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Ni una voz

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Las muertes de aquellos cuyo único ‘error’ ha sido el de buscar un futuro deberían hacernos reaccionar. Son muchos los inmigrantes que han perdido la vida en su intento por llegar a este lado. Ceuta, ubicada en plena frontera, ha sido testigo y escenario de demasiadas. Los cementerios guardan los restos de quienes nunca pensaron que iban a terminar su periplo en esta estación.

Quizá el paso del tiempo o la hilera de lo que consideramos problemas nos ha convertido en seres fríos, incapaces de ponernos en el lado del otro, insensibles ante dramas que, de crueles, nos resultan impensables. No cabe otra explicación. La muerte, quemados y asfixiados, de dos subsaharianos en una cueva de Castillejos no ha generado ni una sola voz. El fallecimiento cruel de dos personas a tan solo unos kilómetros de nuestra Ceuta acunada en Navidad y en precampaña electoral no ha causado reacción alguna. Es como si nada hubiera sucedido, como si las redadas llevadas a cabo al otro lado para quitar, previo pago, los problemas de éste, nos dieran igual. ¿Qué está pasando?, ¿dónde está esa voz discordante con lo sucedido?, ¿acaso el modo de proceder de Marruecos es aplaudido por todos nosotros?, ¿que detengan a cientos de personas, que queman sus chabolos, que se causen muertes, que los cadáveres ni tan siquiera se recojan para darles un descanso digno, que a los supervivientes y testigos se les deporte al desierto... lo vemos normal?, ¿nos rasgamos las vestiduras por los dramas que ocurren a miles de kilómetros y somos incapaces de decir algo por lo que acaba de suceder al otro lado de la frontera?
Ayer, tras publicar la muerte de Vapour y Lebir, dos cameruneses cuyos cadáveres siguen dentro de la cueva que quemaron las fuerzas marroquíes, confiaba en que entidades, partidos políticos y esa parte de la sociedad que, quiero creer, aún no ha perdido dosis de humanidad, dijeran algo. Pero no, ni una sola voz, ni un gesto... la nada... como si no nos importara lo que ha pasado a unos kilómetros, que los cuerpos de dos chicos sigan abandonados, a su suerte, sin dignidad en un intento porque la historia no se conozca porque si no hay cuerpos, no hay abuso.
Y que este mundo, este nuestro mundo, se prepare para celebrar las fiestas del consumo, de la hipocresía y de los videos tiernos que nos hacen llorar cuando los vemos mientras que la realidad que asoma a nuestra vista es obviada con el más cruel de los silencios... Pues yo no lo quiero. Ni para mí, ni para mis niños.


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