La semana pasada nos asustábamos al ver el vídeo grabado por un lector al otro lado de la frontera. En el mismo podían apreciarse las carreras de los vehículos kamikazes que hasta llegaban a ocupar los carriles contrarios para llegar los primeros a la frontera con el ánimo de hacer el mayor número de cargas de mercancía.
Escenas increíbles de vehículos que se adelantaban unos a otros, con pilotos extremadamente temerarios... una auténtica locura enmarcada en la gran locura en la que se ha convertido la frontera. Tarajal: mundo al margen de todo. Tarajal: abandono, producto de las nefastas gestiones políticas llevadas a cabo durante años y años.
En Ceuta, o en lo que todavía nos queda de ella, sucede prácticamente lo mismo. En las horas punta, el tramo comprendido desde la Almadraba hasta el Tarajal se convierte en un escenario caótico en el que los vehículos se adelantan unos a otros, ocupan los carriles contrarios o burlan las órdenes de unos semáforos que parecen de adorno. Vehículos alocados por carreteras abandonadas que dejan a ambos lados otros escenarios mucho más tercermundistas. Los de una playa en donde apilan a las porteadoras como si fueran mercancía mientras soportan palos y robos de sus bultos a plena luz del día. Al otro lado, carreteras que entroncan con barriadas que se quedan aisladas e infraestructuras destrozadas cuya guinda la pone el derribo de la antigua escalera. Castillejos 2, en Ceuta, pero con el agravante de que aquí tenemos a una clase política tan indecente que es capaz de sacar pecho de lo que ni siquiera ha hecho o de lo que, llevándolo a cabo, no ha servido más que de culto a la estupidez.
Las escenas que se registran a diario en este punto deberían causar vergüenza. Pero aquí el poder narcotizador tiene tanta fuerza que es imposible encontrar un único motivo que sea capaz de mover masas y provocar una reacción del alcance que se espera en la frontera.
Vivimos un día a día marcado por imágenes de otro mundo, vivimos auténticos atentados contra la dignidad en cada una de esas filas de mujeres obligadas a colocarse en una playa que, a su vez, empieza a querer ser tomada por bañistas. Pero no pasa nada. Somos capaces de subvencionar estudios sobre la mujer porteadora mientras permitimos situaciones que deberían hacernos recapacitar. Pero aquí todo funciona de otra manera. Lo que no se denuncia no existe y, si existe, se calla. Y no hay nada más indecente que gastarse 165.000 euros en una estatua a la solidaridad mientras mantenemos, en una esquina de nuestro pueblo, la encarnación de lo que es el aplastamiento de cualquier sentimiento solidario porque así lo ha querido la clase política. Todo es un desastre y una ya no sabe ni qué escribir, ni qué protestar para que se rompa esa burbuja de la mentira, de la estupidez y de la hipocresía. ¿Hasta cuándo?