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El civismo

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- Perdone profesor, ¿Me puede decir de qué color es el cielo?
– Azul en su esplendor.
–¿Y la tierra? ¿De qué color es la tierra?
–Marrón si seca.
–¿Y el fuego, de qué color es?
–…uuhm, roja es su estrella
–¿Y el mar de Ceuta? ¿de qué color es el mar?
–Ahí no dispongo; esquiva es su ciencia.

Mensaje recibido: el sostenimiento del Estado de Bienestar, tal como lo habíamos imaginado en los foros del principio, es mucho más caro de lo previsto. (Quien quiera rebatir esta apreciación habrá de adentrase en el terreno de la fe, es decir, del infinito, el tiempo y la probabilidad). Entonces recurro a la concentración, para que afloren las ideas que han de competir por ser la clave. Y una luz brilla por encima del resto: el civismo.
¿Y qué extraña propiedad nos genera este sentido descubrimiento?  Yo lo llamo triangulación ministerial, o pirámide del ahorro.  Que en los tiempos del acelerador de partículas, de la bondad de Malala, y del desborde de Messi, España no tenga un modelo educativo, me hace gritar de desesperanza. Un territorio que durante 3.000 años ha vivido lo mejor y lo peor de la Historia anda sin cabeza. Son voces que sugieren la rendición. ¿Pues, habrá algo más objetivable que la administración de la ciencia, aplicada y evolutiva?
Pero vayamos al silogismo pecuniario, a saber: si disparamos el gasto en educación, el ahorro en sanidad y justicia se dispara en la misma proporción. Es un circuito de energía cerrado. Es decir, la formación de la conciencia colectiva, el civismo, en los terrenos de la salud pública y la ética, lleva aparejada un descenso en la carga de la atención hospitalaria y en la litigiosidad, respectivamente.
Nadie está libre de enfermar, pero si damos por bueno un modelo de ocupación del tiempo sedentario, adictivo y compulsivo, el problema de la sanidad carece de solución numérica (estadística). Tal como lo veo, el cuidarse un poco es un ejercicio de civismo impagable.
Lo mismo ocurre con el ministerio de la justicia, que ha de ordenar los límites de las relaciones humanas. Al inculcar la necesidad de un comportamiento ético, éste actúa como filtro, y muchos de los litigios saldrían de los despachos y se dilucidarían en el terreno de la propia ética. Es insondable que la justicia arbitre sobre todas las decisiones de las personas. Por no hablar de la ética en la clase política; esos sumarios de 50.000 páginas son esperpénticos e irrealizables en tiempo humano.
Fin: Centrar el debate de los problemas de la educación en “religión sí, religión no” responde a un mero interés de los partidos por ocupar un espacio político, y por tanto es una postura reprobable.  De la religión me interesa su dimensión ética; creo en la purificación y el perfeccionamiento del alma como elemento de cohesión social y progreso.
Los enemigos de la educación son los mismos: la indisciplina, la desmotivación, la irrespetuosidad, y la deshumanización.  El debate de la religión ha de tener un contenido teológico. Abrazar la inexistencia del Hacedor con tanto desparpajo y algarabía, es cuanto menos del alma imprudente. Es una certeza que mucha gente encuentra su fuerza para vivir en el suplicio de Cristo.  Si al final no hay consenso se realiza un referéndum y ya (las bondades de la democracia).


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