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Jesús vuelve a Hebrón con los pastores

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Myriam siempre había añorado tener una iglesia cerca de su casa, para poder participar en actos litúrgicos. Lo que más echaba de menos, según me comentó, era la adoración al Santísimo.

Para ir ambas, cuando yo pasaba unos días con ella, a la iglesia más cercana en Jaffo, solíamos coger taxi a Tel Aviv y después un trayecto en autobús, pues en  casa no podían llevarnos hasta allí en coche, por no haber terminado el Sabbat. Nunca desfallecimos, íbamos con gran alegría. Ella es una gran conocedora de las Sagradas Escrituras, y entre el vecindario ven algo diferente en su comportamiento, siempre tiene una explicación teológica para todo, y dice que cuanto más lee la Torá o los Evangelios, más comprensión, mayor sabiduría experimenta para solventar  cualquier situación que se le plantee.
Un día le pregunté el significado de “la higuera seca”, cuando el Señor, al pasar por Jericó, todos con hambre, la maldijo, al no poderles dar nada, porque no era tiempo de dar frutos. A la vuelta de Jerusalem, se la encontraron seca. Me explicó el mensaje: “de lo que no tienes, da”. Consideré que era una explicación adecuada a las dudas que le planteaba. Pienso que quizás sea el motivo por el que se sienta tan querida a su alrededor. Quizás también por ello, el joven Rabí, vecino de la nueva casa en Tel Aviv, donde vive su hijo, la pondera y la bendice siempre que se ven, como “madre coraje”.
La sociedad israelita, compuesta por gente sencilla y muy trabajadora, tiene mucho que enseñar a sociedades que parecen perdidas en un mundo de nebulosas y frustraciones…
Jesús y los Suyos, van camino de regreso, después que Él ya ha cumplido con un requisito muy importante en el primer año de Su Misión: “Encontrar a los pastores que Le adoraron al nacer, y alegrarse junto a ellos con aquel hermoso recuerdo”… El torrente del río se ve correr por  abajo desde donde ellos se encuentran, pues Jesús y los que Le acompañan están arriba, entre montañas. No han dejado que el Maestro llevara ningún peso; los demás van algo cargados con las alforjas. Es de notar que Jesús ha vuelto a ponerse Sus vestidos habituales y Sus sandalias de siempre. Juan se admira al ver tantos frutales y viñedos. A pesar del calor, de la carga que lleva y del cansancio, siempre tiene la palabra amable y desenfadada, y pregunta al Señor si por esos parajes, fue donde los antepasados cogieron los frutos milagrosos. “Un poco más al sur. Pero esta tierra es muy rica en frutos. Por ellas ocurrieron muchas guerras y la sangre corrió abundante en estos campos. Cuando atravesemos aquellas colinas, estaremos en el Hebrón, ya que se encuentra a pocos kilómetros”.
Jesús les dice que también los va a llevar a un lugar donde Él estuvo haciendo oración y penitencia, para que ellos comprendan mejor la Misión del Mesías. Pero Judas, que nunca está de acuerdo en nada, comenta que no debían haberse marchado tan pronto de Keriot, con la cantidad de cosas que su madre había preparado para Él, “y total, después de un suceso sin importancia, como el fallecimiento de aquel desconocido anciano”. Jesús le llama la atención por mostrar tanta indiferencia hacia los demás. Aquel anciano había esperado toda su vida al Mesías, no quería morir sin conseguir verlo. Y lo consiguió por su confianza y su fe. Él había ido a adorarlo en Belén, a pesar de los difíciles caminos y las dificultades de la Empresa. “¿No querrías para ti una muerte como la de él?”. Si consideras que tu fiesta se fastidió, piensa que Dios te habla en esto. Medita, Judas. Tu madre Me verá, pero él a Mí no. Y ha muerto en brazos de Su Mesías, encomendando su espíritu al Altísimo. Así mismo, debemos observar un respeto escrupuloso con la Ley, dando ejemplo a todos”. Simón refuerza los postulados del Maestro; dice que los rabíes y fariseos aplastan al pueblo con tantos preceptos, sin embargo, callan cuando la casa de Juan se profana con el vicio. Jesús argumenta que lo importante es seguir a la Verdad, para que “fermente la masa” y se extienda “el Verdadero Incienso” por todo Israel.
Cuando Judas pregunta a Jesús por la conversación que Él tuvo con Aglae, (que vivía en casa de Juan, como concubina de Herodes), el Maestro no le responde, pero sí que Le pregunta a Juan por su cansancio, y quiere cogerle el fardo. Juan, tan amable como siempre, no lo acepta… Están cerquita de las ovejas de Elías. Los pastores se han sentado a la sombra de los árboles. Al ver a Jesús con los Suyos, se tranquilizan, pues el retraso les preocupaba. “Un anciano fiel al Mesías, murió en Mis brazos, por eso nos demoramos”. Judas se vanagloria de los preparativos de Keriot, para recibir al Mesías. Luego Jesús informa a Isaac, el pastor curado milagrosamente por el Señor, que pasaron a despedirse de Sara. Allí les dieron vestidos, alimentos y dinero para él. Isaac se ha emocionado; quiere que Jesús se quede con el óbolo, como ayuda para todos. “Yo estoy acostumbrado a no tener nada”. Pero el Maestro le recuerda que tendrá que viajar a otros lugares anunciando al Mesías, y necesitará recursos. Isaac toma también la alforja con la ropa, busca unos matorrales para cambiarse de vestidos, y sale al rato a gusto y limpio. Elías informa a su Maestro lo que les había ocurrido mientras esperaban con el ganado. Llegó una joven en nombre de Aglae, con una bolsa llena de joyas para entregar al Maestro. La primera vez no quisieron cogerla. Volvió por segunda vez la sirvienta, les entregó la bolsa y le dijo a él: “Ven en nombre de Jesús”. Él fue, sin saber lo que se iría a encontrar. “Pero la joven quería saber más de Tí. Le hablé poco por precaución, Señor, y ella lloraba”. Judas está en todo, para luego molestar con sus opiniones. Le dice que no lo hizo bien. Que hablar de Jesús, es hablar del Mesías, Rey del mundo. Se entabla entonces una pequeña discusión entre ambos, y aunque el Maestro escuchaba en silencio, ahora interviene, ya que la entrega de sus joyas son señales de conversión. Elías enseña la bolsa. Hay de todo. Judas se encarga de ellas. “La joven dijo que aunque era oro de pecado, si se entregaba a los pobres, se convertiría en bueno”. Judas quiere ir para hablar con ella, pero Jesús pronuncia un “¡No!” rotundo, que no admite réplicas. Elías se da cuenta de que Jesús está enfadado y se disculpa por haber hablado con ella. “Es necesario un arrepentimiento profundo. Hay que esperar. El maligno mezcla la buena levadura con el salvado. Debemos tener paciencia y que la Misericordia de Dios purifique y se arraigue en el alma. Dios hará Su obra. Cuando la harina está preparada, se fermenta y se hace pan. Pero la Operación es larga y el alma debe aceptar”.
Todos comprenden que la decisión de Jesús es la correcta. Simón cree que las joyas se deberían vender, pero el Maestro ha decidido continuar con el viaje de regreso. Se marchan caminando por un bosque de sombras. Elías se quedará en los pastizales con Leví, que espera. José irá hasta Jericó y allí se quedará hasta reunirse de nuevo con el Maestro. Isaac marchará hacia Arimatea, Lidia y Doco. “Tienes que preparar la Judea, Isaac. Como hiciste en Yutta”. Los demás se quedan expectantes a que Jesús les encargue una Misión. “Os llevaré a que veáis dónde Me preparé, antes de comenzar la Evangelización”. Judas Le pregunta si Su preparación fue con algún Rabí o con Juan. Y no, ni con un Rabí, ni con Juan. “Ahora os llevaré a un lugar donde vais a poder comprenderMe mejor”. Elías ha traído leche y pan negro del Hebrón. Descansan mientras toman el refrigerio y el Señor, al fin, dice: ”¡Vámonos!”…
Después de haber pasado la noche andando, se ven unas montañas altas en medio de un claro amanecer, que al saludar al Mesías, embellecen el rostro de Su Creador. (Hago un descanso porque recuerdo la subida del Monte Sinaí, toda la noche. Al amanecer, me encontraba en medio de unas montañas altísimas, con nidos de águilas a su alrededor, y creí que no podría bajar nunca de aquellos terribles peñascos. Cuando pienso en aquello, siento vértigo).
Andando sin parar, han subido casi a la cima del monte, (en la actualidad, unos monjes griegos y ermitaños parece que custodian el emplazamiento, y a los que  se les saluda  cuando se visita el lugar). Es una contemplación imponente. El monte es rocoso, sin vegetación, con grutas, cuevas y escondrijos. En esa zona casi no llueve, por lo que las pocas plantas que se ven esparcidas, sólo tienen espinos. Hay una soledad extrema; el cielo aparece oscuro y triste. Aunque es de día, da la sensación de que es de noche.
Abajo se ve un lago extenso, muerto y negro; ni siquiera un avecilla lo surca, y en sus riberas no hay signo de vida. “Este es el lugar que Yo quería que conocieseis. Aquí  es donde el Mesías se preparó para Su Misión”. Hay un camino que parece de cabras montesas, pues no es transitado por hombres. Se extrañan de aquel lugar tan tétrico.
“¿Con quién estuviste?”, pregunta Judas. “Con Mi alma y con el Padre”. El discípulo pensaba que sólo había estado unas horas, pero Jesús Le precisa que no, que fue mucho más. Judas quería saber cuánto. “Mis criados fueron los asnos salvajes, y de criadas tuve a las águilas. Y alguna ardillita que venía junto a Mí, a comer un poco de yerba que hubiese. Comí la flor silvestre y bebí rocío de la noche. De día el sol Me bañaba. Necesitaba prepararMe bien. Quería que los hombres comprendieran y amasen al Señor, en espíritu y en verdad. Debemos pensar en el triunfo de Dios, no en el de uno propio de forma interesada. El hombre que piensa así, se engaña. Tuve que convivir con la plegaria y con grandes trabajos”. Judas está asombrado; él pensaba que su Maestro había estudiado con rabíes, o con los esenios. “¿Iba a encontrar un Rabí que Me enseñase más que la Sabiduría de Dios? Yo soy el Verbo del Padre Eterno, que estaba cuando el Padre creó al hombre y sé todo de él; muchos de ellos niegan la inmortalidad del alma, la resurrección final, o la libertad de acción. ¿Aprendería Yo estos errores humanos? En la mente de Dios, que os creó, hay un destino para vosotros. Destino de amor, paz, gloria… Porque sois hijos de Dios, Él os quiere santos. Él creó a Adán y Eva, hecho él del barro de la tierra. Y hasta llegar al último hombre, creará su alma. Vosotros sois reyes, porque sois libres. Cuando un rey está aprisionado, sólo es un reyezuelo… En los confines de vuestro pequeño reino tenéis un Rey amigo y dos potencias enemigas. ÉL, que es sabio y santo, hace las reglas y os quiere felices, porque sois Suyos. Las dos potencias enemigas son Satanás y la carne, que os seducen con riquezas, fiestas, honores y poder, que se oponen a la honradez. Satanás os encadena, os pone un yugo al cuello. Con un látigo os azota y os hace manar sangre. Pero si rechazáis todo eso, llega la Misericordia, que recoge los despojos, os cura, da salud. Te dice: “te amo, ven Conmigo, no tengas miedo. Así llegaréis a la paz de conciencia, y después, a la paz de Dios. ¿Este destino es impuesto o lo elige cada uno?”.-“Cada uno, Señor”, dice Simón. “Así es. Vine aquí a retocar Mi alma de Hijo del Hombre. Han sido treinta años de preparación para ir perfecto a la Misión que traigo”. Pide Jesús que se queden unos días con Él en esa cueva. Cuatro amigos que lucharán contra la tristeza, el miedo, las tentaciones y la carne. “La primera vez que estuve aquí, hacía frío, el viento descendía de los hielos. Ahora es verano, llevamos alimentos para calmar el hambre, en los cueros hay agua suficiente. Tengo necesidad de arrebatar dos almas a Satanás, que están envueltas en voces infernales. Os pido vuestra ayuda. Hagamos penitencia. Se les arrancan no con palabras, sino con sacrificios. Pensadlo. Yo Me quedo… Nos podemos ver abajo, en el poblado”. Juan se queda de muy buena gana. Simón se  también dice muy seguro: “me quedo”. Aunque a Judas no le apetece en absoluto, dice que se queda. “Entonces guardad los alimentos en la cueva, al fresquito. Partid leña para defendernos de los animales en la entrada. Dentro se quemarán las víboras y escorpiones”…
Han pasado pocos días de estancia en medio de aquella soledad. De noche aún y con un bonito cielo estrellado, que parece no querer dejar a su Mesías en el abandono total, Jesús habla a Sus discípulos para enseñarles algo más. Les dice que la otra vez que estuvo allí, fueron cuarenta días de frío y nieve alrededor. Cuando bajaba exhausto al fin, por aquellos montes, Él sentía la soledad en Sus entrañas. “Nos vamos. No olvidéis nunca este lugar donde se preparó el Mesías. Os enseño que así se prepararán los Apóstoles, y los que Me sigan en tiempos venideros”. Comienzan el descenso; un camino largo y difícil, sorteando piedras y guijarros, para no caerse o herirse los pies. Caminan mucho durante horas y horas. “Aquí no existe la vida. El Mar Oriental (Mar Muerto), esparce su muerte desde el subsuelo de sal”, explica Jesús. Llegan a un peñasco donde Él fue tentado por Satanás. El Maestro les pide detenerse. Están cansados y tienen hambre. Jesús reparte el pan y el queso de las alforjas. Distribuye agua con un pequeño cuenco. “Sentaos junto a Mí, os contaré algo que diréis a vuestros amigos y al mundo. Cómo fue Mi lucha en este Monte”. Y todos muy atentos, se disponen para guardar en el corazón las Palabras que pronunciará su Maestro.


BIBLIOGRAFÍA: Núm 13,16-27;Reyes1y2; “El Evangelio tal como me ha sido revelado”, María Valtorta, t.II


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