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Recurrir a los MENA

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No hay temporada en la que los MENA no terminen siendo protagonistas de convulsas quejas vecinales o de constantes críticas en prensa. Convertidos en una especie de ‘sarpullido’ del verano, son convertidos en causantes de todos los males. Y lo son porque sí, no hay justificación de sus conclusiones. La delincuencia se vincula a estos menores y la difusión de datos objetivos procedentes de informes judiciales que dicen todo lo contrario son tildados de falsos. Eso de que la verdad no puede jodernos la historia se lleva hasta el final.

Vaya por delante que el centro La Esperanza nunca debió situarse en el albergue de Hadú. Aquella inversión se hizo para atender una necesidad social más que evidente. Urgía entonces un albergue y también ahora, pero como el Gobierno no hizo su trabajo como debía tuvo que, a toda prisa, meter a los menores allí ante la amenaza de verse sentado ante los tribunales, tras años de no atender las quejas del Defensor del Pueblo y de la Fiscalía sobre las condiciones tercermundistas e infrahumanas en las que se encontraban los niños en la vieja casa del Hacho, por cierto, ahora abandonada a su suerte.
Aquello se hizo mal, como tantas otras cosas. La primera: organizar reuniones con las asociaciones de vecinos para engañarles aportando plazos de traslado que, sabían, no podían cumplir. ¿Recuerdan aquellos módulos que una empresa navarra iba a instalar en Calamocarro? Nos enseñaron hasta el proyecto. ¿Recuerdan el centro de Benítez? Nada. Ahora vamos ya por el alejado de Piniers, atendiendo a esa concepción criminal que se tiende a hacer del colectivo por lo que se decide llevarlos bien cerca de la cárcel. Al final nada.
La Ciudad tiene la obligación, porque quiso asumir las competencias, de atender a los menores que identifique la Policía y ésta tiene a su vez la obligación de evitar el cachondeo de un filtro fronterizo que nunca ha servido y que permite que una madre entre con su hijo, lo abandone y se vaya, sin que conste registro alguno. La Esperanza no es un centro de internamiento, aunque a muchos parece que les gustaría que directamente se transformara en una cárcel que visitar en fiestas para la foto samaritana de rigor. No. No lo es y resulta realmente complicado trabajar con unos menores que además son constantemente criminalizados de manera injusta. Ya lo escribí en su día, los MENA no son precisamente los que apuñalaron como salvajes a un marroquí hace un par de años, por mucho que incluso estamentos policiales hayan gustado de etiquetar sus detenciones para alimentar ese rechazo social.
Somos una ciudad frontera, puerta de un país con grandes diferencias sociales y económicas. Tenemos un Tarajal que es un cachondeo porque los distintos gobiernos han permitido que lo sea. Hay unos menores a los que debemos atender y a los que no se puede encerrar cual presos. Si a estas alturas de la historia, con años afrontando una inmigración infantil, no queremos darnos cuenta, entonces no hemos ni entendido ni aprendido nada. Y eso, créanme, es penoso.


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