Sin mucho brillo (tampoco necesario a tenor de la conclusión) el RealMadrid alzó su undécima Copa de Europa en Milán ante un Atlético de Madrid que tropezó de nuevo con la misma piedra en la final europea más trascendente.
Quién lo hubiera dicho a finales del año pasado, cuando el caos sembrado por Rafa Benítez en el vestuario madridista hacía presagiar una campaña desastrosa para los blancos.
El bálsamo de Zinedine Zidane, que, en algún momento, pudo temerse efímero, permitió recomponer a los jugadores del Real Madrid e impulsarlos para pisar los talones a un Barça al que le pusieron la soga en el cuello en la liga. Para ello, los madridistas se aferraron a una regularidad que dejaba muy pocas dudas tras de sí: el equipo había cambiado. La preguntaba que entonces suscitaban las circunstancias era si esa transformación sería suficiente para salir airoso en un duelo de máximo nivel. Dicho desafío no tardaría en llegar.
Era la final de la Copa de Europa, impensable en el periodo de Rafa Benítez al frente de la plantilla merengue. El rival volvía a ser el mismo que dos años atrás, el inquebrantable Atlético de Madrid de Simeone. Los atléticos se presentaban con las credenciales de haber superado al Barcelona y al Bayern de Múnich (aunque con un sufrimiento excesivo y una suerte crucial en su doble enfrentamiento contra los alemanes), lo cual les confería un halo de favoritismo peligroso en este tipo de citas y frente a rivales con tamaña experiencia (¡que se lo pregunten al Valencia!). El Real Madrid tuvo un buen inicio, que se apagó en cuanto logró el primer tanto en posición ilegal. A partir de entonces el Atlético creció, pese a que no le sirviera más que para empatar. La prórroga fue insustancial, y los penaltis se postraron ante los mejores lanzadores. Para bien de unos y mal de otros no hubo mucho más.
Esta undécima Copa de Europa supone un duro embate para el eterno rival culé ya que, ante su presumido dominio del fútbol durante los últimos veinte años, con esta victoria se impone la hegemonía europea del Real Madrid durante este lapso. El club blanco suma cinco Copas de Europa en ese tiempo mientras que el Barcelona se mantiene a una de distancia, si bien es cierto que el cómputo global (incluyendo sendos tripletes, entre otros hitos) y la exhibición de buen fútbol de los catalanes (sobre todo en esta última década) han sido superiores.
Al margen deberían quedar las excusas forofas que intentan afear la victoria madridista señalando que no se han cruzado con adversarios de nivel, un punto irónico cuando el Real Madrid ha tumbado al Atlético de Madrid en la final, el gran verdugo de la Copa de Europa de esta temporada. Pero, aun así, me temo que muchos deberían recordar otras ediciones de esta competición europea, como la que conquistó el Barcelona en el año 1992, a fin de comprender que la clave de cualquier torneo es superar todas las rondas, y que, si el ganador es solo uno de entre decenas de la élite europea, no es tan sencillo conseguirlo.
La próxima temporada más, y esperemos que mucho mejor.