Rita Maestre ha sido multada con 4.230 euros por haber mostrado las tetas en el acto multitudinario que tuvo lugar el año 2011, en la capilla de la Complutense de Madrid. El hecho, además de pecado mortal, merecedor del infierno con todas sus penas y tormentos, constituye un delito de blasfemia penado por la ley.
Cuando yo era niño y adolescente no era Rita Maestre, que naturalmente no existía, la que con sus senos al aire hacía pecar a los hombres, sino otra Rita mucho más popular y provocadora: la entonces famosísima Rita Hayworth; y, según aseguraban curas y frailes, sólo ver su película “Gilda” suponía tener billete de primera clase para el infierno. Más aún: el simple hecho de oír la canción “Amado mío”, que canta Gilda en la parte central de la película, era pecado mortal que exigía una sincera y reparadora confesión. Así estaban las cosas cuando a mi amigo José García Ladrón de Guevara, ahora importante poeta y entonces estudiante con ganas de fiesta y jarana, se le ocurrió darle una broma al eximio don Balbino Santos y Olivera, a la sazón arzobispo plenipotenciario de Granada. Era la época de las cantantes en las cafeterías que entonces las llamaban vocalistas. En Granada el café Alameda, antaño sede de la tertulia “El Rinconcillo” de García Lorca y sus amigos, se había especializado en esta modalidad folclórica. Todas las noches se llenaba la sala de un público masculino, ávido no de oír coplas de la tonadillera, sino de ver sus piernas cada vez que al grito de “¡Aire, aire!” de la clientela, se daba media vuelta. Las más atrevidas dejaban ver hasta las bragas. Era norma de la casa que el público pudiera pedir la canción que más le gustara. Unos pedían “Ojos verdes”; otros, “Mari Cruz”; y otros, “Mi jaca galopa y corta el viento”. Ladrón de Guevara, después de haber ingerido varias copas, tuvo la ocurrencia de pedir “Amado mío”, la canción más pecadora de aquellos años, y firmar la petición con el nombre del arzobispo de Granada. La chica, que no era de la ciudad y no tenía la menor idea de quien firmaba aquella petición, tomó el micro y, muy ufana y decidida, anunció: “Y ahora, a petición del simpatiquísimo Balbino Santos y Olivera, voy a interpretar “Amado mío”. Y, muy en su papel de calentadora de hombres, comenzó con voz susurrante, a cantar:
Amado mío, te quiero tanto…
No había llegado a la mitad cuando ya estaban los grises repartiendo hostias y mandobles. Hubo varias detenciones pero jamás se pudo averiguar quién había sido el autor de la broma. Treinta años después fue el propio Guevara el que me contó que había sido él.
Ahora no es delito ni pecado cantar “Amado mío”, pero todavía lo es que una mujer enseñe los senos. Los expertos en el tema dicen que el delito no es enseñar los senos, sino el lugar elegido para ejecutar tal exhibición: una capilla de la universidad Complutense de Madrid. Al leer la noticia me he preguntado: ¿Hubiese podido Rita Maestre cometer el mismo delito en una universidad extranjera? No sé en las demás universidades del mundo, pero al menos en la Sorbona de París, donde yo hice una licenciatura de letras, Rita Maestre jamás hubiera podido cometer tal delito. La razón es obvia: no existe ninguna capilla. Los alumnos van a la universidad a recibir conocimientos y los profesores a impartirlos. A nadie se le ocurre ir a la universidad a rezar. Para eso están las iglesias, mezquitas y sinagogas. En España no es así y Rita ha podido comprobarlo en su propia persona. Ya lo decía, Fraga Iribarne, el ministro de Franco que lanzaba la policía contra los estudiantes: “España es diferente”. Claro que sí.
Si fuésemos mal pensados acaso se nos habría pasado por la mente la idea de que quizás, al sacar a relucir la “hazaña” de Rita Maestre, -algo que ocurrió hace ya la friolera de cinco años-, alguien ha tratado de restar protagonismo y poner sordina a la historia de otra Rita, la veterana alcaldesa de Valencia, la insigne Rita Barberá, la mujer que desde hace unos días viene ocupando la primera plana de todos los periódicos. Ahora no se trata de exhibición de tetas ni de película erótica, sino del caso más insólito de mujer isla: toda rodeada de corruptos, pero ella ni los vio ni le afectó en nada tal corrupción. Todo un misterio del credo político de este país que exige un acto de fe parecido al que nos exigían cuando niños con aquello de “virgen antes del parto, en el parto y después del parto”. Se podría formular así: incorrupta antes de investigarla, durante la investigación y después de ella”. ¿Verdad que resulta hermoso para todo creyente?
Estas son las tres Ritas a las que me refería al comienzo de este artículo. ¿Con cuál de ellas se queda el lector?