No, no se trata de un nuevo límite de velocidad. Esa es la nada desdeñable cifra de escaños a la que aspira el PSOE para poder gobernar este país o lo que quede de él tras el 20-D.
Pese a que la mayoría en el Congreso está en 176 actas, y a que nadie ha conseguido gobernar con tan escaso número de diputados, los socialistas esperan renovar una versión del cinturón sanitario forjando pactos con Podemos y otros actores de la izquierda más radical, o con el errático Ciudadanos. La dificultad de alcanzar esa cifra radica en que los pasados comicios les dieron los peores resultados de la historia con tan solo 110 asientos, y nada indica que esa cifra vaya a superarse , ni tan siquiera revalidarse. Para conseguir esa cifra el PSOE cuenta con que se den una serie de circunstancias. La primera es la debacle de Podemos, que pese a ser compañero de viaje en la deriva que la izquierda española mantiene hacia la radicalización, no son estimados como compañeros fiables y los socialistas prefieren tener las actas en mano antes que en las de los remozados comunistas. La segunda circunstancia que beneficia al PSOE es la polarización de la campaña electoral. Y aquí debe tener mucho cuidado el PP en no seguir haciéndoles el juego. Los socialistas plantearán la cuestión de una forma dicotómica: o ellos, o sigue gobernando el PP, intentando ningunear otras alternativas, no menos irreales que la socialista. La tercera circunstancia que deberá confluir será la radicalización de las posturas ideológicas ¿recuerdan aquello de "nos conviene que haya tensión"? pues ahora más que nunca. Y un hecho que certifica esta intención es el aumento de programas televisivos y noticias en Canal Sur que ahora tratan sobre la Guerra Civil; el manido y ucrónico recurso que sostiene la izquierda para justificar su odio hacia todo el que piensa diferente. La cuarta circunstancia es que van a plantear el 20-D como un examen a los cuatros años de gobierno de Mariano Rajoy, cuando todos sabemos que este Gobierno tiene muchas asignaturas pendientes. El engaño en esta circunstancia es doble: el primero es la pregunta, lo que verdaderamente se cuestiona el 20-D es ¿ quién quiere que gobierne los próximos cuatro años España?. Y el segundo, es hacer creer a los electores que la alternativa es un alumno aventajado que va a superar con creces todas las materias pendientes del actual Gobierno, nada más lejos de la realidad. El 20-D nos va a dejar un PP muy tocado y un parlamento muy fragmentado, abundante en diputados inexpertos, tarambanas y deseosos de mostrarnos sus fuertes compromisos con la ideología del odio a la derecha antes que a los verdaderos intereses de España. Los populares lo van a tener difícil si continúan pensando que el PP comienza y acaba en Mariano Rajoy, y quizá lo único que consiga sostenerlos en el poder sea el miedo a la falta de rigor y seriedad de quienes se erigen como alternativa política. Pero eso no da autoridad moral a los vencedores.