La llegada del vicesecretario general de Comunicación del Partido Popular, Pablo Casado, para presidir la Junta Directiva Regional de los populares ceutíes que tendrá lugar mañana miércoles nos pone delante del espejo, al menos durante las próximas veinticuatro horas, esa crisis gubernamental que llevamos padeciendo desde hace tres meses, sin que los partidos políticos sean capaces de ponerse de acuerdo en un Ejecutivo de consenso que no nos obligue nuevamente a acudir a las urnas el próximo veintiséis de junio.
Aquí, como estamos más preocupados de la bajada, que nunca sucede, de los precios de los barcos; de si reducimos o no reducimos los tipos impositivos del IPSI; que las pruebas que realiza la Ciudad en las losetas resbaladizas del Revellín dejen de ser peligrosas para la próxima época de lluvia; de las estrategias para un paro que no baja ni por casualidad; de incrementar o no incrementar el cupo del Plan de Empleo que corresponde a la Consejería de Asuntos Sociales e Igualdad, pues resulta que, a lo mejor, no nos damos cuenta de lo que se está cociendo en un Parlamento que está más que parado, como nunca se había visto antes y de formaciones políticas que, al final y ésa es la auténtica verdad, no defienden los intereses generales de los ciudadanos, sino los propios de sus siglas.
Todavía no nos hemos dado cuenta, pero las primeras consecuencias de esta inestabilidad política ya se está observando y comienzan a ocupar las primeras páginas de los medios de comunicación.
Por un lado, un retroceso por parte de las empresas a la hora de crear puestos de trabajo; por otro, el capital que ha salido de nuestro país en los últimos meses. No nos damos cuenta que el capital es, guste a algunos y disguste a otros, lo que sigue moviendo a esta sociedad europea y occidental y, por supuesto, el dinero lo que busca es, por encima de todo, seguridad y, segundo, rentabilidad. Y en España, en estos momentos, ni hay seguridad para los capitales y menos rentabilidad.
Si en vez de mirarse al ombligo la mayoría de los políticos de nuestro país, de verdad fueran estadistas, como los que tuvimos en la transición, más de uno habría decidido hacerse el harakiri en beneficio de los demás compañeros.
Pero no, casi todos ellos lo que desean, de verdad, es vivir en La Moncloa como presidente del Gobierno o trabajar en La Moncloa como vicepresidente de un Gobierno de coalición. Así es nuestro país y así será por los siglos de los siglos, para lo bueno y para lo malo. ¡Qué Dios nos guarde!