Estaba previsto, según me dijeron, que con los oficios de Semana Santa (esperemos que por esta vez, no haya “espantá” de costaleros), la Parroquia de los Remedios mostrara a sus feligreses, la remodelación que se ha hecho en el interior del templo, desde el damero de su solería en mármol, hasta la pintura de los muros y esas capillas laterales que podríamos asociarlas con muchas iglesias trianeras o esas las ermitas que se alinean a lo largo del Algarve portugués. El resultado ha sido de excelente conjunción entre la cerámica blanquiazul y la madera dorada, donde quedan incrustados los retablos. El de la Virgen del Rosario, es un magnífico logro.
Pues bien, a pesar de la dinámica que los directores de obra le han inyectado a la cuadrilla de obreros, habrá que esperar, quizás hasta el próximo setiembre, cuando la Virgen titular de la iglesia vuelva a recorrer el vecindario, hecho que no sucede, si mal no recuerdo, desde 1949, culminándose así los actos de un centenario -el tercero-, que viene celebrándose sin pompas ni alharacas, tampoco sin comisarios, pero que está dando mucho de sí, como el hecho de que la parroquia deje de tener ese aire tenebroso que venía adquiriendo desde hace tiempo y que dificultaba la comunicación con sus dioses.
También es de justicia reseñar que para tal obra, los dineros han venido desde la Asamblea y del INEM, cumpliéndose, de este modo, con una labor social tan admirable que, desde ahora, para los que han intervenido, será una espléndida tarjeta de recomendación con posibilidades de que realicen labores semejantes en otros monumentos de nuestro patrimonio local, tantas veces deteriorado por ese descuido que caracteriza a este pueblo, cuando no una injustificada desidia.
El remozamiento de los Remedios, que ya arrancó con la capilla anexa dedicada a las imágenes del Mayor Dolor y Buena Muerte, y prosiguió con la figura central del Altar Mayor (¡al fin, su camarín dejó de recordar a los probadores de tiendas de ropa usada!) ha calado en gran parte del vecindario de la calle Real, que siempre mostró una especial sensibilidad con su parroquia, convirtiéndola en escenario de los momentos felices, también trágicos, de sus vidas. Es la iglesia de la Ceuta vieja y de sus cristianos viejos, que ahora alterna el repiqueteo de sus campanas, con los cantos del muecín, de las mezquitas cercanas. La Ceuta que se despereza desde la Plaza de los Reyes hasta Maestranza, ha reunido en poco tiempo, los templos de sus cuatro culturas. Confiemos en que siga manteniéndose como espacio de tolerancia, y que las únicas voces vibrantes sean las de esta especie de bingo viviente que formas las loteras de Azcárate.
Quienes se han responsabilizado de este cambio estético en los Remedios ya no tendrán que temer el éxodo de feligreses a otros templos. Los portalones, casi siempre cerrados, volvieron a abrirse. La vinculación parroquial regresa, no sólo desde un punto de vista espiritual, también cultural. Confío en que nadie regatee el reconocimiento de los que han coordinado al grupo de albañiles. Desde aquí los animo a que hagan una memoria histórica y artística, con las actuaciones realizadas y las decisiones que hubieron que adoptar. Su testimonio escrito y fotográfico será muy válido para el futuro.