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No tenemos suerte

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En los últimos días, los medios informativos nacionales viene mencionando el nombre de nuestra ciudad con reiteración, y no lo hacen precisamente para decir lo bonita que es.

Primero hacen pública una estadística según la cual casi el cuarenta por ciento de los detenidos por presunto yihadismo en España son de Ceuta. Después, tras los trágicos sucesos de París, sale en televisión un tendencioso reportaje, creo que ya emitido con anterioridad, sobre (¡Cómo no!) el Príncipe.  Más tarde, el Instituto Elcano saca a la luz un estudio según el cual Ceuta es, con otro cuarenta por ciento, la ciudad con mayor índice de pobreza (o de umbral de pobreza) en toda España. Además, mientras algunos declaran que aquí hay que estar alertas, el SUP  (en un mal momento) se queja de que estamos peor que nunca en agentes de Policía y en material.
Con toda esa carga de malas noticias, nuestros teléfonos suenan repetidas veces, marcados por familiares o amigos residentes en la Península, que nos preguntan ansiosos qué es lo que pasa aquí, sugiriéndonos además que nos vayamos. Aunque, tal como están las cosas, casi nadie, viva donde viva, puede decir que no corre algún peligro, nos esforzamos en convencer a nuestros interlocutores, diciéndoles que no pensamos irnos, pero los dejamos preocupadísimos.
Todavía hay más cuestiones que los mueven a ponerse en contacto con nosotros. Hace algunos meses que recibí otra llamada, referida al problema de los inmigrantes que entran en Ceuta, en la que, con la mejor voluntad del mundo, el amigo que me llamaba llegó a decirme que corríamos el peligro de que cualquier día dichos inmigrantes ocuparan mi casa.
Y así andamos, de boca en boca, de periódico en periódico o de telediario en telediario, saliendo malparados ante la opinión pública. De nada vale contar las bondades de Ceuta. Parece como si todos se hubieran puesto de acuerdo para fastidiarnos.
De poco sirve insistir en que, en la segunda mitad del pasado siglo, Ceuta estuvo recibiendo gran cantidad de inmigrantes marroquíes, quienes, tras la independencia de su país, venían en busca de mejores condiciones de vida en sanidad, educación y servicios sociales, es decir, en todo lo que representa el cada vez más completo estado de bienestar que tenemos en España. Vinieron, se quedaron, tuvieron hijos y nietos, alcanzando todos ellos la nacionalidad española. Pero el incremento constante de población que tal corriente supuso, así como su elevado índice de natalidad, muy superior al nacional, han llegado a rebasar, con creces,  la cantidad de puestos de trabajo que pueda ofrecer hoy Ceuta. Nuestra población aumenta sensiblemente, mientras las de muchas naciones europeas, entre ellas España, van descendiendo.
Se dice que  para disminuir el paro aquí existente sería necesario encontrar otro modelo económico que demande un mayor número de trabajadores, sin tener en cuenta que hace muy pocos años ya se buscó, como fue el de las reglas de origen comunitarias conseguidas para Ceuta y Melilla. En un principio, caso de aquella empresa llamada ‘Alice’, tales reglas funcionaron perfectamente, hasta el punto de que vinieron para establecerse otros inversores, con la idea de amparar su actividad en tales reglas. Sin embargo, la cerrazón de muchos funcionarios (nacionales y extranjeros) y las protestas de algunas firmas europeas que se sentían objeto de una supuesta competencia ilícita (que no lo era), dieron al traste con una gran oportunidad que hubiera supuesto la deseada creación de numerosos puestos de trabajo. Según recuerdo, ‘Alice’ llegó a tener más de setenta. El polígono industrial de Loma Margarita se concibió en su día para la ubicación de aquel tipo de industrias, pero todo se nos vino abajo.
Si a lo anterior añadimos los trabajos clandestinos o en negro que se supone (con fundamento) que hay en Ceuta, todo conduce al resultado demoledor que indica ese estudio sobre pobreza hecho público por el Instituto Elcano. Sin negar la dolorosa existencia de hogares que sufren elementales carencias, creo que la realidad arrojaría un índice significativamente inferior al que dicho estudio señala.
No se enteran, o no se quieren enterar, de que, aun cuando puedan existir excepciones, como sucede en cualquier parte, aquí vivimos en paz. O viviríamos si nos dejasen tranquilos. Pero no tenemos suerte.


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