No. No les tiene que parecer normal porque no lo es. La escena protagonizada ayer por 9 inmigrantes que permanecieron subidos al vallado durante 8 horas debería hacernos recapacitar. Porque sí, porque, insisto, no es normal. Nueve hombres encaramados, algunos de ellos descalzos, otros casi sin ropa, y todos ellos subidos sobre alambres, apostados en concertinas, pasando de un lado a otro, negándose a ser entregados a los agentes del vecino país. Sí, lo hemos visto en demasiadas ocasiones. Pero una no se acostumbra. Ni una, ni todos los que ayer estábamos viendo lo que sucedía. Tampoco los guardias civiles, se lo aseguro. Porque ellos son los últimos eslabones de una cadena de órdenes, son los que tienen que cumplir con la misión de poner la escalera a pie de valla para detener y entregar o para solo hacer lo último. ¿Pero entender esto? Nadie, nadie lo entiende.
A esa línea, a ese espigón cada vez más deteriorado, a esos alambres elevados contra natura, a esa torre que parece un castillo de juego de niños, se le llama la frontera sur de Europa. Una frontera en la que se supone que además de medios, hay criterios, y además de criterios hay seguridad para todos los que, de una u otra manera, tienen que actuar.
Ni mucho menos. Benzú, al igual que Tarajal, son las líneas de la vergüenza. Espacios en los que los distintos gobiernos hacen experimentos y juegan con todos nosotros. Lo que hoy vale, mañana no. Lo echan a suertes porque parece que en esa línea todo depende del pie con el que se levante el politicucho de turno o, también, del momento ‘canguelo’ que tenga. De eso depende que un inmigrante se quede o sea entregado a Marruecos. Y en medio de todo esto, unos guardias civiles a los que unas veces se les manda unas cosas y otras, lo contrario. ¿Por qué? Porque nadie sabe qué hacer ante lo que no es más que un auténtico drama generado por las grandes potencias y mantenido porque deja muchos millones en el camino.
Esas personas que se encaraman son como usted y como yo, con la única diferencia de que nosotros, de momento, no tenemos que escapar de un país dictatorial para empezar un camino sin rumbo y terminar subido a una de las múltiples vallas con las que la vieja Europa pretende no solo blindar su supuesta seguridad sino también sus vergüenzas.