Este lunes comienza en París la Conferencia del Clima (COP21).
Por mucho que se esfuercen desde los gabinetes de prensa de los centros de poder mundial en mostrarnos los actos terroristas de los distintos grupos de fanáticos del Islam, como la principal amenaza a la que se enfrenta la humanidad, bajo mi punto de vista, es el cambio climático el problema más grave que tenemos que resolver en estos momentos, aunque dejando patente que también el fanatismo religioso es algo a lo que debemos hacer frente de la manera más contundente y rápida posible.
En 1995, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (PICC) advertía que dicho cambio climático supondría amenazas para la salud humana, pues se duplicarían o triplicarían el número de muertes debidas al calor, se alterarían los suministros de alimentos, desplazaría a millones de personas y la diseminación de climas tropicales más calientes traería malaria, encefalitis, además de otras enfermedades infecciosas provocadas por inundación del alcantarillado y los sistemas sanitarios costeros. Muchas de estas predicciones se están cumpliendo ya. Y también se está incrementando la mortalidad en el mundo a consecuencia del lanzamiento de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Esto último es el resultado de las estimaciones de los modelos estadísticos de panel que hemos realizado con las series de datos disponibles desde la década de los años 60.
Con motivo de esta conferencia, los sindicatos también han tomado posiciones, junto a partidos políticos, grupos ecologistas, gobiernos, organismos internacionales y sociedad civil. Y lo hacen con una afirmación aparentemente simple, aunque cargada de significado: “No habrá empleos en un planeta muerto”. Evidentemente esto implica que las organizaciones sindicales están llamadas a ejercer un papel vital protegiendo el empleo, reclamando transformaciones industriales, promoviendo nuevos empleos verdes y de calidad, y buscando la adopción de medidas de transición justa, que garanticen que nadie se queda atrás en el disfrute del progreso económico.
De que se está produciendo un calentamiento global cada vez más alarmante, no hay duda alguna. Lo estamos sufriendo a diario y la ciencia lo ha confirmado. El Quinto Informe de Evaluación del Panel Internacional de expertos del Cambio Climático (IPCC), así lo dice. Y pone cifras. Si queremos permanecer por debajo de los 2ºC de temperatura media respecto a la época preindustrial, que sería la cantidad deseable para que todas las catástrofes naturales anunciadas no se produjeran, deberíamos reducir las emisiones de gases de efecto invernadero entre un 40% y un 70% desde ahora hasta 2050. Si, por el contrario, seguimos a los ritmos actuales, las temperaturas se incrementarán entre 2,5 y 7,8ºC, lo que tendrá consecuencias imprevisibles. Ya 2014 fue el año más cálido registrado en la historia y 2015 va camino de superarlo. Desde el inicio de las mediciones de alta precisión de CO2 en 1958 (serie a la que nos referíamos anteriormente para realizar nuestras estimaciones del impacto en la mortalidad mundial), la concentración media anual de este gas no ha parado de crecer, en términos absolutos.
Un ejercicio que suelo hacer en clase con los estudiantes es pedirles que calculen el impacto en el planeta causado por algún país desarrollado, aunque de poca población, y lo comparen con el impacto que causa alguno menos desarrollado, pero de mucha población. Las diferencias son impresionantes. En la actualidad, los diez mayores emisores de gases de efecto invernadero (China, EEUU, India, Rusia, Japón, Alemania, Corea del Sur, Irán, Arabia Saudí y Canadá) contribuyen con un 72% del total, mientras que los cien menores emisores no alcanzan el 3%. Por esta razón es importante que sean los países más contaminantes los que realicen mayores esfuerzos, y que los mismos se concentren en el sector energético, que es la principal fuente emisora. De ahí la importancia de la Conferencia del Clima COP21. También porque se nos acaba el tiempo.
Según las organizaciones sindicales, lo más importante es que en las negociaciones internacionales se incluya un pacto por una transición justa, que garantice que el paso hacia economías con bajas emisiones de carbono y resistentes al clima, aprovechando al máximo los beneficios de una acción respecto al clima, se hace reduciendo al mínimo los efectos para los trabajadores y sus comunidades. Por ello, los elementos clave a incluir en dichas negociaciones deberán ir orientadas hacia las inversiones sólidas en tecnologías y sectores con bajas emisiones y creadoras de empleo; hacia el diálogo social; a la formación y desarrollo de las competencias necesarias para estas nuevas tecnologías; al incremento de los programas de investigación y evaluación de impacto social de las políticas climáticas; y a la intensificación de la protección social y elaboración de planes locales de diversificación económica que apoyen el trabajo decente y favorezcan dicha transición.
Quizás en todo esto, el sector del turismo sostenible, muy apropiado para pequeñas localidades con especiales circunstancias de aislamiento y falta de recursos, como es el caso de Ceuta, está llamado a ejercer un papel destacado en dicha “transición justa”.