El destino en el espejo

-Ahora sí que sí. –Basilio tomó asiento en la silla del dispensario.
-Hombre Sr. Basilio, tiempo ha, ya le echábamos en falta. – el funcionario.
-Ahora sí que sí. He pausado mis pensamientos y estoy decidido: quiero ofrecer mis servicios como escritor de Ceuta.
-Ah muy interesante, un relevo para los grandes. Pero usted, ¿de qué escribe?
-Pues ¿qué ha de ser? Yo escribo de lo que me dicten las musas. No ha de ser benigno hacer remilgos en una profesión tan castellana y tan liberal.
-Y tan ponderable. - El oficinista advirtió.
-Y tanto, y tanto.
-En el entorno de esto debo insistir: la escritura de usted, ¿qué objeto tiene?
-Pues ¿qué ha de ser? Yo busco que la colectividad tenga conciencia de sí; no se me ocurre otro remedio para tanta enfermedad. – Basilio.
-La colectividad es España, pero ¿qué es España?- el funcionario inquirió.
-Pues ¿qué ha de ser?. España es el lenguaje de sus pensadores. Nace aquí la grandeza de la democracia.
-Entonces entiendo que usted es un experto en pensamiento.
-Bueno, tampoco es para tanto. Lo que sí es cierto y es verdad es que una vez estuve a punto de leer un libro de Ortega y Gasset. – Basilio.
-¡Qué fuerte!- el empleado se sonrió.
-Sí que sí.
-Veo que usted se desenvuelve bien, pero debo hacerle una última pregunta para las estadísticas: ¿El sistema hace al individuo, o el individuo hace al sistema?
-Bueno, eso dependerá del grado de disfunción, del equilibrio, de la balanza de la justicia, ya sabe. – Basilio creyó acertar.
-Lo anoto.
Epílogo: Por quince años mi única salida fue investigar mis potencias como escritor local, pero el destino me obsequió con un trabajo estable en la administración. Se me hace la boca agua cuando echan un reportaje de un escritor en su refugio, rodeado de fascículos y estanterías repletas de libros, casi momificados.