La noticia ha corrido como la pólvora por todos los medios de información: una mujer, doña María Salmerón, había sido condenada a seis meses de cárcel por negarse a entregar a su hija al padre de la criatura, los días y horas que el juez le había señalado y ordenado.
Se da la triste circunstancia de que el padre de la niña se halla en la cárcel cumpliendo veintiún meses de condena por maltrato continuado, maltrato que la hija, que ya ha cumplido los quince años, ha presenciado en numerosas ocasiones. Huelga añadir que la niña también se niega a ver a su padre. No importa, ha dicho el juez, la ley es ley y, aunque sea dura, hay que cumplirla. Ante la lluvia de firmas, comentarios en la red a favor de esta madre ejemplar y el torbellino de protestas, el actual gobierno en funciones ha decidido mostrar su cara más caritativa y humana y, echando mano a su túnica de cordero, le ha concedido a esta mujer un indulto parcial que le evita ir a la cárcel, pero la obliga a pagar una importante multa y hacer ciertos trabajos para la comunidad.
Hay muchos puntos en esta noticia que llaman poderosamente la atención. El primero de todos, que seguramente ya le habrá venido a la mente al lector, es éste: ¿Cómo pueden existir leyes tan perversas e inicuas, en un país democrático (o al menos que pasa por democrático), que obligan a una madre a poner a su hija, aunque sólo sea por unas horas, en manos de un maltratador? No importa que tal individuo sea el padre de la criatura. En el momento en que ha sido condenado a cárcel por maltrato ha debido perder automáticamente la patria potestad. Enredada a esta pregunta viene otra que igualmente nos hace sospechar de la justicia de este país: ¿Cómo puede ser que un juez, que debe estar para impartir justicia, puede cometer la atrocidad de poner en manos de un maltratador, que está en la cárcel precisamente por ese delito, a una niña de quince años que, aunque sea su padre, se niega rotundamente a verlo? Y por último llega la guinda de la sinrazón: al juez, que en principio debería velar por la paz y bienestar de esa menor, no se le ocurre nada mejor para protegerla que decretar seis meses de cárcel para la madre por desobediencia. ¡Bravo! ¿Qué hace UNICEF que aún no lo ha dado a este juez el equivalente al Nobel de protección a la infancia?
Inmediatamente surge la pregunta madre de todas las preguntas: ¿Debemos obedecer toda ley, orden o disposición, que venga de arriba, por inicua y malvada que sea? Seguro que nuestro juez dirá que sí, que la ley es la ley y hay que obedecerla. En el juicio de Nuremberg contra los nazis del año 1945, todos los abogados de la defensa argumentaron que los monstruos del Holocausto –más de seis millones de inocentes asesinados en los campos de exterminio-, sólo habían obedecido órdenes y, en consecuencia, no eran responsables de ningún asesinato, ni siquiera de la más leve falta. Pero los jueces de aquel alto tribunal consideraron que, por encima de toda ley, orden o disposición, debe estar la ética y la moral de quien recibe tal orden. Es precisamente lo que ha debido pensar esta mujer ejemplar: por encima del juez y sus arbitrariedades jurídicas está mi hija, su vida y su integridad y mi deber, como madre, es defenderla. Seguro que todas las madres que han perdido a sus hijos, por cumplir las disposiciones de otros jueces tan inútiles y nefastos como el de la presente historia, ahora, con las lágrimas en los ojos, no cesarán de repetirse: “Es lo que yo debería haber hecho”. Es, sin la menor duda, lo que harían si tuvieran la opción de poder repetir su pasado. Pienso especialmente en la madre del niño y la niña de Córdoba, cuyo monstruo, después de asesinarlos, quemó a sus propios hijos.
Llama poderosamente la atención el final de esta historia: el Gobierno, con su hipocresía habitual, intenta contentar a las dos partes. Su indulto parcial, con multa y trabajos a la comunidad, lejos de restablecer la justicia, termina dando la razón al juez. Una incontenible pregunta viene al instante a la mente de cuantos habíamos firmado la anulación de toda pena para esta madre ejemplar: ¿habría actuado el Gobierno con la misma mezquindad, a la hora de conceder el indulto, si se hubiese tratado de un gerifalte del PP? Se verá mejor con un ejemplo: imaginemos por un instante que Rita Barberá o Celia Villalobos hubiesen sido condenadas a seis meses de cárcel por no entregar a un maltratador alguno de sus retoños, ¿le habría cambiado el actual Gobierno la pena de cárcel por la de multa y trabajos a la comunidad o se la habría eliminado de un decisivo brochazo? Callo mi respuesta para no influir en la del lector.
No quiero terminar la evocación de esta madre valiente sin hacer mención de su apellido: Salmerón. ¿Quién, al oírlo, no le viene a la mente el nombre de Nicolás Salmerón? Todo un hombre en el más alto sentido de la palabra. Uno de los más grandes talentos de la España del siglo XIX. Basta una sola anécdota de su vida para definirlo: durante la primera República llegó a la más alta jefatura del Estado y renunció a ella antes que firmar una sola condena de muerte. ¡Qué magnífica lección para el genocida Franco, que firmaba asesinatos mientras tomaba chocolate con tejeringos! Yo no conozco a doña María Salmerón, pero su gesto la hace digna del gran Nicolás. Todo un ejemplo para todas las demás madres de España. Alzo mi copa por ella.