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Víctor Barrio: ¡Va por ti, torero!

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El lunes pasado dedicaba mi artículo en El Faro a comentar de forma resumida cómo fue naciendo y evolucionando la historia del toreo como arte y cultura en los países ribereños del Mediterráneo, principalmente, en España, Portugal y Francia, para luego ir extendiéndose por Hispanoamérica.

Lo escribí al hilo de la serie de insultos, ofensas y graves descalificaciones vertidos recientemente en las redes sociales, twitter, youtuber, facebook, etc. contra el difunto torero Víctor Barrio y su familia, y anunciaba esta segunda entrega para hoy, que es a lo que ahora me dispongo.
Ya he referido alguna otra vez la célebre frase del que fuera viejo canciller alemán Otto von Bismarck: "España es el país más fuerte del mundo, porque los mismos españoles han tratado siempre de destruirlo, sin haber podido conseguir". Y es que los españoles tenemos por nuestros peores enemigos a los propios españoles. Y eso puede deberse a que, a lo largo de la historia, sobre el solar hispano se fueron asentando y mezclando una amalgama de sucesivas invasiones de pueblos, gentes, culturas y civilizaciones de los más variados orígenes y de la más diversa procedencia, casi siempre en lucha por el territorio. Y de ese sustrato étnico luego se ha ido formando el arquetipo del español actual, a base de un conjunto muy heterogéneo. Creo que esa es la causa de que nos sintamos fuertemente cohesionados en lo que nos une, sino que andamos siempre divagando sobre lo que nos separa a modo de movimiento centrífugo que tiende más a ir del centro hacia la periferia que desde ésta hacia el centro. Y por eso, aunque los españoles hemos realizado por el mundo las mayores heroicidades y hemos acometido las más grandes empresas que asombraron a propios y extraños, tales gestas las realizamos más bien a título individual o de forma aislada, cada uno haciendo la guerra por su cuenta, como sucedió con los antiguos reinos de la Reconquista, que por eso nos costó recuperar España de los árabes casi ocho siglos, aunque todos tuvieran conciencia última de pertenecer a una misma nación: la vieja Hispania.
Luego, los españoles nos pasamos la vida arremetiendo contra nosotros mismos, discutiendo, criticándonos, peleándonos, querellándonos, dejándonos arrastrar más por las pasiones que por los comportamientos sensatos y las conductas reflexivas. Estamos casi siempre a la gresca y dándonos leña unos a otros, como en el cuadro de Goya que representa la "Pelea a garrotazos". Y, claro, así nos va. Buen ejemplo de ello se tiene en el sempiterno dicho - y a veces hecho - de las "dos España"; y ahí está también la lamentable situación política actual, en la que todos los líderes saben perfectamente lo apremiante y necesario que es ponerse a gobernar ya para bien de todos, como les pide el pueblo, sin que cuando escribo todavía se haya conseguido acuerdo alguno tras los siete eternos meses de estar echándose la culpa unos a otros, torpedeándose, poniéndose zancadillas, líneas rojas y retorciendo a su antojo los números para convertir las repetidas derrotas en sonadas victorias, como si los electores estuviéramos en la inopia. Incluyo aquí a todos, que parece que sólo les importan sus intereses partidistas y particulares por encima del bien general de la comunidad; cuando la mayoría de los países de nuestro entorno lo hacen al revés, formando gobiernos de coalición y aliándose unos con otros en momentos de extrema necesidad, incluso siendo de ideologías diametralmente opuestas. El gran poeta Antonio Machado, tan sobrado de sabiduría popular, lo captó perfectamente cuando con su gracejo andaluz aseveró: "De cada diez españoles, nueve embisten, y sólo uno piensa".
Y, claro, todo ese mal ejemplo institucional que en los "padres de la patria" ve el pueblo en sus líderes al no avenirse a negociar y pactar, sino más bien a estar permanentemente descalificándose, zahiriéndose, insultándose en los foros parlamentarios, pues es el que luego va haciendo el caldo de cultivo que se traslada a la sociedad, propiciando que algunos excéntricos, caraduras e histéricos se aprovechen con su lengua viperina desatada, yendo por la vida a merced de sus variables pasiones, despotricando, atropellando, agrediendo y atentando contra los derechos y la dignidad de la buena gente; sembrando el odio, la ira, el rencor, el desprecio al otro, la intolerancia y la mala educación contra todas aquellas ideas, comportamientos y actitudes que no sean las propias. Son fanáticos, fundamentalistas del pensamiento único, que a quienes no hagan los que a ellos les gusta les marcan, les acosan, les afean sus actos y se ensañan con ellos con virulentos ataques a su persona y a su familia.
Pues eso mismo es lo que viene ahora sucediendo con el triste caso del difunto torero Víctor Barrio, al que un toro el pasado 9 de julio le partió el corazón de una cornada, segándole la vida a sus 29 años. Y resulta que ahora van algunos energúmenos descerebrados y, no satisfechos todavía con la triste desgracia de su fallecimiento y pérdida tan irreparable para su familia, la emprenden en las redes sociales a insultos, amenazas, humillaciones y maltrato escrito, descargando su inquina y su mala condición, llamando de todo y de lo peor a una persona que está ya muerta y que no puede defenderse, lo mismo que a sus apenados familiares queridos. Y eso obliga en conciencia a salir aquí en su defensa, en desagravio por tanto mal inferido a una familia que se encuentra en tan tristes circunstancias. Porque hace falta ser cobarde y tener la peor conciencia para comportarse de ese modo. Aparte de ser tal conducta de juzgado de guardia, que ya el Tribunal Supremo tiene declarado que "comportamientos de ese tenor no merecen la cobertura de derechos fundamentales como la libertad de expresión o la libertad ideológica, pues constituyen la más grave vulneración de los derechos humanos de la comunidad que los sufre".
Notarán que hoy me expreso enojado, y les pido por ello disculpas. Pero es que, no hay más que asomarse a dichas redes para sentir sensación de asco y náuseas al leer los repugnantes improperios, expresiones soeces, ofensivas, ineducadas y de mal gusto con las que algunos antitaurinos se expresan contra el joven torero, algunas de ellas verdaderamente increíbles, asombrosas y aberrantes. Sólo citaré parte del texto vertido en su facebook por quien sin ningún sonrojo se ha atrevido a escribir: "Muere un tal Víctor Barrio de profesión asesino...Yo soy un ciudadano muy ´educado´, hasta el punto de ser ´maestro´. Me alegro mucho de su muerte y lo único que lamento es que de la misma cornada no hayan muerto los hijos de p... que lo engendraron y toda su parentela... Hoy es un día alegre para la humanidad. Bailaremos sobre tu tumba y nos mearemos en las coronas de flores que te pongan, ¡¡c...brón!!". Y aquí, vuelvo a pedir excusas por tener que reproducir tan incalificables y vergonzosos exabruptos, que con puntos suspensivos los disimulo. Y les aseguro que no he escogido una de las peores frases; las hay mucho más repugnantes, macabras y algunas hasta lujuriosas, sádicas y asquerosas, dedicadas al torero y a su viuda.
Al parecer, tal elemento trabajó en la enseñanza en Cataluña. No me extrañaría que esté entre los que propugnaron la abolición de las corridas, que luego allí los separatistas materializaron. Si fuera cierto que tal deslenguado es "maestro", como él mismo se anuncia, que lo perdonen los dignísimos auténticos maestros, o profesores, que tanto empeño, entrega y abnegación ponen en la eficiente y sana educación de los niños. Qué pena me daría que hubiera niños que tuvieran la mala suerte de caer en manos de tan incivilizado y grosero enseñante; porque sería demasiado triste que alguien que se dedica a la docencia y la educación pudiera inculcar en la cándida inocencia de los niños la macabra idea de que hay que alegrase por la muerte de un torero, o que es de mejor derecho un animal que un ser humano muerto y su sufrida familia. Y, encima, el tipo se muestra ufano y altivo de haber escrito con su mediocridad tan irresponsable frase, con la que a sí mismo se descalifica sin necesidad de tener que llamarle lo que es; que la ha escrito deliberadamente, a sabiendas de lo que hacía y queriendo hacerlo, con intencionalidad y con el ánimo decidido de causar daño con maldad, con saña y rezumando odio por sus cuatro costados contra una persona que el único mal que ha cometido es intentar ganarse la vida y ejercer una profesión en la que tanto empeño e ilusiones había puesto Víctor Barrio, y que durante miles de años otros dignos profesionales como él la han venido ejerciendo como arte y cultura, con el beneplácito y aplauso de la sociedad en general.
Entiendo que el toreo pueda ser mal o bien visto y que tenga partidarios y detractores. Eso entra dentro de lo opinable en la misma medida en que también unos y otros somos distintos. Comprendo que se esté a favor o en contra del espectáculo taurino, y tan legítimas y razonables pueden ser las dos formas de opinar si se hace razonadamente y con respeto hacia los que opinen lo contrario; pero creo que un mínimo de sentido común y de raciocinio ponderado debe llevarnos a considerar que forma parte de la mínima educación y respeto de la más elemental convivencia no alegrarse de la muerte de nadie. Flaco favor le hacen a la causa animalista todos esos comentarios indignos contra los partidarios de la tauromaquia, tal como parecen haberlo visto las asociaciones de defensa de los animales, que creo se han desmarcado de quienes se han expresado en las redes sociales de forma tan agresiva e irresponsable con el torero y su familia. Pienso que a quien no le gusten los toros, pues que no vayan a las corridas, y punto. O también tienen otro medio más acorde con la defensa de los animales: que se declaren en huelga culinaria y dejen de degustar los ricos filetes de los troceados terneros inmaduros que a diario se sacrifican de un puntillazo en los mataderos.
Nada tengo que reprochar a los antitaurinos en cuanto amen a los toros bravos y los defiendan de cualquier clase de maltrato, en tanto que me considero amante de la naturaleza y de los animales, además de ser sumamente respetuoso con la forma de ser y de pensar de los demás. Pero lo que nunca llegaré a entender que algunos, que tanto dicen amar y defender a los animales, luego puedan a la vez caer en la perversión, en la bajeza moral y en la mala condición de burlarse, mofarse y hacer tan bárbaro y brutal escarnio de la muerte de un torero en el ruedo. Eso es tanto como invertir la escala de valores morales y humanos, haciendo de mejor condición a un animal que a una persona, máxime tratándose de una muerte tan trágica que tanto ha impactado y conmovido a la opinión pública y a la sociedad en general. Y conste que nada me vincula ni al malogrado torero al que ni conocía y ni siquiera sabía que lo era; ni a su familia, ni a la tauromaquia, aun reconozco mi admiración por el arte y tradición taurinas, de tan hondo raigambre en España. Pero me basta saber la triste desgracia de su muerte para sentirme apenado por él y solidario con su familia, a la que me permito transmitir mi sincera y triste condolencia, junto con mi sentimiento de apoyo y solidaridad al mundo taurino, que con pocos detractores que tenga como el "educadísimo maestro", a buen seguro de que la afición taurina irá a más.
La pena es que, para que eso ocurra, por encima de tan desaforadas y bestiales agresiones, tenga que morir alguien tan joven en la plaza, para celebración y regocijo de quienes demuestran tener tan crueles sentimientos humanos como para expresarse públicamente de esa manera.
Pues, difunto Víctor Barrio: apenado por tu desgracia, con el mayor respeto me descubro y me inclino ante tu féretro, y mirando al cielo, brindo por la paz y el eterno descanso de tu alma. ¡Va por ti, torero!.


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