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La falsa moneda

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Solo hay que ver acariciar un lomo , para saber cuánto se quiere un libro. Las yemas de los dedos se inclinan levemente, como ante el cachete de un recién nacido. Luego , se deslazan y se endulzan, atrapando esencia.

Un libro es más que un amor que te deja en el mejor momento, mejor que una noche de pasión, mejor que muchas frases sin sentido. Porque a un libro se le lleva dentro, impreso en cada uno de los gestos, sonriéndote pensando en él, o quizás despertándote a media noche porque no sabes cómo el pobre protagonista podrá salir del embrollo donde le han metido.
Los libros deben estar vivos, colocados sin base, solo en trasiego, como la falsa moneda. De mano en mano, sin dueño fijo, solo lectores que los usan y los manosean, con respeto, con cuidado extremo, queriéndolo a ratos, quedándose atrapados en sus lineas, en sus hojas que se deshacen en el trayecto. Yo era de guardarlos y apilarlos, ya les digo, porque los quería, al menos a muchos de ellos que me acompañaron por mucho tiempo y muchos sitios y que me dieron lo que nadie había sido capaz de darme sin pedirme nada a cambio.Pero en un momento dado, viéndolos coger pelusa, atrapados en un espacio concreto, rotos por la certeza de que solo de vez en cuando los acariciaría con la mirada, supe que eran mucho más que eso y los dejé vagar, por esos mundos inciertos, donde la gente revende y cambia, sin leerlos y los atesora y esconde, en los estantes altos de unas grandes estanterías de madera.
Sé que el peligro está ahí fuera, pero también ellos y ellas, los que como yo viven con cada renglón de un párrafo suelto, de una escapada literaria, de una imagen que vale lo que las mil palabras, los esfuerzo de un autor que lo dio todo y que te besa en la boca cada vez que pasas una página. Solo hay que ver acariciar un lomo para saber cuánto placer ha dado un libro, cuántas buenas horas, cuantas historias vividas en primera persona.
Yo lo vi el otro día en un mercadillo. Era casi una mujercita y cuando le compré tres tomos para mis hijos, sonrió y me los puso en una bolsa reciclable, no sin antes depositar una caricia en el lomo de todos ellos.
Yo también los quería, por eso los atesoraba como un avaro a sus dineros , que no eran nada porque nada compraban, nada satisfacían, ni nada le daban más que el miedo a perderlos. Mis libros ahora en las manos adecuadas, son tratados a cuerpo de Rey porque son valorados, leídos y viajados , de mano en mano, como la falsa moneda, que nadie debe quedarse porque la cultura, la sabiduría y el conocimiento, no es patrimonio más que de aquel que lo demanda. Los libros deben volar, prestarse, dejar de tener propiedad porque una vez leídos, son propiedad de todo aquel que quiere entender, comprender y pasar el mismo buen rato que tú has pasado con él. Quizás me dirán que es necedad malgastar el dinero en un libro con tan alto IVA,para luego regalarlo a la sin razón de no saber ni siquiera quién se lo queda. Les diré que la sin razón es tenerlo acumulando polvo en el fondo de un armario o quemarse los pulmones con nicotina o meterse hamburguesas en vena o machacarse de anfetas o de anabolizantes para gustar. Los libros solo dan, así que es justo que les demos algo de libertad a ellos, algo de realización, derrochando felicidad a cada leída de pagina. No sé de quién fue la idea de echarlos a volar, pero me gusta tanto, que cada vez que voy a donar, me traigo alguno a cambio. No lo puedo evitar, me devoran las ansias. Intento contenerme,pero no puedo. Mejor que una noche de pasión, mejor que un viaje a nueva York, mejor que cien noches sin dueño, en una estantería perdido el destino, cogiendo pelusas y tiempo.


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