Ayer, de nuevo, se organizó otro Círculo de Silencio. Como todos los segundos miércoles de cada mes. Se hizo sin estridencias, sin buscar ruido, sin caer en protagonismos que tan solo buscan fotos.
En la Plaza de la Constitución se unieron inmigrantes y personas que claman por más derechos, por más justicia, por lograr eso que nos dicen que existe: la igualdad plena. Como cada segundo miércoles de cada mes, la unión de unos pocos hizo la fuerza, el silencio pudo más que los gritos... y allí se pidió y se reclamó lo que todavía no hemos logrado: que realmente existan esos derechos humanos que solo aparecen sobre el papel.
Nos queda mucho por avanzar en el campo de la inmigración, mucho que mejorar. Han pasado años sin que seamos capaces de superar conceptos erróneos, prejuicios insanos. Vivimos un momento complicado para buscar la calma, para alcanzar esa paz. Vivimos momentos convulsos, plagados de personas tóxicas que, con sus planteamientos, hacen daño, demasiado daño a la sociedad en general.
Cada vez que compartimos en redes sociales informaciones que tienen como protagonistas a los inmigrantes, asoman las mismas personas que no dudan en dejar expuesta su opinión radical, negativa y falsa sobre estas personas, ayudando de esta manera a que se extiendan conceptos negativos. Los medios de comunicación poco ayudamos, al permitir que determinada ola de opinión basada en informaciones falsas siga creciendo en vez de mostrar nuestra fortaleza para que, con hechos, podamos frenarla. Éramos imprescindibles, nos decían en la Facultad. Cada vez somos más prescindibles, doblegados por propio voluntad a un sistema que hace tiempo que transformó esto en un negocio. No tenemos la complicidad suficiente como para devolver a este mundo la coherencia perdida para evitar que los gritos sean los que gobiernen el mundo, quebrando los momentos de paz, de calma, de necesidad de convivencia real.
La plaza de la Constitución acogió ayer, y seguirá haciéndolo, a personas que solo buscan el silencio, que quieren que las injusticias sean cada vez menos y los derechos empiecen a primar sobre otros intereses. Habrá que confiar en el cambio, habrá que esperar en que llegué un momento en el que la sociedad diga basta, pare y se dedique a reflexionar. Porque este mundo a la deriva no nos lleva más que a más dolor, más injusticia, más ruido.