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Vicios presupuestarios

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El ayuntamiento funciona como una vieja máquina obsoleta y oxidada. Se desenvuelve con extrema torpeza y dificultad para resolver las cuestiones más elementales, y exhibe una proverbial incompetencia para acometer cualquier iniciativa que revista alguna complejidad.

Su capacidad para incidir en el devenir de la vida pública o solucionar problemas estructurales,  ha ido menguando  imparablemente hasta un estado muy próximo a la inanición. Esta obviedad es un drama en una Ciudad que pide a gritos cambios sustanciales en ámbitos fundamentales de su arquitectura social.
Esta situación de parálisis tiene sus causas en el agotamiento del proyecto político del PP (muy anticuado y carente de ideas), y en su falta de ambición provocada por una inmunidad electoral que empieza a flirtear lo patológico (hagan lo que hagan, aunque sea nada, ganan sobradamente todas las convocatorias electorales). Y queda perfectamente reflejada y explicada en los presupuestos que la Ciudad administrará durante dos mil dieciséis. Trescientos millones de euros. Ochocientos veinte mil euros diarios. Una cantidad exorbitante despilfarrada irresponsablemente esquivando toda referencia ética.
Es difícil asumir un documento económico tan anodino. La acumulación y consolidación de una serie de prácticas viciadas que han permitido al PP de Vivas tejer su amplia mayoría política, han encorsetado el margen de maniobra del presupuesto hasta el estrangulamiento. El resumen es que una vez computados todos los gastos superfluos, no queda nada para los necesarios. Señalaremos los tres agujeros negros principales, que drenan fondos públicos en cantidades obscenas.
Uno. La falta de respeto por el dinero público. No existe un control sobre la eficiencia de los gastos. Cada Consejero se limita a reproducir mecánicamente el presupuesto del año anterior sin comprobar ni la necesidad ni la exactitud de cada una de las partidas. Quizá pereza, quizá ignorancia, quizá complejo de inferioridad. El desaguisado se perfecciona añadiendo nuevas ocurrencias de cosecha propia. Todos tiran alegremente con pólvora ajena. Dos. La voracidad contratante. El Ayuntamiento es un permanente festival de la contratación. Allí se contrata todo con una facilidad pasmosa. Cosas sencillas que podrían (y deberían) hacer los empleados públicos, se contratan con empresas externas, nadie sabe si por comodidad, o por interés (personal, partidista o ambas cosas) Tres. Las subvenciones indiscriminadas. Como si se tratara de una versión actualizada del célebre “maná”, el Presidente riega con fondos públicos  todas y cada una de las actividades que se desarrollan en Ceuta. Cada persona (o grupo) que tiene una idea, acude presuroso al ayuntamiento a recibir su correspondiente subvención. No se trata de entidades que tengan autonomía de funcionamiento y reciban financiación para el desarrollo de un programa concreto de interés general (esto sería lógico). Hablamos de entidades que existen en la medida que reciben dinero público. En muchos casos la propia subvención es su razón de ser. Nadie se ocupa de analizar la rentabilidad social de ese dinero. Responde, exclusivamente, a la idea de Vivas de que estas subvenciones crean vínculos afectivos muy sólidos.  Un resorte electoral infalible. Dinerito fresco para todos, votos agradecidos para el PP.
Una evaluación aproximada del coste que tienen estas prácticas corruptas, nos lleva a los cincuenta millones de euros anuales. Algunas personas sensatas (aún quedan en la Ciudad), se preguntan cómo es posible que este modelo de gestión siga obteniendo un respaldo mayoritario en las urnas. La respuesta no es difícil. La “Ceuta acomodada” vota siempre, y lo hace con disciplina espartana. A ellos, esta forma de gastar no les disgusta, es más, les beneficia porque pueden disfrutar de algunos caprichos extra financiados con los impuestos de todos. Sin embargo,  las víctimas directas de este desvergonzado atropello, prefieren no votar, despotrican muy bien en el sofá de su casa, en bares o cafetines, y son expertos en culpabilizar de sus males a los políticos de la oposición. Esos son el principal baluarte sobre el que se sigue sosteniendo el PP.


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