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Pedro se encuentra con el Mesías

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Cualquiera que vaya a Israel puede observar lo amantes que son los judíos a la tierra, a la,  campiña, al arbolado y a los campos de siembra. En estos momentos Jesús camina solo por una vereda entre campos de cultivo y Juan lo ve desde lejos. Como es tan joven, no tiene dificultad alguna para echar a correr y encontrarse con el Rabí. –“¡Maestro!” Y Jesús se vuelve sonriente y se para ante él.“¡Te he buscado sin descanso y temí no volver a encontrarte!” .

Juan  ha adoptado una posición reverente ante el Gran Rabí que reconoce.-“Sabía que me buscabas y vine a tu encuentro. Estaba por allí entre los olivos y te vi con los ojos del amor. Te amé siempre, Mi alma te buscaba, Te esperaba”. -“Sí, Maestro, yo te amaré siempre. Sólo Te amaré a Ti”, responde Juan con emoción. Jesús le previene que quien Le siga sufrirá dolores y persecuciones, que no será fácil. Le anuncia que morirá pronto, pues ha venido al mundo a predicar la Ley y ejecutar la redención. “El mundo persigue a los enviados de Dios”. Juan se entristece mucho con estas palabras que aún no comprende. “¡Aunque mueras, yo Te seguiré amando!”, e inclina aún más la cabeza mendigando el amor de Su Maestro. Jesús lo toma del brazo y lo mira fijamente, pone la otra mano sobre su cabeza y le responde:“¡Quiero que tú Me ames!”. Juan tiene los ojos brillantes y sin evitarlo, le asoman lágrimas. Toma una mano divina, la besa y la lleva a su corazón. Experimenta una felicidad inusitada.-“¿Entonces, Me buscabas?”.-“Sí, Rabboni. Mis amigos quieren conocerte, y yo el primero que necesitaba estar Contigo”. -“¿Y has sido un buen anunciador de Mi palabra?”. -“Sí Maestro, y también Santiago, él desconfiaba al principio, pero después se convenció”. “No tengáis miedo de Mí, Yo vine a salvar, no a condenar. A salvar a los pecadores en su error, pero con los hipócritas seré duro, pues fingen ser buenos, sólo en apariencias”. “Entonces te gustará Simón, que es sencillo y franco. Él te quiere hablar”.-“Lo escucharé después de hablar en la Sinagoga. Quiero que estén los pobres, los enfermos, los ricos y los sanos. Todos necesitan oír la Palabra de Dios”.
Llegan al poblado. Los niños están jugando en la calle. Ven llegar a Jesús y corren hacia Él.. Uno de ellos se cae y llora, por lo que el Maestro lo coge en brazos y le dice bromeando:“¿Un niño de Israel que llora? Recuerda los miles de niños que atravesaron el desierto junto a Moisés y se hicieron hombres. El Altísimo hizo bajar el Maná del Cielo, delicioso alimento para los hombres. Él da de comer a los pajaritos y procura abundancia en el campo. Te gusta la miel silvestre, ¿verdad?, pues comerás una que es más dulce que la de las abejas”. El niño le pregunta cuándo la comerá y Jesús le responde que cuando haya llevado una vida tranquila, en paz y en justicia. “¡Pero si sólo el Mesías que esperamos nos dará la Tierra Prometida!” .-“¡Pequeño israelita! Tú verás abiertas las Puertas del Paraíso, porque eres bueno y comprendes.” Su Mamá se acerca, pide disculpas al Maestro por las molestias del niño, pero  Jesús le responde que la inocencia, la sinceridad, pureza y buena educación, agradan a Dios. Y los bendice. Juan le pregunta a Jesús si tiene hijos y Él Le responde que sólo tiene a Su Madre. Una Madre que es pureza, sinceridad y amor, como los niños. Pero es también sabia, justa y fuerte de espíritu.“Lo es todo para Mí.”Piensa Su joven discípulo por qué la abandonaría, y Jesús, leyendo sus pensamientos, le explica: “Dios vale más que la más santa de las madres. La conocerás y la amarás”. “¡Tienes hermanos?”, pregunta el joven. “Tengo primos por parte del esposo de Mi Madre. Pero todos sois Mis hermanos. Yo he venido a todos”. Por fin han llegado a la Sinagoga de Cafarnaún. Juan va a por los otros. Hay una sala cuadrada, con velas y atriles para apoyar los pergaminos. Todos los fieles están en oración, así es la costumbre de los judíos. Jesús también ora, mientras todos los presentes se fijan en Él y comentan en voz baja.  Jesús saluda al sinagogo y le pide uno de los rollos. Empieza a leer el capítulo siete del libro de Jeremías:…..“Habitaré entre vosotros en este lugar santo. No confiéis en las palabras vanas….Si mejoráis vuestras costumbres y afectos, si hacéis justicia, si no oprimís al extranjero, al huérfano, a la viuda, si no derramáis la sangre del inocente en este lugar…….habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que dí a vuestros padres por los siglos de los siglos”. Y a continuación les explica:“¡Oíd vosotros de Israel…Vengo a aclarar estas palabras, que vuestro espíritu ofuscado no puede verlas ni entenderlas. Oíd: Gran llanto desciende sobre la tierra del Pueblo de Dios. Lloran los adultos, agachados bajo el yugo. Lloran los niños, sin futura gloria. Pero la gloria de la tierra no se puede comparar con la del Cielo. Lloráis porque el Altísimo ha vuelto Su faz hacia otra parte y no permite que Sus hijos Le vean. Él abrió el mar para que pudiera pasar por en medio Israel. Llevó a Su Pueblo cuarenta años a través del desierto. Lo alimentó y defendió contra sus enemigos. Les dio una nube para seguir el camino a la Tierra Prometida. Dio a Sus hijos una Ley. Es el Dios que hizo dulces las aguas amargas. Bajó el Maná como alimento. Hizo el Padre una Alianza con sus hijos….No basta tener un templo para rezar. El templo principal está en el corazón del hombre. La oración santa viene de un corazón santo. Hay ricos de duro corazón, que no dan al hermano un denario para pan. Exprimís la sangre del inocente….Todos sois hijos de un mismo Dios llamados a un mismo destino. El Mesías os abrirá el Cielo, no lo cerréis vosotros con vuestros pecados. Desprendeos del error. Volved a la Ley, con los diez mandamientos llenos de luz y de amor…Dios es amor y los hijos del Padre han de vivir en el Amor. La Palabra del Padre se hace alimento para vosotros…. Si aprendéis a amar, habréis aprendido todo contra la tentación. La bendición de Dios sea para los corazones de buena voluntad”.
Jesús se calla, la gente habla bajito. Todos entonan los cánticos finales. Cuando sale el Rabí a la plazuela, allí están Juan y Santiago con Pedro y Andrés. “La paz sea con vosotros”, dice Jesús. “He aquí el hombre que no debe juzgar antes de conocer, para ser justo, aunque sabe reconocer el error. Simón, ¿querías verme? ¡Mírame!. Y Andrés, ¿por qué no viniste antes?” . Ellos no saben qué decir. Pedro tiene la cara roja. “No hacéis mal, no tengáis miedo. Simón, te amo, eres sincero”. “Maestro, yo no soy bueno… Soy iracundo cuando me ofenden. Soy ignorante y alguna vez engañé. Tengo poco tiempo para seguirte, pero quiero ser bueno, ¿cómo lo lograré?”. “No es difícil, Simón. Sabes un poco de las Escrituras. Recuerda al Profeta Miqueas. Dios quiere que lo sigas como eres. Más tarde te entregarás a Él sin medida. Eres una débil planta, luego será fuerte y majestuosa. Serás un hombre nuevo al que se le borrará su pasado, amigo de Dios y de Su Mesías. No te llamarás Simón, sino Cefas, Piedra segura en la que Yo Me apoyo” . Pedro se alegra al oír las palabras del Rabí. Llegan a la casa donde vive Jesús. “Aquí volveré con frecuencia. Ahora voy a Jerusalén. Predicaré en Palestina, a esto he venido”. Pedro insiste:”quiero ser tu discípulo, Maestro”. Y Jesús se dirige al tímido de Andrés que escucha en silencio.  “¡Se convertirá en león!”.    Cuando Jesús se marcha,  Pedro pregunta a sus compañeros :”¿qué querría decir pescarás en otras redes y harás otras pescas?”….  Juan había querido ir con Él a Jerusalén, pero no se atrevió a pedirlo y Pedro lo anima a que vaya corriendo a buscarlo. Jesús accede, al día siguiente partirían para la Ciudad Santa…
Juan se mantuvo en silencio, no presumió nunca de haber facilitado el encuentro entre Jesús y Pedro. Fue el primero de los discípulos del Señor. El primero en reconocerlo, en hablarle, seguirle y predicarle. Andrés era tímido y sumiso, todo lo que consiguió fue por obra y ayuda de Dios. Por eso no podemos vanagloriarnos ante cualquier logro, como si fuera mérito personal. Sólo somos instrumentos activos que se nos utilizará en la medida en que seamos capaces de entregarnos a Él. Juan tenía un amor muy grande dentro de su corazón. Lo reconoció la Virgen María, de ahí que Jesús se lo entregase a Su Madre en el Gólgota. Y Su Madre se la entregó a Juan.
BIBLIOGRAFÍA: Poema del Hombre Dios, María Valtorta. Ex.16,35(todo el capítulo),y13,17-24,18. Deut32,48-52. Jerem.7,3-7. Miq.6,8.


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