Dijo don Juan ayer que la Ciudad estaba ideando la forma de evitar que la Manzana siga siendo la vergüenza de hoy en día. La obra de Siza vino marcada por la polémica, viciada de nacimiento, con demasiada historia a sus espaldas nunca aclarada y hoy, años después de su inauguración por todo lo alto, nos muestra un nivel de indecencia que parece ser la respuesta visible a su origen.
Nos cuentan que están buscando la fórmula para que ese espacio concebido para la cultura lo parezca. Hoy por hoy no deja de ser un reducto de suciedad, pintadas, acumulación de residuos, escenario de vandalismos continuados... y anoten ustedes lo que estimen. Las grietas no aparecen solo en la fachada sino también en su interior (sobre estas ¿cabe alguna explicación convincente?), el aislamiento de la infraestructura cultural por excelencia (sobre el papel, me refiero) es tal, que ni tan siquiera cala en su entorno, parece más bien un ‘corta-pega’ hecho a propósito, como si nos hubieran querido meter con calzador lo que se rechazaba.
Entre las fórmulas buscadas asoma la posibilidad de ubicar una zona de juegos similar a la que existe en plazas cercanas. Una forma de animar, de dar vida a lo que no lo tiene. Una extrañeza más. Porque no se trata de llenar la plaza de críos, ni de pensar que con cuatro muelles, unos cuantos columpios y toboganes se dará vida a un espacio cultural que nunca lo ha sido.
¿Huimos del vandalismo, de las pintadas y de los destrozos colocando juegos para niños?, ¿acaso no conoce don Juan el estado en que se encuentra la mayoría de los parques repartidos por la ciudad?, ¿se considera que esta solución servirá para que la plaza-meadero deje de serlo?
Mal encaminados vamos adoptando este tipo de decisiones. El problema de la Manzana es que falló desde el principio su idea-origen, ¿acaso no recuerdan cuando se pretendió el traslado del mercado y sus puestos de verduras y pescado? Nadie nunca supo qué hacer con la obra de Siza para justificar el pago de tantos millones; unos pagos nunca aclarados en su detalle, una historia que marca una época de la que nadie quiere acordarse, una oscuridad que parece haberse vengado devolviéndosela ahora a una estructura que ni siquiera luce blanca, ni siquiera aporta vida, enjaulada en un pueblo cuyos gobernantes no supieron apreciar ni los teatros que no respetaron, dejaron vivir o los dejaron a merced de los asustaviejas.