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Jesús es el Mesías del Señor

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Era lunes y el día seguía siendo maravilloso, a pesar de que estábamos en la primera semana de febrero. Parecía una primavera próxima al verano. A las dos nos invadía una felicidad fuera de lo común. Yo tenía sumo interés en que Myriam se sintiera muy feliz en esos días juntas. Sabía bien el problema que suponía vernos de nuevo, pues sólo pasar de España y atravesar la frontera israelita era un auténtico sacrificio: muchos controles, muchas preguntas…. Cuando nos levantamos, la abracé y le di besitos, para que supiese que no estaba sola, que conmigo iba a contar siempre. Le dije, pues quería confortarla, que allí no estaba por estar. Su misión, a mi parecer, era importante, se avecinaban tiempos muy complejos e inesperados.

Nada sucede por casualidad, y ella, con su esfuerzo y su sabiduría, iba a ayudar a muchos a clarificar ideas y a permanecer tranquilos en medio del caos, por tanto, ya tenía con creces la recompensa. Se sentía feliz viviendo de ese modo. Me decía que aquella cultura la había impregnado de tal modo, que ya no podría vivir en España echando de menos aquellas costumbres con filosofía orientalista. Se encontraba muy valorada y querida por los suyos. Se respetaban mucho sus opiniones sobre cualquier tema que fuese importante para sus hijos,  incluso con los contertulios de la cafetería, siempre que se abría algún tema de mucho interés, se quedaban todos callados y expectantes a ver cuál era  opinión de aquella parroquiana amiga, y ella no era de las que se mordían la lengua cuando tenía que emitir algún juicio…  
Myriam y yo teníamos  el día entero para disfrutar, visitando lo que más nos interesaba de La Ciudad Santa, pues Jerusalem es muy grande y se debe elegir el distrito por donde piensas moverte. Así que decidimos ir bajando por las intrincadas y oscuras calles del barrio judío, hasta llegar al Cotel, el Muro de las lamentaciones, llamado así por los cristianos. Ella había visitado el Lugar Santo con frecuencia, tiempo atrás, después que salía  de su trabajo en Petaj Tikwa. Iba y venía en autobús, para pedir insistentemente por su nieta Cheer, una artista de niña en varios campos del arte, porque alguna dificultad le impedía hablar. ¡Hasta que lo consiguió después de varios años de espera. “Abuela, tú me has salvado, porque has rezado mucho por mí en el Muro”, le decía la pequeña. ¿Y qué significado tiene el Muro para los judíos, ya que tanto respeto les inspira? Un poco de Historia. El Templo se construyó en el cuarto año del reinado de Salomón, sobre el  novecientos sesenta y ocho antes de Cristo, con gran magnificencia. Se tomó como modelo el Tabernáculo. Durante siete años se trabajó duro, y fue muy costoso, con oro, plata , mármol y maderas preciosas del Líbano. Allí se trasladó el Arca de la Alianza con gran fasto, pues pretendían agradar a Dios hasta que viniese el Redentor que todos esperaban. Se amuralló la Ciudad, y como dice la Torá: “Todos y cada uno vivían dichosos a la sombra de su parra y de su higuera”. Pero después de la muerte de Jesús, (y Resurrección), Jerusalem iba a la ruina. Era como si los judíos hubieran perdido el norte, sus referencias. En el año sesenta y seis después de Cristo, los judíos se rebelaron desesperados contra Roma. Los falsos profetas que contaminaron la Ciudad como una plaga, influyeron  en el desconcierto de los judíos, que se habían quedado sin referencias, sin el Mesías. Vino el general Vespasiano, que invadió toda Judea. Más tarde fue proclamado emperador, y su hijo Tito quedó al mando del ejército, que dio los últimos golpes a toda la Ciudad, rodeando las trincheras de Jerusalem, como así lo predijo el Salvador.
Era la Pascua. Muchos peregrinos que habían venido de otros lugares, quedaron encerrados en la Ciudad, y los víveres se acabaron. Fueron asolados por el hambre, la peste y la guerra que no cesaba. En cuatro meses ganó Tito y atacó el Templo donde se parapetaron los últimos defensores de Jerusalem. Los obligaron a rendirse incendiando las puertas del Templo, y se les  indicó que respetasen el edificio. Nos cuenta Flavio Josefo, historiador judío, que un soldado romano, ¿por inspiración divina?, tomó un leño ardiendo y lo echó por una ventana. La consecuencia fue que el edificio se consumió entre las llamas. Murieron, según las fuentes, un millón cien mil judíos; más de cien mil fueron vendidos como esclavos. Josefo fue testigo ocular del suceso. Y escribe: “No ha habido pueblo alguno que haya presenciado tantos crímenes, ni ciudad que haya pasado por tantos sufrimientos semejantes”. A mí me da miedo pensar si el deicidio que ocurrió debía tener una reparación semejante, o simplemente, los acontecimientos ocurrieron porque tenía que ser así Es por ello que los judíos rezan insistentemente y lloran por lo que allí pasó y sus ojos y sus corazones están sólo puestos en el Señor.  Los cristianos vamos también a rezar a aquel Lugar Sagrado. Debemos constatar en el plano histórico, que los primeros cristianos de Jerusalem sabían de las predicciones del Maestro, así que se retiraron con su obispo san Simeón al pueblo de Pella, en la montaña, al este del Jordán. En otra ocasión comentaremos que luego vino otra matanza espantosa, y el país quedó convertido en un desierto. Los últimos habitantes fueron vendidos como esclavos… Por eso, tanto respeto y veneración ante los restos del Templo, el Muro… Íbamos bajando las empinadas y oscuras calles hasta llegar al Cotel, sin peregrinos porque la gente en estos días tiene ciertas reservas en viajar hasta el Oriente Medio, quizás se sienten inseguros, pero sin embargo, lleno de judíos orando en pequeños grupos. Este día, además los oradores estaban acompañados con niños junto a sus padres y familiares, haciendo la bármisbac,(un examen sobre Sagradas Escrituras). Recordé a Jesús cuando, sus padres lo llevaron ante los doctores de la Ley y dejó a todos asombrados por su sabiduría y conocimientos. Nuestro  día era arrollador, radiante y hermoso. Una vez allí, tomamos por error la rampa que conducía a la parte de los hombres. Los que nos vieron, pararon sus oraciones y con toda sencillez, nos indicaron el camino hacia el lugar de las mujeres. He de decir que cuando te encuentras en aquel lugar, sientes de improviso una alegría sin límites, una se figura que está en el sitio más importante de la tierra. Fuimos directamente a orar ante el Cotel, de pie, como lo hacían tantas mujeres religiosas judías. Hicimos nuestras peticiones, las dejamos escritas entre las rendijas de la enorme Pared, y nos sentamos a meditar sobre la tensa situación que se vive en aquella parte del mundo. Veíamos llegar a jóvenes muy arregladas, bien maquilladas, bastante desinhibidas, que más bien parecían chicas neoyorquinas. Eran las acompañantes que iban a celebrar las bármisbac con los jovencitos del otro lado del Cotel. Ellas se subieron a un pequeño escalón que daba a la parte masculina y comenzaron a participar en las canciones y los salmos que cantaban ellos. Y todos parecían encontrarse con una felicidad grande. De repente, se oyeron por el aire unos sonidos característicos de avisos próximos a bombardeos. Myriam se agitó mucho, mientras yo inconsciente, permanecía expectante en mi silla. Preguntó a los que andaban por allí y les informaron que eran maniobras aéreas, y se tranquilizó. Luego rezamos el Ángelus y a continuación, decidimos subir a la Ática por un camino distinto al que habíamos bajado. Preguntó en un puesto de policía por dónde sería mejor la subida, y nos indicaron el camino más bonito, donde se veía todo Jerusalem en su esplendor y riqueza arqueológica. Los policías preguntaron  si éramos judías; ella dijo que sí, porque Jesús también era judío. Al día siguiente se iba Myriam en taxi para su casa. Teníamos que aprovechar bien las horas y los minutos. Yo me quedaría con mi grupo para seguir con la peregrinación. La situación no era buena, pero debíamos sobrevivir. Dejábamos todo en manos de la Providencia, que nos indicaría cuando vernos de nuevo. La Explanada de las Mezquitas,  donde se encuentra el antiguo Templo de Salomón, estaba cerrada a cal y canto para los visitantes. Al subir  las escaleras contemplamos de lejos la Cúpula de Al Aqsa, toda de oro, y observábamos cualquier rincón adornado con restos arqueológicos. Para los amantes de la Historia, Jerusalém es un lujo. Después de deambular por rincones insospechados, llegamos al restaurante palestino del día anterior, y allí nos quedamos para el almuerzo, en el barrio musulmán, la gente más entrañable y encantadora que encontramos en Jerusalem….. Reflexionando sobre lo que hemos aprendido de Jesús, es conveniente hacer un descanso contando Su historia, para meditar sobre Sus acciones. Él no tenía necesidad de preguntar a Su Madre la opinión sobre Sus discípulos, pues como Dios, lo sabía todo. Pero hablar con María, dulce Madre y Amiga, que de Su boca sólo salía Sabiduría Divina, y cuya dignidad era evidente, dotada de todas las perfecciones y virtudes humanas, era un auténtico placer para el Hijo. Él ponía toda Su confianza en Ella, y sabía que la confidencia entre ambos era absoluta. El Maestro reconocía que los discípulos eran muy distintos, cada uno había recibido una educación, y unirlos formando un solo Cuerpo Espiritual, constituía un asunto arduo, pues en todos quería conseguir “el buen Apóstol”. Ellos comprenderían con el tiempo que el Maestro no podía estar según su antojo, haciendo milagros a cada paso. La vida para los Apóstoles no iba a ser un camino de rosas. Si el Rabbí tenía que padecer sacrificios, penurias y dolor, hasta la misma muerte en Cruz, ellos tendrían que pasar también sufrimientos y fatigas. De hecho, y según la tradición, Andrés llevó el Evangelio a los escitas, (pastores de las estepas de Irán), y fue crucificado en Patras, Grecia. Tomás predicó a Cristo en la India inhóspita de aquellos días. Mateo fue a Persia. Felipe a la parte alta de Asia. Bartolomé a la India y a la Armenia Mayor en tiempos de Herodes Agripa. Simón fue a Mesopotamia; Tadeo a Arabia…Santiago el Menor quedó en Jerusalem de obispo. Juan fue por Asia Menor, vivió en Éfeso…Pedro en Roma, siguiendo el mandato del Maestro: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”. Muchos, después de tantas fatigas, fueron martirizados. Ser discípulo de Jesús no es tarea fácil. Ahora nos centramos en Iscariote. La Sabiduría Divina tenía pleno conocimiento de aquel corazón incurable, pero Jesús sabía perfectamente que él era necesario para que se cumplieran las Escrituras. Sin embargo, ¡pobre de aquel traidor! Judas era astuto, avariento, lujurioso, ladrón… Era además inteligente y culto con respecto al resto, e intentaba llevar él siempre la voz cantante. Le gustaba allanar el camino de Jesús, pues quería sobresalir entre los demás. Y quería estar cerca de la bolsa para poder acceder a las mujeres. Y esperaba ansiosamente ostentar un cargo social, para destacar en sociedad. La Virgen María, Perfecta, sin mancha, tenía que sentir repugnancia ante el comportamiento de Judas. El mismo Maestro hacía esfuerzos inhumanos para poder soportarlo. Por otro lado, la cúpula religiosa de Israel: sacerdotes, fariseos, escribas y saduceos, intentaban una y otra vez poner las redes al Rabbí. Una trampa mortal que duraría tres amargos y duros años, hasta su culminación. Ellos descansaron cuando Lo vieron muerto. Judas ya no estaba, pues se había ahorcado. El pueblo, ya lo sabemos, se mueve según lo conducen. Si en un principio se manifestó entusiasmado con el Mesías: “¡¡Hosanna!!”, luego pide la muerte del Señor:”¡¡Crucifícale!!” La Madre quedaba hundida ante tanto horror. Debemos resaltar que los Apóstoles fueron débiles en un principio; Jesús tuvo que arrastrarlos como pesadas piedras. Otros, con el deseo de gloria terrenal, caso de Judas, que no comprendían el verdadero significado de las Profecías. O el caso de la madre de los Zebedeo: Santiago y Juan, que pedía a Jesús un lugar privilegiado  en el Paraíso, para ellos. Pero lo primero que había que hacer para formarse como un buen apóstol, era beber el Cáliz de la amargura, que bebió Jesús, por amor a Dios. El hombre debe considerarse “siervo inútil”, y esperar en el Padre Celestial un lugar en Su Reino. Es difícil. Tenemos que despojarnos de TODO, como hicieron con el Señor en el Pretorio; ahí ya no tenía nada. Desnudos debemos estar de todo lo que es material, dejando que Dios nos revista con la Sangre del Cordero, para conseguir una vida inmortal, eterna.


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