Los Conciertos” es el título de la última novela de Fernando de Villena, prolifero escritor granadino que, entre poemarios y libros en prosa, ya tiene alrededor de cincuenta títulos publicados. El libro en cuestión es una novela de 240 páginas, editado por Nazarí, con una portada muy bella y llamativa, que reproduce un cuadro de Frans Snyders, Concierto de Aves, pintado entre 1629 y 1630.
Desde el comienzo del libro Fernando de Villena (Granada, 1956) nos sorprende con dos tramas paralelas –una en el Nuevo Mundo, en los comienzos del siglo XVII, la otra actual en la ciudad de Antequera-, que al final convergen en una sola que atrapa y seduce al lector.
Esta seducción del lector me parece que es la primera característica que debemos señalar en este libro. Nuestro autor lo consigue gracias a una acción “suspense”, propia de la novela negra, y a un estilo ameno e impecable, (con un lenguaje ligeramente arcaizante en la parte que transcurre en el siglo XVII), que en seguida ganan al lector, incluso al más apático. Hay momentos en que es imposible interrumpir la lectura porque nos embarga el deseo de saber lo que va a ocurrir después. A veces hasta nos viene la tentación de ir al final (algo que jamás se debe hacer en ningún libro) para saber cómo termina todo.
Enredada a esta característica hay que añadir otra que afecta especialmente a la parte que se desarrolla en el siglo XVII: el completísimo y minucioso conocimiento que Fernando de Villena derrocha en toda la novela del Siglo de Oro. Este conocimiento abarca no solo las letras y las artes de la época –algo normal en un escritor que lleva muchos años estudiando esa época-, sino también otras muchas actividades –música, cocina, trajes, costumbres, etc.-, y algo que desde el comienzo nos sorprende: brujería y hechizos. Algo que, sobre todo en el Nuevo Mundo, pervive y se confunde con las religiones primitivas –especialmente el animismo- y las brujerías de importación que, que al socaire de la Inquisición, llevaron los españoles. Es un tema que no deja de tener su importancia en el libro. Y hechizante es el efecto que el escritor ejerce sobre el lector al impedir que se pueda abandonar en cualquier momento la lectura.
Pero la novela, que es muchas cosas a la vez, es también una crítica mordaz y sin paliativos de la sociedad española del Barroco y sobre todo, y con mucho más énfasis, de la burguesía antequerana actual. El retrato que nuestro autor nos ofrece de los señoritos del lugar no puede ser más negativo. Todos ellos brillan por su altanería, ignorancia, chulería y depravación. Algunos de estos personajes nos recuerdan a los que en su día nos ofrecieron de la España profunda Pío Baroja, Antonio Machado –como el inolvidable don Guido-, o el cine de García Berlanga y Barden, lo que demuestra que el tiempo avanza, las generaciones se suceden, pero la imagen del señorito ignorante y holgazán, verdadero lastre de la sociedad española, continúa intacta. Se diría que es una maldición que ha caído sobre el país, porque el retrato que Fernando de Villena saca a la luz de la sociedad antequerana es evidente que vale para cualquier otra ciudad de España. Nuestro autor aprovecha la trama de su novela –unas muertes misteriosas que se suceden en Antequera y otros puntos y un maestro jubilado que tiene que investigar lo que la policía ha sido incapaz de investigar-, para hacer un análisis de nuestro tiempo y la sociedad actual. Sus conclusiones son deplorables, pero, hombre cabal y justo, como nuestro autor no puede permitir que triunfe la maldad y la injusticia, aunque en la vida real muchas veces sea así, en la novela el destino impone su justicia y al final ganan los buenos y pierden los malos. Huelga añadir que lo consigue sin forzar en ningún momento la verosimilitud de la trama.
Fernando de Villena nos demuestra con “Los Conciertos” que en literatura no hay géneros menores y que la llamada “novela negra”, hasta hace unos años tan denostada, en manos de un auténtico escritor, puede dar una gran obra. Responde al mismo credo literario que ya defendieron Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza. Hoy nos parece evidente que los tres tienen razón.