Fatima es una mujer fuerte por obligación. Tiene hijos que sacar adelante. Una familia. Una vida. No le queda otra, aunque cada día, cada noche, cada momento recuerde a su hijo Yusef, un chico de solo 16 años al que una bala le arrebató los sueños, le quitó su vida para siempre. Ayer Fatima nos abrió las puertas de su casa, nos recibió justo el día en el que la Policía informaba de que el presunto autor de la muerte de su hijo se había entregado diez meses después del crimen.
A Fatima nadie le llamó para decírselo. Se tuvo que enterar por los medios de comunicación. Hay detalles que duelen, detalles que no se entienden, éste es uno de ellos. ¿Nadie en la Jefatura Superior pudo levantar el teléfono para comunicar que ‘Loquillo’ se había entregado? Cada uno que saque sus interpretaciones. No es la primera vez que sucede. Todavía recuerdo la entrevista que le hice a la familia de la joven estudiante de Enfermería asesinada en Ceuta y la forma tan cruel en que recibió la noticia. Parece que no aprendemos.
Sí. Fatima es una mujer fuerte pero también es una mujer rota, una mujer a la que le arrebataron a su hijo de una forma violenta, una mujer que vio cómo su niño le decía un ‘hasta luego’, sonriente, para no volver jamás. Y eso es imperdonable. No debemos asimilar lo que está pasando como normal. No podemos permitirnos el lujo de justificar la violencia o de buscar razones para que todos los episodios violentos tengan que tener un razonamiento. No. Porque a esta madre le quitaron lo que más quería y ese daño, a fuego, nunca se supera. Solo queda la justicia. A veces ni eso. Solo queda alcanzar un mínimo de paz para una familia que ya no es la misma, que nunca volverá a serlo, que asume lo inasumible porque no le queda otra.