A Nona Alguacil le han concedido el Premio María de Eza que viene a reconocer, desde luego, una labor profesional y humana a lo largo de más cincuenta años de vida dedicada, por entero, a la Sanidad ceutí.
Tal y como ha confesado en más de una ocasión, ha traído al mundo a más de 18.000 niños y niñas, a los que considera sus hijos, dado que ella no ha sido madre y ha preferido permanecer soltera.
Nona Alguacil ha sido una de esas profesionales de la Medicina de Ceuta que, sin contar nunca con los medios humanos y técnicos, de los que hoy se disponen en el Hospital Universitario, elevó a la categoría de maestría la atención a los pacientes. Ella prefirió especializarse como matrona y siempre se volcó en su profesión. Bien seguro que esta distinción que recibirá el próximo día ocho de marzo puede ser extensible, tanto en el caso de hombres y mujeres, a toda una generación de profesionales de la Sanidad de Ceuta cuyos nombres se pueden escribir en mayúsculas.
Nona Alguacil, aparte de esta distinción, también tiene la Medalla de la Autonomía y la Medalla al Mérito del Trabajo. Son esos reconocimientos en vida que, por supuesto, son dignos de elogio, porque al fin y a la postre, el homenajeado asume que esa sociedad a la que ha servido al cien por cien, sin importarles ni horas de descanso, ni días de asueto, exhibe su agradecimiento. Para completar ese conjunto de menciones y distinciones, bueno sería que el Ayuntamiento pensara, ahora que está analizando el cambio en multitud de vías, que una de ellas pudiera llevar el nombre de Nona Alguacil, y si es posible, allí en la barriada de Villajovita, donde nació y sigue viviendo.
De esa generación de hombres y mujeres que dedicaron su vida a la Sanidad ceutí, esta nueva hornada debería aprender, desde luego, nadie pone en duda sus conocimientos, su humanidad, ese contacto humano, esa vocación que estaba por encima de diferencias y esa preocupación que iba incluso fuera de los horarios estrictamente de trabajo.
De esos dieciocho mil niños y niñas que ha traído al mundo, uno de ellos, es mi hijo Iván. Fue el 15 de octubre de 1987. Después de un parto que se alargó más de la cuenta y donde pasaron por la habitación del antiguo hospital de la Cruz Roja tanto Crisanta, Paquita Ramírez y la misma Nona, a ella le tocó ayudar a mi mujer Ana a completar su primer alumbramiento, mientras cantaba con su melodiosa voz para tranquilizar a la paciente. A nuestro segundo hijo, a Ana, no la cogió de turno, le correspondió a Crisanta, otra histórica de la Medicina ceutí, pero, sin embargo, allí en su domicilio de Villajovita, si le abrió sus agujeros como a miles de niñas. Por ello, mi agradecimiento y que este artículo sirva para darle las gracias por su más que consabido buen hacer profesional y su grandeza humana.