Me diste tu sonrisa cuando más la necesitabas y ahora el vacío recorre las venas, secas por el llanto. Me diste tus lágrimas y no me pides nada a cambio. ¿Cuándo terminará tu silencio, que
hasta el jilguero calla su canto? ¿Adónde llega tu fortuna que hasta el ave reclama su espacio?
El sol del mañana avanza despacio. Las noches sin luna ocultan milagro. Estrella de oro en el universo inventado, negro es el aire cuando duermen tus rayos.
¿Quién borró las huellas de tus pasos? ¿Quién dijo que tus palabras merecen el olvido? ¿Quién hiciera largas las distancias, que hasta lo breve se hace infinito?
Existe un lugar entre las nubes, más allá del reino prohibido, donde los hombres cultivan la luz de su espíritu, y donde el brillo de las hojas nos recuerda que un día fuimos lo mismo.
Hasta allí habrán de llegar las ágiles naves del estado bienhallado, guiadas por el viento y por el secreto de sus libros. Si la libertad es la fórmula con la que se sustancian los sueños, ¿Qué será de los anhelos de un pueblo cuando no encuentran principio?
Al ras de las páginas, un segmento de luz nos muestra el camino.
Está escrito que debemos partir, pero no el punto de destino, si acaso algún lugar en la ínsula de la justicia. La vida se convierte así en una aventura, en una búsqueda, donde la libertad es el mayor tesoro y la voluntad es un don escondido. Entonces ¿quién decide el rumbo? El proverbio “adónde el viento te lleve” tiene verdad inadvertida.
De otra forma, y si nos movemos por el mundo de las ideas, diremos que la voluntad se alimenta favorablemente de la libertad. Pero en la realidad que pisamos la libertad se encuentra condicionada por dos factores: uno social, la convivencia; y otro natural, la escasez de recursos.
Así, la dimensión social del hombre es lo que impregna de complejidad la llegada al puerto de la justicia. Sin embargo, en un viaje de ida y vuelta puede ser que un conocimiento sobre el ser íntimo del hombre nos de las claves para una vida en sociedad.
Podremos decir en base a esto que una sociedad ha adquirido la edad de la madurez cuando sea capaz de discernir los límites de la libertad sin tener que recurrir a los agentes del orden.
En mi opinión, lo que está pasando en nuestro mundo es que el número de individuos que viven en libertad, que tienen equilibradas las naturalezas individual y colectivas, es decir, que tienen sus necesidades principales y vitales cubiertas, comienza a ser pequeño, amenazando la convivencia con toda suerte de caos.
Es el momento de un punto de inflexión, de virar hacia un sistema cuanto menos humilde.