Han sucedido tantas tragedias y desastres en nuestra frontera que pareciera que el fenómeno de las migraciones llevara en su “adn” marcado a fuego el dolor, el sufrimiento y la desdicha en este rincón del Sur.
Desde de la década de los noventa no hay un año donde no se produzcan los dramas y las muertes de personas migrantes que nos conmocionan a todos. ¡Cuántos migrantes – hombres, mujeres y niños – enterrados en los cementerios de Barbate, Tarifa y Ceuta! Aún conservo en mi retina el último entierro que hice, una tarde gris que amenazaba lluvia, en el cementerio de Ceuta. Los féretros de dos chicos migrantes, de los que desconocíamos todos sus datos, en la frialdad de aquel patio entre nichos y lápidas, arropados por una docena de personas que intentábamos trasmitir y suplir, en la medida de nuestras posibilidades, todo el afecto y el calor que hubieran recibido de los suyos en esos momentos del adiós. Al finalizar comenzó a llover y escribí en un artículo que eran las lágrimas de Dios que lloraba por los más pobres de la tierra. Y uno siempre piensa que ya no habrá nada que pueda ocurrir y que pueda superar el espanto que provoca cada una de estas gravísimas situaciones, pero lamentablemente parece que no hay límite.
La muerte, quemados y asfixiados, de dos inmigrantes subsaharianos en una cueva de Castillejos (Marruecos) en las cercanías de la frontera, tras las batidas realizadas por las fuerzas auxiliares marroquíes, me ha parecido tan estremecedor que parece que no hay límite para el horror. Según relataba el reportaje publicado el martes día dos de diciembre por el FARO DE CEUTA “se confirmaba la muerte de estos dos jóvenes quemados dentro de la cueva que había servido de su hogar, después de no haber podido escapar de la indiscriminada actuación que, durante toda la mañana, llevaron a cabo las fuerzas auxiliares marroquíes.” Lo cierto es que Vapour, de 24 años, y Lebir, de 23 años, dos jóvenes cameruneses llenos de vida, dejaron sus sueños y sus esperanzas calcinadas en una cueva. No quiero creer que un acto tan violento haya sido ejecutado por unos irresponsables y desaprensivos, por no emplear otros términos, que prendieron fuego a lo que era su hogar, sin cerciorarse fehacientemente de que no había seres humanos en su interior. ¡Qué espanto y qué horror! ¡Qué muerte más cruel!
Qué de preguntas sin respuestas me vienen a la mente. ¿Quiénes son los responsables de esta lamentable tragedia? Porque mi sospecha es que puede haber más de un responsable. ¡Más bien creo que hay una “cadena de responsables” directos e indirectos! Y puede que tal vez tengamos que dejar que resuene el eco de estas preguntas en una y otra parte de la frontera. ¿Quién investigará todo lo que ha pasado? ¿Quién asumirá las responsabilidades y las consecuencias? ¿Quién se pondrá en contacto con sus familias?
La única esperanza que me queda es que el Dios Padre en el que creo no los abandonó a su suerte. Estoy seguro que envió a su Hijo amado, el que nació en la cueva de Belén, hasta los abismos de esta otra cueva de Castillejos, para rescatarlos y trasladarlos a un nuevo hogar, la mansión de la misericordia y la ternura de Dios, lejos del horror y de la crueldad más inhumana.