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El Gran Capitán

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Antonio Luís Callejón Peláez es un joven historiador granadino, especializado en temas de arte, que en transcurso de poco más de un par de años, nos ha dado dos libros que hacen época.

El primero se titula “Primus inter héroes” y el subtítulo es éste: “Damas y guerreros en la decoración del Monasterio de San Jerónimo de Granada”. Se trata de un monográfico sobre dicho monasterio que sobrepasa las seiscientas páginas, de las cuales solamente la bibliografía consultada ocupa más de quince. Un auténtico trabajo de titanes que contiene todo el saber que hasta el día de hoy se ha vertido sobre dicho monumento. Precede al libro un imprescindible prólogo de Rafael López Guzmán, catedrático de historia del arte en la Universidad de Granada, en el que nos cuenta la génesis de la obra y analiza su contenido.
Huelga añadir que se trata de una obra para especialistas en arte y estudiosos de la vida y hazañas del Gran Capitán y de su esposa doña María Manrique. El deseo de acercarse a un público más extenso y popular ha dado el segundo libro, “El último amor del Gran Capitán”, menos extenso –sólo 550 páginas-, y también más ameno, ya que goza de todos los atractivos de una novela, sin perder jamás un ápice de su verdad histórica. Para mayor insistencia en esta verdad histórica al final del libro hay un índice de fechas, que va de 1453 a 1527, que es la época que abarca la novela, que el lector puede en todo momento consultar.
Es muy posible que este ajuste a la verdad histórica sea la primera virtud de esta novela. Pero también puede que sea la amenidad del relato que nos ofrece Antonio Callejón en sus más de quinientas páginas de narración. Ambas virtudes se complementan y van de la mano. Contar la Historia y contarla de una manera veraz y amena es algo que muy pocos saben hacerlo. En España se publican todos los años cientos de novelas históricas, pero son muy pocas las que cumplen con estos dos principios de veracidad y amenidad, que en este libro es lo primero que nos sorprende. ¿Cómo consigue Antonio Callejón esta amenidad? Muy sencillo: ha creado una narradora, doña María Manrique, la viuda del Gran Capitán, que en unas supuestas memorias que escribe al final de su vida, nos va contando todos los aconteceres de aquellos años, que abarcan casi medio siglo del XV y un cuarto del XVI. Su trabajo ha debido costarle a un hombre del siglo XXI meterse en la piel de una mujer del siglo XV, pero el resultado no puede ser más halagüeño. Juzgue el lector por estas líneas con las que se abre el libro:
“Durante mi extensa vida he visto cómo el mundo pasaba de plano a ser redondo; me he maravillado que, de haber unas Indias, después fueran dos, y he presenciado cómo ciudades enteras quedaban despobladas tan sólo porque sus gentes rezaban al Dios equivocado, que siempre es el Dios de los vencidos. (…) Yo, María Manrique, duquesa de Sessa y de Terranova, viuda de Gonzalo Fernández de Córdoba, nombrado por sus hazañas como el Gran Capitán, estoy pronta a saludar a la muerte. Y ésta es mi historia….”
Desde el comienzo del libro llama la atención la ruptura con los tópicos vigentes. Así, por ejemplo, en las primeras páginas ya sabemos que la reina Isabel no es guapa, (algo que contrasta con las imágenes que nos ha dado el cine y la tele), y que su corazón dista mucho de ser magnánimo. Lo demostró en el caso de la Beltraneja, en el de Boabdil y otros varios. También llama la atención la habilidad del autor para darnos el retrato de un personaje con un par de palabras certeras. Así, por ejemplo, le bastan estas dos palabras, “fría culebra”, para ofrecernos el retrato del inquisidor Torquemada.
Pero Antonio Callejón no se limita a contarnos los grandes acontecimientos de aquellos años. Como buen narrador también entra en la historia menuda –lo que Unamuno llamaba la intrahistoria- y el día a día que sus personajes van viviendo. Valgan de ejemplo esta página sobre el primer arzobispo de Granada, fray Hernando de Talavera:
Lo encontré en uno de los pasillos echando una reprimenda a una pareja de curas jóvenes. El arzobispo estaba escoba en mano y manejando un caldero lleno de agua. Cariñosa, pero contundentemente, como era propio de su carácter, no dejaba de dar instrucciones y de reprenderlos por lo mal que habían barrido.
Partos, muertes, amores, viajes, unos espontáneos y otros obligados, guerras y desfiles militares, se van sucediendo en el libro. Al mostrarnos de cerca el rostro y las acciones de reyes y magnates vamos conociendo, además de sus pocas virtudes, sus muchísimos defectos y maldades. De los muchos abusos, injusticias y atrocidades que aparecen en la novela quizás ninguno tan bochornoso y lamentable como la injustificada y cruel expulsión de los judíos o la fanática quema de libros de Cisneros en la plaza Bib-Rambla de Granada. De las muchas muertes que presenciamos en el libro, ninguna tan conmovedora como la del príncipe Juan, el heredero de los Reyes Católicos.
Mi amiga me confesó que el joven había sucumbido a los encantos del amor nada más celebrar su boda con la princesa Margarita. La pareja había permanecido encerrada en sus aposentos durante días y la Corte, escandalizada, vio cómo poco a poco el príncipe palidecía consumido por la pasión.
No quiero terminar estas líneas sin aludir al estilo. Callejón utiliza un lenguaje claro y sencillo y jamás cae en el error de intentar imitar la lengua de Castilla de comienzos del siglo XVI, algo que ya hemos visto en otras novelas de este tipo. Como el libro va a lectores actuales, justo es que se les hable en la lengua de este siglo. Pero, ay, en este estricto acomodo a la lengua actual a veces también cae en la aceptación de algunos de sus vicios. Valga de ejemplo el empleo del verbo escuchar en casos en que necesariamente tendría que haber empleado el verbo oír. Aunque parezcan sinónimos no lo son: el verbo escuchar supone una atención del sujeto que el verbo oír no tiene. Es un pecado que la tele, la radio y cierto periodismo, cometen a diario, pero el escritor, aunque los oiga, no debe aceptar esos cantos de sirena de una falsa y empobrecedora modernidad.
Antonio Callejón no olvida en ningún momento su trabajo de historiador y al final de la novela, además de la ya aludida lista de fechas, también nos ofrece dos mapas, uno de España y otro de Italia, con indicación de los lugares donde tuvieron lugar los principales acontecimientos que se relatan en la novela. De esta manera el lector, a la detallada explicación de los aconteceres, también tiene el complemento de los adverbios de tiempo y lugar, cuándo y dónde, indispensables en toda obra histórica.
En resumen, un gran libro para estas largas veladas de invierno.


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