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Llueve sobre París

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Esta mañana me hubiese gustado escribir algo esperanzador que nos hablara del paisaje cubierto de campos de trigos, de pájaros y de fuentes de aguas claras… De rosas únicas de pétalos delicados que el rocío pintara gotas de purezas… 

De amores perdidos en los bosques de los sueños…Y, también me hubiese gustado escribir acerca  de ti y de mí, de nuestros besos en aquellas noches de la crecida luna, cuando íbamos a servir al amor a los bancos vetustos de aquella alameda -transida de silencios-, donde sólo se oía  el rumor del surtidor de plata, cayendo sobre el mármol de la fuente  de agua…
    Pero la mañana ha nacido ensangrentada y llueve sobre París la sangre de los inocentes… Y, sabemos que el camino de las palabras ha terminado al borde de los precipicios del fanatismo y la intolerancia. La sangre derramada rompe cualquier posibilidad de dialogo. Todo ha terminado y nada será igual a partir de ahora. Todo parece indicar que los puentes que unían dos maneras diferentes de concebir la historia, han saltado por los aires y se nos antoja difícil de reconstruir.
    La mañana -como un pájaro herido- se levanta con las alas rotas apenas iniciado  el vuelo. Las noticias que llegan de París llenan el alma de espanto… Todo es desesperación y los ojos se colman de horror al columbrar la barbarie en su cara más miserable, en la cara terrible de la muerte…
    Hace años, el buque quimiquero de productos especiales “Eloisa” -donde navegaba como oficial de puente-, arribó al puerto del “Le Havre”, y desde allí en aquellos trenes franceses formidables para la época -junto con Araceli que me acompañaba en aquella singladura-, nos acercamos a la capital de Francia, y por fin pude lograr uno de mis sueños más deseados, a saber: visitar París y la torre Eiffel… Y, recuerdo que aquella torre metálica sobrepasó la magnificencia que yo había imaginado; pues aquel gigante de acero ascendía hasta las nubes, para luego  besarlas y sentir las caricias de sus brumas  grisáceas que colgaban de los cielos…
   Verdaderamente, París es  una ciudad mágica, llena de belleza por doquier, y cautiva del sentido de la libertad y la cultura… París es la ciudad universal por excelencia, donde adormece su historia al rumor de las aguas que bajan del Sena… París es de todos, pareciera que  no tiene dueño, y que sus únicos dueños  fuésemos los enamorados que un día nos enamoramos de ella y, que algo trastornados,   podríamos  amarla como se ama a una mujer…
    Sin embargo, pareciera que todo ha concluido… Y que el tiempo de las palabras, el tiempo de la tolerancia hubiese terminado. Horas difíciles están por venir… Y, el fantasma de la guerra se  acerca a pasos agigantados al mundo que nos tocará vivir… Nunca hay nada nuevo bajo el sol, sin embargo, la desolación de estas horas y el horror expuesto -como un manotazo brutal- ante nuestros ojos,  pudieran hacer cambiar nuestra interpretación de la “Historia”, y llevarnos a la  conclusión de que el ruido de los tambores se acercan de manera inexorable…
    El reportero de la cadena de radio, va desgranando como  cuentas de un rosario de espanto, los muchachos abatidos a tiros en la noche de ayer…
París llora a sus muertos… París se desangra en unos jóvenes inocentes que sólo pretendían pasar una noche soñando las quimeras que sus corazones les dictara.  
Paris se ha roto en una noche trágica que va más allá de la locura  fratricida de unos   fanáticos religiosos. París ya representa la última oportunidad que cabía esperar  en una sociedad multicultural donde cada uno podía alcanzar y realizar sus sueños. Paris se ha roto… Y, ahora, se abre el abismo de la incomprensión y la imposibilidad de llegar a entendernos… París se ha roto…Y, ahora los redobles de tambores suenan en cada esquina, aullando por otro tiempo y por otros  actos que cambien definitivamente la historia…
   Y, en nuestras conciencias -como el golpeteo constante de los latidos del corazón-, nos preguntamos: ¿por qué han asesinado a estos muchachos? Acaso la palabra ya no sirve para que los diferentes corazones puedan entenderse. Acaso la palabra ya no pueda pronunciarse para que los viajeros de la vida enamorada puedan oírla. Acaso la palabra ha enmudecido de tal manera, que su mensaje de generosidad y entendimiento ha   quedado prisionero de  la intolerancia y de la barbarie…
  Y, al cabo, continuamos preguntándonos: ¿por qué, por qué… han asesinado a estos muchachos?...


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