Lahouaiej Bouhlel: "alcohol, hachis y juego", está claro que los "soldados" del IS han bajado mucho en el rigorismo religioso que predican. Esto demostraría que detrás de los atentados yijadistas sólo hay un gran montaje mediático y un formidable negocio (57 millones de euros fue la recaudación del último año del Dahes). Sobre todo para los líderes, que permanecen escondidos y envían a la muerte segura a cuatro desgraciados, aunque causando el mayor daño posible a la población indefensa. Sería la primera enseñanza. La religión, como mecanismo de control de masas, sigue siendo el opio del pueblo.
La segunda enseñanza es que posiblemente estemos ante un cambio de estrategia de los yijadistas a consecuencia de sus derrotas militares. Lo explica perfectamente el periodista de El Mundo Francisco Carrión en su artículo del día después del atentado. Están perdiendo dinero, territorio, milicianos. Necesitan hacerse visibles en el mundo y seguir captando adeptos incautos, dispuestos a morir por el bienestar de sus jefes. No puede ser que un grupo de visionarios le ganen la partida al mundo. La estrategia militar contra ellos es la correcta. Se trata de aniquilar, uno tras otro, a los cabecillas.
La tercera enseñanza es que no puede culpabilizarse a toda una religión de lo que hacen cuatro locos fanáticos. Conozco y tengo amigos musulmanes, incluso practicantes de su religión, que no aceptan, bajo ningún concepto, que esta forma de proceder esté escrita en ningún libro sagrado. Nadie en su sano juicio puede defender que el camino hacia su dios, tengan que ir acompañado de matanzas indiscriminadas de población indefensa. Como tampoco es aceptable en el Siglo XXI que la religión y la política vayan de la mano. Es imprescindible que en el mundo musulmán se produzca la necesaria Reforma, que consiga que la religión se quede en las Mezquitas, mientras que la política sea decidida en las urnas. Razón y fanatismo no casan bien. Los años de oscurantismo en el mundo de la cristiandad ilustran bien esta afirmación.
Enlazando con la anterior enseñanza, vendría la cuarta. La educación, la cultura y la investigación pueden ayudar a fomentar valores como la paz, la tolerancia y el diálogo. Es lo que dice la Universidad de Granada en su comunicado de repulsa del vil atentado terrorista de Niza, que yo asumo plenamente. En este sentido, es urgente diseñar un plan de choque internacional para invertir en estos valores en los países de orientación musulmana. Hoy más que nunca es imprescindible reconocer que acciones militares como la invasión de Irak o la de Libia, sólo han traído años de sufrimiento y de terror a sus poblaciones y, de paso, al resto del mundo. Sólo los pueblos que no son ignorantes están capacitados para combatir a sus tiranos. A ellos deben ir orientadas nuestras ayudas.
Y para finalizar, la quinta enseñanza sería que, por muchas medidas de seguridad que se pongan en marcha, nunca estaremos a salvo de la acción de algún loco que decida acabar con la vida de sus semejantes. Para ello no hay que acudir al mundo musulmán. Los hay de todas las razas e ideologías. Aunque esto no nos debe desanimar ni hacer desfallecer. Nunca el mal va a triunfar, si la sociedad y los ciudadanos maduros no lo quieren. Por tanto, es necesario seguir adelante y convencernos de que la razón y la libertad están por encima de cualquier fanatismo.