Al Real Madrid se le han acabado las excusas o, mejor dicho, la mayor de todas ellas. La inadaptación de los jugadores a los esquemas y al trato de Rafa Benítez fue argüido como el obstáculo más importante para revertir el irregular rendimiento del equipo blanco, protagonizado por la alarmante ausencia de una robusta actitud competitiva.
La llegada de Zinedine Zidane como nuevo entrenador se anunció entre vítores porque, ciertamente, a los madridistas no les quedaban otra a esas alturas de la temporada. Bajo la dirección del francés se intentó recuperar el tono físico aprovechando los mayores lapsos entre partidos, consecuencia de la descalificación de la Copa del Rey, ya que, se decía, el equipo no había sido adecuadamente preparado durante la pretemporada. Además, Zidane conectó desde el primer instante con la plantilla, a la cual conocía previamente, pues había acompañado a los muchachos a lo largo del curso 2013/2014 (año en el que se consiguió la décima Copa de Europa) como segundo entrenador de Carlo Ancelotti.
El Real Madrid de Zidane comenzó con victorias sin demasiadas complicaciones en el Santiago Bernabéu, donde las debilidades de los rivales se multiplican al ajustar sus respectivas estrategias a las características del feudo merengue. Aquel Real Madrid transmitía una sensación diferente a la de la escuadra de Benítez, aunque estuviera más focalizada en la actitud que en el juego planteado. A pesar de las buenas impresiones, los enfrentamientos en el Bernabéu no eran la prueba más apropiada para comprobar si, en realidad, la transformación del conjunto madridista había sido tan profunda como los medios de comunicación capitalinos se aventuraron a reseñar, porque, no lo olvidemos, con Benítez también se consiguieron buenos resultados en su territorio.
Cuando han llegado las verdaderas evaluaciones el Madrid ha vuelto a naufragar. Las dificultades fuera de casa han persistido hasta alcanzar a esa actitud que parecía haber revolucionado el excentrocampista francés. En cuanto los partidos se han inclinado en su contra, los madridistas han bajado los brazos y se han dejado arrastrar por el ímpetu de rivales, en teoría, inferiores. La laxitud que desde comienzos del año 2015 se había apoderado de los futbolistas (por aquel entonces liderados por el citado Ancelotti) retornaba eludiendo las supuestas virtudes del efervescente "efecto Zidane". El problema, por tanto, parece ir más allá de los entrenadores.
Los jugadores del Real Madrid no han reaccionado ni con Carlo Ancelotti (durante su último tramo), ni con Rafa Benítez, ni siquiera con Zinedine Zidane, tres entrenadores que comprenden de forma diferente el fútbol y el trato hacia sus futbolistas, que dirigen y arengan a los suyos también de distinta manera. Por más técnicos que se suceden en el banquillo blanco sus piezas parecen no estar dispuestas a comprometerse de verdad con las necesidades del conjunto, aquellas que permiten a un equipo desarrollar su capacidad arrolladora, que se sustenta, principalmente, en la generosidad y el sacrificio, que hoy están muy lejos del alcance de los merengues.
Quizá esto debiera ser razón suficiente para que los dirigentes del club de Chamartín sopesaran si acaso no es una cuestión más propia de sus futbolistas que de quienes se ponen a su mando. Pero ya se sabe que en el fútbol de nuestros tiempos es mucho más sencillo liquidar a un entrenador que enfrentarse a una o varias estrellas acomodadas.