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La herida

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La semana pasada, el aparato de propaganda de la extrema derecha (incrustado en el tuétano de un medio de comunicación), publicaba, en un lugar privilegiado, un incendiario artículo de opinión, en el que se sostiene la tesis de la “progresiva islamización de Ceuta que conduce, indefectiblemente, a su destrucción”.

Elige para ello, como excusa, la polémica celebración de la efeméride de la conquista de Ceuta por parte de Portugal. Pero este hecho es meramente circunstancial. Hubiese servido cualquier otro motivo. Porque la finalidad de estas invectivas es sembrar la discordia, avivar el conflicto racial y provocar un enfrentamiento entre comunidades del que él mismo se intuye “vencedor” porque “su bando” controla todos los resortes del poder. El planteamiento es, en sí mismo, el producto nauseabundo de una mente enferma y enfurecida, incapaz de comprender  la realidad en la que nos desenvolvemos y el alcance de la política suicida que propugna. Este tipo de acciones  son utilizadas por los fanáticos (de todo signo) para fortalecer sus posiciones y cultivar el odio como la  munición más eficaz para lograr sus perversos objetivos. No hace falta argumentar en exceso que el momento elegido (un palpable repunte de la islamofobia como consecuencia de los atentados de París) multiplica los efectos perniciosos de la publicación. La dinámica acción-reacción puede ser devastadora.
En condiciones de normalidad, este artículo no dejaría de ser una simple anécdota. La estúpida opinión personal de un sujeto irrelevante. Sin embargo, la escalada de tensión anímica que estamos viviendo le imprime una cierta importancia. No es fácil permanecer indiferente ante tamaña ofensa. Y nos obliga a hacer algunas reflexiones.
Uno. Esta forma de pensar, en sus diversos modos e intensidades, está siempre latente en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida pública. Se respira en el ambiente. No se trata de la opinión extravagante o aislada de un individuo. La convicción, sustentada por el racismo estructural que desquicia a esta Ciudad, de que la cristiandad (identificada malintencionadamente con la españolidad) es una seña de identidad inmutable de nuestra Ciudad, está mucho más arraigada y enquistada de lo que se quiere reconocer. Y esto es un serio problema. Venimos reclamando con tanta insistencia como frustración, que es preciso poner en marcha una “estrategia de pedagogía de la interculturalidad”  que libere a esta Ciudad de los ancestrales prejuicios racistas que la oprimen. Hacer creer a la población que Ceuta es “un ejemplo de perfecta convivencia entre cuatro culturas” está haciendo un daño terrible. Porque la interculturalidad (entendida como la construcción de un modelo de convivencia articulado en torno a un conjunto de valores compartidos como consecuencia de la fusión de culturas en plano de igualdad) no puede fluir de manera espontánea y natural. Más bien al contrario, requiere de un enorme y  generoso esfuerzo colectivo, en el que todos debemos implicarnos. Mientras esto no se asuma, estaremos caminando sobre el alambre. Muy peligrosamente.
Dos. Los partidos políticos, en tanto que catalizadores de ideas,  tienen la obligación moral de reflexionar profundamente sobre esta cuestión antes de que la herida gangrene irreversiblemente. En especial aquellos que por su implantación social, y/o nivel de representatividad, tienen una mayor influencia en la vida política. Dar cobijo al racismo por intereses electoralistas a corto plazo, es un error monumental de funestas consecuencias para el futuro de la Ciudad. Los que militamos en Caballas sabemos perfectamente el coste (hasta personal) que tiene combatir el racismo y el fanatismo. Pero es preciso entender que ésta es la única causa por la que merece la pena luchar en la Ceuta del siglo veintiuno. Es el reto ante el que nos ha situado la historia. Y debemos estar a la altura, si es que, de verdad, queremos a esta Ciudad. El PP tiene que sanear su fondo ideológico, aunque ello comporte deserciones y pérdida de votos. Pero un partido que ostenta una hegemonía política tan significativa, no puede contar en su dirección con  personas que perturban la convivencia y alientan el enfrentamiento. Y esto está sucediendo. Pero exactamente lo mismo le ocurre al PSOE, que da cobertura a lo que se puede denominar el “racismo de izquierdas” (original aportación de Ceuta a la historia del pensamiento occidental, según la cual se asumen todos los postulados que configuran una ideología progresista, excepto el racismo hacia el musulmán de Ceuta). También en este caso el miedo a una debacle electoral (lo que en sí mismo es un reconocimiento del carácter profundamente racista de una gran parte de la sociedad ceutí) impide un necesario ajuste ideológico que permita al PSOE desempeñar un papel que debería ser clave en el devenir de  nuestra Ciudad.
Tres. Es muy importante en este complejo y delicado contexto fijar, con claridad, el papel que desempeñan los medios de comunicación. Máxime teniendo en cuenta que todos están financiados con fondos públicos. Es cierto que la democracia es impensable sin una auténtica libertad de expresión. Me he mostrado siempre, y ahora también, rotundamente partidario de interpretar la libertad de expresión en el sentido más amplio posible. Sus límites están establecidos en el código penal, y son apreciados por el poder judicial A partir de ahí, que cada cual opine libremente, aunque la inmensa mayoría de las opiniones sean  mamarrachadas. Ahora bien, una cosa es tener derecho a expresarse, y otra muy diferente es que los impuestos de todos los ciudadanos y ciudadanas sirvan para financiar proclamas flagrantemente contrarias a los principios constitucionales y claramente lesivos para la convivencia. Derecho a opinar, sí; el derecho a que todos paguemos la difusión de panfletos racistas, ya es más discutible. El Gobierno de la Ciudad, que financia muy generosamente los medios de comunicación locales, tiene la obligación de exigir un código ético para proteger determinados valores  que resultan tan esenciales como determinantes para la vida de todos los ceutíes. Un loco, un malvado, o un perturbado, pueden escribir lo que les venga en gana; pero si un medio financiado con fondos públicos lo publica en un lugar preferente y lo destaca, ya estamos hablando de otra cosa. Sigue resultado asombrosa la ausencia de un elemental sentido de la responsabilidad, que fustiga sin descanso a esta Ciudad. Que, por momentos, parece maldita.


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