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Infantilismo

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Observamos con preocupación un progresivo deterioro del  espacio público. Cada día las playas y los montes acumulan mayor volumen de residuos por todos sus rincones; andar por las aceras es una carrera de obstáculos para evitar las heces de los canes; los contenedores y los coches arden en las barriadas; el mobiliario urbano es quemado como un divertimento más en este loco tiempo que nos ha tocado vivir.

Resulta como poco llamativo que estos actos de vandalismo se centran en aquellos puntos de la ciudad que más carencias presentan. Un ejemplo lo tenemos en la playa del Tarajal. No tardaron mucho los grupos de la oposición a hablar de discriminación hacia esta playa cuando se adjudicó el servicio de vigilancia, ya que el horario previsto de presencia de socorristas se limitaba a la tarde. Se puede decir que forma parte del argumentario de los partidos de la oposición el criticar la diferencia de trato entre las playas del centro urbano y las de la periferia. Es una crítica no carente de fundamento. En Ceuta hay playas de primera, de segunda y de tercera. Creo que no hace falta decir cuáles. Pues bien, resulta que cuando estos desequilibrios se intentan compensar llegan los vándalos y queman todo lo que encuentran a su paso. Así ardió a mediados de julio la recién estrenada rampa de acceso a la playa del Tarajal y hace poco ha tenido tan trágico destino la torre de vigilancia en el que desarrollaban su labor los socorristas de la playa.
La editorial de este mismo medio criticó estos actos de vandalismo y el Consejero de Medio Ambiente ha hablado de “vandalismo medioambiental de algunos ciudadanos” en el Pleno para salir al paso de las críticas de la oposición por la acumulación de suciedad en determinadas barriadas ceutíes. Resulta evidente que del vandalismo sólo quieren hablar algunos. Otros prefieren mirar para otro lado o utilizar estos mismos actos para seguir degastando al gobierno municipal.  Este tipo de actitudes son las que alejan a la ciudadanía de la política. Es legítimo y necesario que los partidos de la oposición lleven a cabo un minucioso control de la acción del gobierno y hagan públicas sus denuncias por los abusos de poder o la mala gestión, además de presentar alternativas serias y coherentes a la manera de proceder ante determinados asuntos que preocupan a la ciudadanía (paro, inseguridad, acceso a equipamientos, etc…). No obstante, creemos que tanto gobierno como oposición tendrían que ir de la mano a la hora de ser más exigentes con los ciudadanos que dicen representar.
Es fácil, pero igualmente irresponsable, hacer creer a la ciudadanía, como dijo el célebre psicólogo alemán Carl Gustav Jung, “que toda salvación está en la “comunidad popular”. Así se le puede conducir fácilmente al lugar donde ya por naturaleza más le gusta ir: al país de los niños, donde se plantean exigencias únicamente a los demás y la injusticia siempre la comete otro”. Siguiendo este principio, todos los partidos políticos, casi sin excepción, basándose en mentiras o medias verdades, transmiten a la ciudadanía la equívoca idea de que la solución a todos los males que les afecta se solucionaría de manera inmediata y mágica con el simple gesto de votarles a ellos. En campaña es posible prometer el sol y la luna a unos incautos ciudadanos que prefieren vivir en una fantasía creada y recreada por los medios de comunicación y las ficciones cinematográficas y televisivas. Todo es preferible a asumir la verdad íntima de que todos, en mayor o menor medida, somos responsables de lo bueno y lo malo que tiene nuestro país o nuestra ciudad.
Algunos se comportan en muchas ocasiones como unos niños malcriados a los que se les consiente todo y no se les exige nada, vaya que les dé un berrenchín. Dejan los montes llenos de suciedad, tiran las basuras por los acantilados, dejan las heces de sus perros en la calle, construyen las casas donde les da la gana, entre otros actos incívicos, y cuando algún conciudadano o un agente de seguridad les llama la atención, encima se enfadan y arremeten contra los bienes públicos. Una comunidad responsable debería condenar de manera unánime este tipo de comportamientos, pero algunos prefieren callar y consentirlos de manera implícita. Por desgracia, la política se ha convertido en una despiadada lucha por alcanzar el poder. Para ello es necesario contar con los votos de unos ciudadanos  no siempre conscientes de que la democracia es un sistema político que garantiza una carta amplia de derechos, pero que también exige el cumplimiento de una serie de deberes. Ambos conceptos, derechos y deberes, deberían estar siempre presente en el discurso político, sin embargo, la realidad es que los derechos están siempre sobre la mesa, pero los deberes se esconden en los cajones.
Ningún partido político quiere importunar a sus votantes recordándoles que ellos tienen una gran responsabilidad en el desarrollo de sus existencias individuales y el devenir colectivo. Por suerte en nuestro país contamos con un sistema educativo dotado de equipamientos y medios humanos, no todos lo que uno desearía, pero suficientes para ofrecer a todos nuestros niños la oportunidad de formarse en todos los planos de la condición humana. Nuestro sistema de becas nacionales y locales es amplio y generoso. En España, quien desea estudiar puede hacerlo sin que las limitaciones económicas sean un escollo insalvable. En Ceuta, sin ir más lejos, tenemos el ejemplo de estudiantes procedentes de familias humildes que han alcanzado  los más altos niveles de excelencia académica. Es cierto que no todos tenemos las mismas capacidades innatas, pero es una realidad incuestionable que con esfuerzo y voluntad es posible desplegar todo nuestro potencial.
Como adultos también podemos decidir qué hacer con nuestro tiempo libre. Podemos estar todo el día tumbado en el sillón delante de la caja tonta o pasando pantallas con el dedo en la tablet o en el celular, o bien podemos hacer deportes o pasear por nuestros calles y montes disfrutando del patrimonio cultural o natural. De igual modo, podemos regocijarnos de nuestra ignorancia y nuestra indiferencia por todo lo que ocurre en nuestro país o nuestra ciudad, o bien podemos enriquecer nuestra inteligencia con la lectura e implicarnos, de una manera u otra, en los asuntos cívicos del lugar en el que vivimos. Podemos, en definitiva, ser corresponsables de lo bueno y lo malo de lo que somos, o estar siempre proyectando en los demás nuestras miserias y rencores.
El infantilismo es un grave problema de nuestra psicología colectiva provocado por una ciudadanía acrítica, consentida y conformista que ha sido fomentada y auspiciada por una clase política irresponsable e incapaz de decirles a los ciudadanos lo que no desean escuchar por miedo a perder su preciado voto. Por este último motivo, se exigen con contundencia medios para determinadas playas, pero se callan cuando estos son presas de las llamas, así como se anuncian campañas para sancionar quienes dejan las heces de sus mascotas en la calle, pero nunca  sancionan a nadie, no sea que la persona pillada in fraganti sea uno de sus votantes o militantes.
Por suerte para nosotros no necesitamos del refrendo de los votos de una ciudadanía infantilizada para ejercer nuestra labor de crítica ciudadana. Así que somos libres para decir lo que nos venga en gana. Y les decimos a nuestros conciudadanos, para concluir, que ya está bien de quejarse por las esquinas y las barras de los bares. Con la misma energía que asumes como tuyos los éxitos deportivos de tu país o de alguno de tus paisanos, asume también tu cuota de responsabilidad en los males ambientales, económicos y sociales que nos afectan tanto en el ámbito nacional como local. No es suficiente con ser un ciudadano ejemplar. Tal y como dijo Dante, en el centro del infierno hay un lugar reservado para los inocentes, para aquellos que con su indiferencia, apatía y pereza se han convertido en cómplices de los más escandalosos crímenes.  Decir y decirnos la verdad, -aunque duela y derrumba nuestro autoengaño-, así como luchar por la conservación de nuestros bienes comunes es un deber moral que nadie puede escamotear si desea llegar a ser digno de ser llamado persona íntegra y cabal.


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