Hoy es el Día Internacional por la erradicación de la pobreza. Un día que parece mentira que en pleno siglo XXI tengamos que continuar reivindicando. Hemos sido capaces de llegar a la Luna y de explorar otros planetas, pero seguimos mostrándonos impotentes ante la obligación moral y legal de hacer que la Declaración Universal de Derechos Humanos se cumpla.
No es sólo que, de manera vergonzante, nos hayamos acostumbrado a que esa división internacional del trabajo consistente, como decía Galeano, en que “unos países se especializan en perder y otros en ganar”, produzca que continentes enteros tengan que asumir la muerte temprana de sus hijos como un fenómeno natural e inevitable, sino que comenzamos a acostumbrarnos a que también los trabajadores de esto que conocemos como “primer mundo” añoren otros tiempos en que la explotación, al menos, suponía una garantía de acceso al bienestar.
Tener un trabajo ya no es algo opuesto a la pobreza. La precariedad, los ínfimos salarios mínimos que, además, no su cumplen, las horas extras sin pagar y un sinfín de humillaciones son aceptadas porque, en muchos casos, lo contrario supone no poder dar de comer a tus hijos. Las clases populares en nuestro país son humilladas a través de las políticas de unos gobernantes que recortan en dependencia, Educación y Sanidad y aplican reformas laborales que abaratan el despido e imponen condiciones de semi-esclavitud. Después de la aplicación de las medidas de la mal llamada austeridad, los españoles tenemos menos derechos y somos más pobres. Las colas de Cáritas y los números hablan por sí solos.
En España, la pobreza ha alcanzado su cifra más alta. Según el último informe de EAPN (la red europea de lucha contra la pobreza), el número de españoles pobres y en riesgo de exclusión asciende, a día de hoy, a más de 13 millones y medio, además de consolidarse la figura del trabajador empobrecido. Un 27,3% de los españoles y las españolas son pobres.
Ceuta, por su parte, ostenta, el dudoso honor de ser la localidad con el índice de pobreza más alto, llegando casi a la mitad de su población, una realidad que, aquellos que nos dicen que todo va bien y que somos un ejemplo de integración y convivencia, se niegan a reconocer. Por ello, no nos sorprende que en un día como hoy el Gobierno local no se haya dignado, ni siquiera, a mandar una nota de prensa lamentando la situación tan precaria que atraviesan los habitantes de la ciudad. Pretenden implantar el imaginario norteamericano en el que la pobreza es un problema individual y no un fenómeno social. En Estados Unidos no existen pobres, sino “losers”, que significa “perdedores”. Quieren que nos sintamos culpables. Nos dicen que no nos esforzamos, que es culpa nuestra por no haber estudiado más, por no ser emprendedores, por no saber buscarnos la vida o por no ser lo suficientemente “empleables”, una de esas palabras de la neolengua que tanto les gusta utilizar. Quieren que asumamos su ideología, la ideología de los de arriba y los privilegiados como la única posible, pero no estamos dispuestos a hacerlo porque nos negamos a que la vida sea una competición en la que, para que unos pocos puedan ganar, la inmensa mayoría se vea siempre abocada a perder. No somos ni queremos ser como los que ven la injusticia como algo normal. Por ello, y porque creemos en que los seres humanos podemos cambiar las cosas, hoy gritamos:
¡NO A LA POBREZA! ¡SÍ A LA JUSTICIA SOCIAL!