Hoy recuerdo con grata sonrisa algunas anécdotas simpáticas que vivimos en Israel Myriam, Esther de once meses y yo, hace ya muchos años. Allí el circuito de autobuses que recorre el país es muy cómodo, te lleva donde quieras sin problemas. Nosotras decidimos un caluroso día de julio visitar la ciudad de Tiberíades y el Lago, que allí le dicen El Quineret, porque tiene forma de violín. Fuimos al centro de Petaj Tikwa dando un paseo con la niña en el carro.
De allí a la parada de autobuses, que suelen estar bien pertrechadas con tiendas de recuerdos y otro tipo de enseres, pues contienen cualquier producto que pudieras necesitar y puestos con un exagerado despliegue de comida rápida para mitigar el hambre del viaje.
Hago mención de que el israelita primero quiere que comas, basado en verduras exquisitas de toda clase, y cuando hayas terminado, ¡ya pagarás sin prisas! Compramos billetes a Tiberias, dimos un buen recorrido por todo el pueblo y luego el almuerzo, nos asomamos al Lago recordando cómo el Maestro pasó allí tantas vivencias que leemos en Los Evangelios, por eso es bueno llevarlos para poder recordar in situ, y después salimos de la ciudad hacia una carretera donde esperamos otro autobús que iba al Monte Carmelo.
Hacía mucho que no nos veíamos, por lo que nos faltaba tiempo, teníamos que recordar demasiadas cosas. Teníamos que hablar deprisa. Nos habíamos situado cerca del conductor. Hablábamos sin parar y nos reíamos de las situaciones del pasado juntas en Ceuta. Al terminar el trayecto, nos bajamos para conocer un poco del Carmelo y visitar el Santuario. El conductor se volvió a Myriam en todo jocoso y le preguntó en hebreo:”¿es que acaso sois suecas?” La risa incontrolada volvió a nosotras. Otro día en Nazaret, subiendo hacia la iglesia ortodoxa griega donde se encuentra una fuente que todavía mana agua, desde tiempos de Jesús, a la altura de la Casa Nova franciscana, vimos en el suelo dos aparentes higos de higuera. Al cogerlos de un suelo que ardía, comprobamos que eran limones. Al vernos tan cretinas nos pusimos a reír y no había manera de cortar la risa. Considero que la alegría al estar juntas por unos días fue el motivo de una felicidad que queríamos afianzar….
Jesús tenía mucho interés en que Sus discípulos experimentaran lo que supone hacer un gran sacrificio, con oración y penitencia, para obtener, por medio de ellos, una concesión muy importante del Padre. El Maestro quería que hicieran un buen ejercicio espiritual práctico, para después poder enseñar al mundo, a los hombres, y mostrar los resultados milagrosos que se producen en nuestras vidas. Quería Él que supiéramos lo que es superar un asunto muy grave que se sitúa ante nosotros. No somos los que nos salvamos ante la avalancha, sino que es Dios Quien nos salva, y a Él debemos acudir, seguros de Su infinita Bondad y Misericordia. Era necesario explicar bien, para que conocieran mejor el Mensaje Evangélico. Y en esos instantes, sentados todos en unos pedruscos, comienza Jesús el relato de cuanto ocurrió en esos parajes.
“Escuchad. Hubo una vez un hombre, (no quiso el Señor nombrar a Judas, para no ponerlo en evidencia), que conozco muy bien, que Me preguntó si Yo alguna vez había sido tentado y había pecado, porque entonces hubiera sucumbido a la tentación. Al responderle que no, porque para resistir, a pesar de ser el Mesías, había pedido ayuda al Padre, de esta manera:”Padre, no Me dejes caer en tentación”, este hombre al conocerlo, se extrañó muchísimo”. Jesús habla con una voz discreta, despacio, para proporcionar mayor interés, escenificación y misterio a lo que explica. Judas se siente reconocido en aquel hombre, por lo que no levanta los ojos, para no encontrarse de frente con los de Jesús. Sin embargo, tanto Simón como Juan no quitan la vista de encima al Señor. “Ahora, amigos Míos, os ampliaré el conocimiento que aquel amigo no supo entender del todo. Acordaos que fui al Jordán donde Juan Me bautizó.
Yo estaba limpio, pero ante el Altísimo debemos estar pulcros, inmaculados. Debemos considerarnos con humildad “un hombre pecador”, pues de este modo, recibimos un bautismo que limpia el corazón. Quien Me bautizó es un Profeta muy grande y muy santo, que Me llamó Cordero de Dios, porque vio bajar el Espíritu sobre el Verbo. Mientras, la Voz del Padre resonaba tan fuerte, que llenaba los Cielos con enorme fuerza:”Este es Mi Hijo muy amado, en Quien tengo todas Mis complacencias”; y el fuego de amor se impregnaba en las almas. Aquí tenemos a Juan, que fue testigo, cuando el Bautista repitió las palabras que oía del Cielo.
Por tanto, cuando terminó el ritual, Yo estaba completamente limpio. Pero, no obstante, consideré que debía prepararme aún más, con ayunos y oraciones. Sí, Judas, mira bien a tu Maestro, fijamente, pues aunque era el Mesías, también era el Hombre Dios, que no quería ser superior al hombre y no quería ninguna complacencia con el mal. MíraMe, Judas. Levanta tu rostro y mira a tu Maestro”. Las luces de las estrellas que aún persisten en el Cielo, hacen parecer los ojos de Jesús dos estrellas brillantes, en contraste a Su pálido rostro…
Y continúa Su enseñanza: “Si queremos ser Maestros, antes hay que ser discípulos. Yo, como Dios, puedo saber y comprender todo, porque tengo una Inteligencia superior, de Dios. Pero no quería reproches posteriores que Me recriminaran nada, que Me dijeran “Tú no tienes idea de las pasiones de los hombres”. Por eso fui al monte, a prepararMe tanto para la Misión, como para la tentación. Aquí fui tentado del mismo Satanás, y no de un mortal. Mirad, ya Me quedaba poco para acabar los cuarenta días en los que no probé comida necesaria, porque cuando te sumerges para hablar con Dios, sólo sientes el gozo de hablar con Él.
Pero cuando volvía de nuevo al mundo, sentía las necesidades que existen en él: hambre, sed, frío, cansancio… Estaba muy débil. Porque, amigos, Yo también tengo cuerpo verdadero; he sentido y siento las mismas necesidades que hay en el mundo.. Del hombre he tomado la materia con sus pasiones, pero he doblegado a las pasiones que no son buenas con Mi voluntad. Sin embargo, las pasiones buenas, como el amor a los amigos, a la patria, al trabajo, he dejado que arraiguen en Mí con fuerza. Sentí pena al no estar junto a Mi Madre, por Sus amorosos cuidados. Ella es la Única que Me ama de modo perfecto. Aquí sentí el dolor que Me espera en el futuro, y el dolor de Mi pobre Mamá. ¡Tantas lágrimas como derramará por Su Hijo, a causa de los hombres! Aquí también sufrí el cansancio del héroe y el asceta, pues por un momento de tentación, pensé que todo era inútil. He llorado de tristeza, porque permití que Satanás Me tentara.
No es pecado estar triste en momentos de dolor. Mas sí es pecado caer en la desesperación. Cuando el Maligno nos ve caídos, con espíritu débil, se ensaña con nosotros, no nos deja vivir. Os describiré cómo se acercó a Mí para que sepáis distinguirlo, pues siempre toma un aspecto bondadoso y nos trata de confundir, ya que es el gran mentiroso, engañador.
Venía vestido de caminante apacible. Daos cuenta de que Yo tenía hambre y sólo treinta años. Me ofreció ayuda, dijo que convirtiese unas piedras en pan. No obstante, lo hizo con absoluta desvergüenza. Primero Me habló de la mujer; él sabe hablar de ella, pues la conoce perfectamente.
Recordad que fue la primera que corrompió, para hacerla su aliada. Soy el Hijo de Dios y soy Jesús de Nazaret, el carpintero. Aquel hombre que Me preguntó (y mira a Judas), si sabía algo sobre las tentaciones, e incluso Me recriminaba no haber pecado, le digo que cuando alguien rechaza la tentación, ésta se hace más fuerte y resistente, y cuesta quitársela de encima. Pero Yo rechacé el hambre de mujer, el hambre de pan, y eso que él Me invitaba insistente para que sucumbiese. “No sólo de los sentidos vive el hombre”. Después de tentar al Hombre y fracasar, intentó también tentarme como Mesías, ya que la Misión que traigo del Cielo es fundamental para la salvación del hombre. Me tentó como Dios y “a Dios no se le tienta pidiéndole milagros para fines humanos”. Por eso Me decía “GloríaTe de ser el Mesías”, porque quería que el orgullo aflorase en Mí. Satanás es persistente y no se deja vencer fácilmente. “No tentarás al Señor, tu Dios”, le dije. Por último, lo intentó con acciones humanas. Retened esto en vuestra mente: el hombre es capaz de hacerse un ladrón por el pan, y venderse con ello a Satanás. Él Me ofreció su oro, pues quería que lo adorase. No lo consiguió. Le dije:”Adorarás al Señor tu Dios”. Y precisamente fue aquí, en este sitio, donde ocurrió esta tentación”.
Termina Su discurso. Se pone en pie. Está solemne, hermoso, con majestad. Apenas si hay luz, sólo la que emiten las estrellas. Los discípulos ven que el Maestro se ha levantado y ellos también lo hacen. Jesús mira fijamente a Judas, y de nuevo, y prosigue Su discurso:”Vinieron los ángeles del Señor. El Hombre había ganado la triple batalla. Estaba agotado, ya que la lucha había sido ardua, más que soportar el ayuno. Con ello, el espíritu se había hecho un gigante, robusto.
El Cielo siempre está feliz cuando la creatura, usando su inteligencia, vence a Satanás. A partir de entonces tuve, creo, el poder para hacer milagros, (omito el de las bodas de Caná, por petición expresa de Mi Madre). Había vencido a la parte animal que rodea al ser humano. Como Dios, lo puedo todo, pero quería resolverlo como Hombre. Ahora podréis imitarme. Haced esto en recuerdo Mío. Luchad ante las tentaciones que os trae el Maligno con sus engaños. Os hablé de “aquel hombre”.
Pues bien, él se sorprendía de que Yo hubiera pedido al Padre no caer en tentación superior a Mis fuerzas. A partir de ahora estoy fuerte, victorioso. Y si vosotros sabéis aguantar bien los envites del Maligno, saldréis victoriosos también. He salido al encuentro de Mi atardecer humano.
Aquel al que dije:”también Yo Me preparé”, comprobará que es verdad. Habéis venido Conmigo a Belén, donde nací, y Me habéis acompañado a este lugar de penitencia. Os lo agradezco mucho. Sentí desilusión y náuseas al encuentro con el mundo, pero ahora estoy fuerte como un león y Me uno al Padre en oración y penitencia. Tomo Mi primera Cruz de Redentor. Vamos ahora, de tu mano, Juan, junto a María, Mi Madre. Y quiero estar junto a nuestros amigos. Os pido que Ella no sepa nada de esto, para que no sufra. Sufriría muchísimo por la crueldad humana. No quiero que beba el cáliz amargo que Le helará el corazón. Aún no le toca. Tampoco le digáis que fui rechazado como un perro. Debéis callar hasta que llegue la hora de hablar”. Ellos Le prometen no decir nada aún, para que esté tranquilo. A lo lejos se ve un pequeño oasis con un manantial y un pozo de agua fresca. Allí encontrarán sombra y alimento, y descansarán un poco. Luego bajarán hasta el río, en un sitio donde quedaron con José, el pastor. “¡Vámonos!” Y se ponen en camino, cuando ya amanece Bajan silenciosos, meditando en sus corazones las enseñanzas que les dio su Maestro.
BIBLIOGRAFÍA: María Valtorta:Poema del Hombre Dios t.II; (En este texto se refleja lo que será la doctrina de S. Pablo)Filp2,7;Hebr.2,16-18;4,15;5,2; Tesl.5,23;Mt.4,2;26,38; Mc.14,34;Ju.4,6;Heb.4,15; Mt.4,1; Mc.1,12;Lc.4,1