El auspiciado fin del bipartidismo político en España por los partidos emergentes tendrá que esperar, pues el Partido Popular (123 escaños) y el Partido Socialista Obrero Español (90 escaños) sumaron 213 escaños de los 350 totales, algo más del 60% de los mismos, si bien su descenso y la llegada de nuevos grupos abren un periodo en el que los pactos serán ineludibles.
Pese a las caras largas de los populares, el PP puede estar más que contento con su victoria en estas Elecciones Generales, especialmente si valoramos la cantidad de escándalos que ha surgido en torno a esta formación y el ascenso de los nuevos partidos. No obstante, es cierto que este resultado augura unas arduas negociaciones en vista de que la ya anunciada durante la campaña abstención de Ciudadanos no les basta para iniciar una segunda legislatura consecutiva.
El PSOE sí parece haber acusado la aparición de nuevas fuerzas políticas, de las cuales sobre todo Podemos ha intentado atrapar explícitamente a buena parte de su electorado. De hecho, el propio Pablo Iglesias afirmó sin tapujos que los verdaderos socialistas debían elegir a Podemos porque ellos representaban la pureza de esos principios que, en su opinión, el PSOE había olvidado. La caída de veinte escaños con respecto a los resultados cosechados por Alfredo Pérez Rubalcaba en 2011 no es muy amplia, pero las conclusiones revelan cierta gravedad si consideramos el terreno global que ha perdido el socialismo durante los últimos años como consecuencia de un continuado y pronunciado desgaste. La mejor noticia para los de Pedro Sánchez es que han conseguido mantener su posición como segunda fuerza política del país, lo cual no es poco, pues sobre su espalda aún pesa el estigma de la herencia recibida, que le arrebata credibilidad de cara a muchos ciudadanos, y ha combatido en un duro encuentro frente al gancho social de Podemos, muy efectivo hasta el momento.
Podemos, por su parte, ha logrado un apoyo muy importante (69 escaños) para tratarse de su estreno, pero en absoluto le sirve para poner en marcha su programa sin abrazar a uno de los dos grandes partidos.
Esto, además, parece difícil, ya que en lugar de prestarse al diálogo con sus principales adversarios políticos ha trazado desde el minuto cero un buen número de líneas rojas controvertidas, algunas de las cuales son auténticas ficciones hoy por hoy. El referéndum de independencia catalana no será aceptado ni por el PP, ni por el PSOE, ni siquiera por Ciudadanos, cuyas posiciones en relación a esta cuestión conocemos desde hace mucho. Asimismo, las reformas constitucionales que exige Podemos no se pueden llevar a cabo sin el Partido Popular, que ni coinciden en los objetivos de Podemos ni lo harán. Iglesias debería recuperar los apuntes de la carrera y recordar que para reformar la Constitución con el reparto de escaños actuales debería incluir en el acuerdo a los populares. En definitiva, si el partido liderado por Iglesias persiste en la obligatoriedad de estas líneas rojas no será posible el gobierno de izquierdas que se teoriza en algunos medios.
En el contexto actual los cuarenta escaños de Ciudadanos sirven para muy poco, aunque suponen un éxito extraordinario para una formación que no se ha aliado con partidos regionales como sí ha necesitado poner en práctica Podemos para conquistar su cota. La unión de los escaños de los populares y los conseguidos por el equipo de Albert Rivera es insuficiente para ceñir la mayoría absoluta, por lo que Ciudadanos no es determinante para la investidura del PP y habrá que ver si podrá serlo en el Congreso con las medidas que se presenten progresivamente.
Los comicios han forzado un medio de obligado entendimiento en el que, de inicio, los partidos de la supuesta “nueva política” han comenzado con mal pie, exigiendo no sé cuántas cosas, aun sin haber vencido, antes de proponer el diálogo del que tanto han presumido durante todos estos meses. Ahora ya no bastan los gritos en la calle con el brazo derecho levantado o la exposición de propuestas hipotéticas adaptadas al oído del ciudadano, ahora toca trabajar de verdad y respetando la voluntad de todos los españoles que depositaron sus votos a muchos más partidos aparte del propio. La fase del espectáculo ha terminado a menos que se reanime con unas segundas elecciones que, sea dicho de paso, prolongarían pero no resolverían el problema