Para llamar “hombre de paz” a un ex convicto por terrorismo hay que tener la manga muy ancha, la memoria muy flaca, la conciencia muy laxa, y la cara de hormigón armado a la hora de presentarse ante las víctimas. El mundo ya ha visto mucho sobre esto, basta recordar que Arafat (jefe de la OLP que perpetró la masacre de Munich en 1972) era premio nobel de la paz y, salvadas las distancias, también Obama disfruta de este galardón siendo el presidente estadounidense que más frentes militares tiene abiertos a lo largo y ancho de este planeta tras la II Guerra Mundial.
Afrontamos unas elecciones en las que rivalizan sólo dos modelos de gobierno, no tantos como muchos opinan. El cambalache que dé como resultado el 26-J acabará siendo dicotómico: o se apuesta por una España necesitada de muchas mejoras que habrá que implantar de manera sosegada, o por la ruptura abrupta y sin control dirigida por aquellos que definen a Otegui como hombre de paz y a Venezuela como modelo a imitar.
El resultado de las elecciones será el que tenga que ser, pero no se llame a engaño cuando descubra que su voto, si era de merecido castigo al PP, se ha vuelto en su contra. Por supuesto que el PP no lo ha hecho todo lo bien que debería, es más, a veces ha gobernado rematadamente mal, en contra de su programa y obviando a sus bases ideológicas. De ahí a permitir que, por obcecación, se reedite el Frente Popular en su versión más ignorante, sectaria y fundamentalista, va un trecho en el que nos jugamos la democracia y las libertades más elementales. Probablemente, dependiendo del resultado de las próximas elecciones, estas podrían ser las últimas en libertad, final de un periodo de democracia con infinitamente más luces que sombras. La corrupción y una imperfecta política económica y social, no pueden eclipsar que vivimos en el primer mundo y que seguimos gozando de un estado de bienestar que ya quisieran para sí mismos la inmensa mayoría de países. Vivimos en la cresta del mundo y no hace falta irse muy lejos para contrastar cómo podría ser nuestra situación, sea de pobreza o no, bajo otras banderas.
El 26-J no nos jugamos sacudirle una bofetada con mayor o menor intensidad a Mariano Rajoy en la cara ajena de las diferentes listas provinciales; en nuestro caso en las de Juan Bravo, Fátima o Guillermo. Nos jugamos si queremos que el modelo democrático en España sea el defendido por ellos, o por Cañamero; si deseamos que el modelo de Estado que rija en Madrid para Ceuta sea el del PP, o el de Otegui o Rufián.
Del PSOE, olvídese, ni está, ni se le espera, y además tiene visos de que va a estar fuera del pugilato político durante mucho tiempo. Quizá durante el tiempo que tarde en encontrar un líder que sepa reubicarlo donde nunca debió haber salido, del sentido de Estado.