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Expedición a las selvas mayas

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Esta civilización introdujo el cero en su sistema vigesimal, fueron los inventores del chicle, además de desarrollar avanzados cálculos matemáticos y astronómicos que hoy día nos siguen maravillando.

Un año más nuestro incansable amigo y aventurero Miguel de la Quadra-Salcedo (Director del Programa Ruta BBVA) nos propone descubrir y conocer  una de las civilizaciones más fascinantes y misteriosas del planeta: los mayas, creadores de ciudades de una belleza y armonía sin igual esculpidas en las profundidades de la selva, que desarrollaron el sistema de escritura más complejo del Nuevo Mundo, introdujeron el cero en su sistema vigesimal y  fueron los inventores del chicle, además de desarrollar avanzados cálculos matemáticos y astronómicos que hoy día nos siguen maravillando. Para llevar a cabo esta expedición que lleva el nombre de ”Aventura en las Selvas Mayas del Yucatán” partimos el 5 de febrero de 2016 hacía México, con el objetivo de diseñar una aventura ilustrada en la  que los jóvenes de diferentes nacionalidades convivan y conozcan su historia común. Serán 200 expedicionarios de 23 países  los que durante los meses de junio y julio recorrerán México y España viviendo una experiencia única e irrepetible.

En el Reino del Jaguar Negro
Nuestro primer destino en esta nueva aventura es el reino del  “Jaguar Negro”, traducción del nombre de Ek-Balam. Esta pequeña ciudad, joya de la arquitectura Maya, nos sorprendió en todos los sentidos. Sus mascarones y sus guerreros alados son de tal realismo y belleza que uno se siente más cerca del pasado que del presente.  Andrés Ciudad, nuestro Subdirector y catedrático de Historia de América de la Universidad Complutense, nos detalla las características de este sitio con todo detalle y  hace que la visita se transforme en algo muy especial. Nuestros ojos empiezan a ver más allá de las piedras y todo el conjunto monumental toma sentido. La ciudad en su origen estaba totalmente amurallada.
La estructura del campo del juego de pelota (en maya “Pok-Ta-Pok”) es espectacular. Entonces los jugadores iban parapetados para los duros golpes que recibían de la bola de caucho de en torno a 3 kg que debían pasar al otro lado del campo de juego. Además presentaba diversas modalidades: la simbólica-ritual, basada en la leyenda del Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas quiché, donde luchaban las fuerzas de la luz contra las de la oscuridad, el día contra noche. Normalmente eran cautivos capturados en las batallas y el que perdía en el juego era sacrificado, interpretándolo como que fuerzas de la luz vencían a las de la oscuridad.  
Paradójicamente se trataba de un ritual sagrado  que perpetuaba la vida. También tenían una modalidad de juego social, como divertimento, y otra en la que los reyes jugaban como alternativa a la guerra, en la que el ganador gobernaría a los perdedores. Después de estas maravillas nos esperan otras grandes aventuras arqueológicas: Uxmal, Edzná, Calakmul, Chicanná, Becán, Cobán, Tulum, San Miguelito…, en las que no paramos de sorprendernos con el esplendor de esta cultura.

El Santuario de las Tortugas Carey
Nos encontramos en la Ría Lagartos, Reserva de la Biosfera, la mayor protección que existe en México para los espacios naturales.  Muy cerca está el Santuario de las Tortugas Carey,  74 km de playa virgen donde cada año miles de tortugas Carey, Blanca,  Laúd y Caguama, vienen a desovar e iniciar el ciclo de la vida. Inicio la marcha muy temprano, acompañado de Manuel Fernández, biólogo de la CONANP (Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas). Partimos desde un punto cuyo nombre nos resulta muy familiar: San Fernando, donde encontramos cientos de flamencos rosados en las charcas salineras que habitan  aquí procedentes de Celestún, otra Reserva de la Biosfera que visitaremos con la expedición.  
Nuestro destino final es un pueblo de pescadores llamado las Coloradas, que se encuentra a 14 km. La climatología es muy adversa y poco habitual en estas latitudes pues un frente frío está entrando desde EE UU.
Hace frío, aunque parezca increíble, y el viento azota el mar sin descanso. Comenzamos a caminar por la playa y parece que en cualquier instante vamos a salir volando por los aires. La arena nos aguijonea la cara y los pies se hunden en la arena, siendo la caminata lenta y pesada.  Nuestro duro avance se ve sorprendido por una gran infinidad  de  peces, barcas, árboles gigantescos y propágulos de manglar rojo que el mar enfurecido devuelve  a la playa.  Poco después nos encontramos con otro hallazgo que nos devuelve el agitado mar: una enorme tortuga Carey sin vida pero sin aparentes signos de haber sido atacada por algún depredador.
Estas excelentes nadadoras están en vías de extinción. Manuel me cuenta que una tortuga marcada en estas playas había sido encontrada  nada menos que en las costas de Italia. Más tarde vemos el más triste de nuestros hallazgos,  los restos de un naufragio, una barca destrozada por el oleaje, testimonio de  los balseros cubanos que intentan llegar a las costas de EE UU. El final de la marcha fue extraordinario y muy emocionante: un cocodrilo Moreletii de tres metros salta en una de las charcas y deja una mancha marrón en el agua como si quisiera advertirnos que estamos todavía en su territorio.

La Cruz Parlante
Nos detuvimos en un pueblo llamado Felipe Carrillo Puerto (Quintana Roo), cuyo nombre original fue “Chan Santa Cruz”, nombre del estado maya independiente que surgió de la revolución de los mayas, conocida también como la guerra de castas (1847-1901). Las causas de esta revolución fueron el despojo de la tierra y los altos tributos que tenían que pagar los mayas a los criollos y mestizos.
El rito Maya de la Cruz Parlante se originó durante el período entre 1850 y 1851, en el lugar donde nos encontramos, cuando tres cruces de madera aparecieron en el mismo cenote sobre el que hoy se asienta el santuario.  Según la tradición oral la cruz tenía el don de la palabra, a través de ella Dios se comunicaba con los mayas para apoyarles y guiarles en la guerra que casi estuvieron a punto de ganar. Un día dejó de hablar y de oráculo pasó a ser guía espiritual. Justo encima del cenote, encontramos la ermita que contiene la cruz.
La custodian un grupo de “Cruzoob”, guardianes de la cruz parlante, una agrupación integrada por voluntarios que van rotando cada semana. Durante este período abandonan su trabajo y sus familias para custodiar la cruz en una pequeña choza que se encuentra en los aledaños del santuario. Una vez dentro observamos que la cruz está tapada por unas telas. Cuando uno de los “Cruzoob” las descubre, un espectáculo fascinante de sincretismo religioso se muestra ante nuestros ojos: un gran arco de flores atraviesa la gran mesa que se encuentra al principio, símbolo del movimiento del sol.
Un poco más atrás, en un altar, aparecen cuatro pequeñas sillas, que corresponden a los dioses niños ayudantes de Chaac, el dios de la lluvia. Unas botellas con diversos tamaños se alinean unas al lado de las otras, llenas de agua con poder curativo extraída del cenote. También hay varios troncos  pequeños de árboles con forma de cruz y vestidos con telas.
Al fondo, una gran cruz de color azul centra todo el altar. Es un momento único e impresionante, pues estamos frente al mestizaje de dos cultos ancestrales en el que cada uno tiene su espacio y lugar. Símbolos, cultos y creencias conviven juntos conformando a su vez una nueva realidad. Al despedirnos de los guardianes no podemos aguantar nuestra curiosidad y les preguntamos: “¿les ha vuelto a hablar la cruz?”, a lo que nos responden: “No, desde hace más de un siglo está en silencio. Aunque nosotros seguimos aquí esperando, resistiendo y luchando por nuestras ancestrales tradiciones.”

Tras las huellas de Gonzalo Guerrero
Nos encontramos en Chetumal, junto a la estatua erigida a Gonzalo Guerrero (padre del mestizaje mexicano) y su familia. Según los cronistas los primeros españoles que llegaron a Yucatán fueron Gerónimo de Aguilar, natural de Écija, Gonzalo Guerrero, natural de Palos y sus compañeros. Naufragaron en las costas de Yucatán en 1511, en una nave capitaneada por Valdivia, enviado por Vasco Núñez de Balboa desde el Darién para dar cuenta de lo que pasaba al Gobernador y al Almirante que se hallaban en Santo Domingo. Sin embargo, llegando a Jamaica, la carabela dio en los bajos que llaman “de Víboras” donde se hundió.
Se dice que escaparon entre 13 a 20 personas, que entraron en un batel sin velas y sin comida ni bebida, algunos navegando a la deriva durante 13 días. Después de muertos casi la mitad llegaron a la costa de Yucatán, donde un mal cacique les hizo prisioneros sacrificando a algunos de ellos a sus ídolos. El resto, siete u ocho, escaparon de su cautiverio y huyeron por la selva. Al final sobrevivieron el fraile Aguilar y Gonzalo Guerrero, nuestro protagonista. Durante años trabajaron  como siervos para sus nuevos señores.
El primero nunca se integró en la cultura maya y se mantuvo fiel a su religión y creencias. Sin embargo, Gonzalo salió de su condición de esclavo, gracias a sus habilidades como soldado convirtiéndose en un Nacom (jefe de guerreros mayas) y casándose con una muy principal mujer. Su cargo le sirvió para organizar la resistencia contra los españoles y, según opinan muchos historiadores, retrasar la conquista de Yucatán.
Cuando finalmente Cortés llegó a Yucatán en 1519 y tuvo noticias por medio de los indígenas de que allí había dos hombres barbudos, mandó mensajeros para tomar contacto con ellos. Inmediatamente Gerónimo de Aguilar se unió a él. Después fue en busca de Gonzalo y le pidió que se fueran juntos para unirse a Cortés. Según Bernal Díaz del Castillo Gonzalo le responde: “Hermano Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras; idos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas.
¡Qué dirán de mí desde que me vean esos españoles ir de esta manera! Y ya veis estos mis hijitos cuan bonicos son. Por vida vuestra que me deis de esas cuentas verdes que traéis, para ellos, y diré que mis hermanos me las envían de mi tierra”. En México es una figura recordada y admirada, en España simplemente no se le conoce.

El Chicle: un legado del pueblo Maya
¿Quién no ha mascado chicle alguna vez? Sin embargo, ¿cuántos sabíamos en realidad que su origen es el látex de un árbol? Su nombre es Chicozapote (Manilkara Zapota) y habita en lo más profundo de la selva donde los mayas lo llaman Tzicte’ ya’: “noble árbol herido”.  En realidad el líquido (látex chicle) es un fluido lechoso que forma una capa protectora del árbol que se extrae sangrando el árbol y que está compuesto por carbohidratos, alcaloides y proteínas.  
Para los aztecas su nombre era Tzictli: “pegajoso” en lengua náhuatl. La historia de cómo este chicle ha llegado hoy hasta nosotros arranca con Antonio López de Santa Anna (1794-1876), militar y político quien durante uno de sus exilios, esta vez en New York, conoce a Thomas Adams. Al parecer este último veía cómo Santa Anna, mascaba una pasta pegajosa en su boca y deciden experimentar con ella como sustituto más barato del caucho. Ante los sucesivos fracasos de la empresa y a la desesperada, Adams vuelve a la idea original de goma de mascar pero añadiéndole sabores. Surge aquí el nacimiento de chicle moderno.

 


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