El fragmentado Congreso de los Diputados resultante de las pasadas Elecciones Generales señalaba el inequívoco camino hacia el diálogo. Frente al conservadurismo del Partido Popular, sustentado por Ciudadanos, se abría la posibilidad de que el PSOE y Podemos se entendieran para liderar una serie de acuerdos progresistas que dieran lugar a un gobierno de este signo.
Sin embargo, desde sus primeras declaraciones postelectorales, Pablo Iglesias reveló la principal de sus obsesiones: el referéndum independentista de Cataluña, concebido como indispensable para entablar negociaciones con cualquier formación política. Dada la improbabilidad de que el resto de grandes fuerzas optara por apoyar la posible disgregación de la unidad territorial, la línea roja trazada por Iglesias se antojaba como un obstáculo insalvable. De un plumazo, los principios esenciales de la lucha por el amparo y la dignificación del pueblo y de la regeneración democrática de la política, base primigenia de la fundación de Podemos, habían sido desplazados para conceder total prioridad al referéndum.
La cuestión del referéndum entendida como un recurso propagandístico es, sin duda, interesante. Recordemos que Podemos no solo propuso su celebración sino que, al mismo tiempo, se mostró a favor de trabajar para que el “no” a la independencia catalana lograra la victoria llegados a ese punto. Este planteamiento dual permitía atraer a todas aquellas personas que estuvieran de acuerdo con el hecho de que el propio pueblo catalán decidiera su destino, lo cual englobaba tanto a los afines a la independencia como a los que no lo eran. En otras circunstancias, el conjunto de estos dos grupos sumaría un número desdeñable, pero el hermetismo, la obstaculización y la aspereza de los últimos años han propiciado una mayor sensibilización por la libertad que ha conducido a la defensa de esta clase de vías de decisión por parte de ciudadanos de distinto parecer.
Además, la defensa de la autodeterminación se ha convertido en un elemento clave en la construcción de las alianzas regionales de Podemos, especialmente con En Comú Podem en Cataluña y con En Marea en Galicia, y ante esos acuerdos ha de responder ahora el equipo de Iglesias.
Consideremos que de los 69 escaños que se atribuye a Podemos, 42 pertenecen únicamente a esta formación y 27 a sus coaliciones regionales, por lo que no estamos hablando de una fuerza marginal dentro del partido. La insistencia de Pablo Iglesias en el asunto del referéndum catalán es fruto de la exigencia de estos pactos y de la inmediatez que urgen las circunstancias actuales en esta comunidad, lo cual convierte este tema en un precepto irrenunciable si desea mantener no solo el sustento regional sino, también, la credibilidad frente a muchos de sus votantes y al resto de sus otros socios, sobre todo los gallegos.
La amalgama de energías de distinta índole y de diferentes territorios puede llegar a ser feraz electoralmente, pero, a la postre, suele suponer un asfixiante cumplimiento de deudas y devolución de favores difíciles de sobrellevar.
Otro de los puntos de insistencia, aunque, irónicamente, con menor intensidad en el discurso de los principales integrantes de Podemos con respecto al referéndum, es el que concierne a las reformas constitucionales.
Los de Iglesias instan a cualquier partido que quiera negociar con ellos a abordar las reformas constitucionales como un objetivo fundamental. No obstante, ninguna alianza que excluya al Partido Popular podrá ejecutar estas reformas constitucionales ya que los populares cuentan actualmente con más de un tercio de escaños en el Congreso y con la mayoría absoluta en el Senado, lo cual bloquearía cualquier tentativa sin su respaldo.
Pese a ello, desde Podemos se continúa perseverando en la condición inexorable de las reformas constitucionales. Si en un principio pensé que se trataba de ignorancia, ahora, tras comprobar cómo persisten en ello sin afrontar la realidad, creo que habría de considerarse como otro recurso político.
Por su naturaleza, Podemos necesita recurrir constantemente a reclamos que capten la atención popular y convenzan, sean o no posibles de aplicar, por lo que comienzo a pensar que el supuesto desconocimiento es, en realidad, una táctica.
Una táctica golosa, dada su efectividad en estos tiempos, que es muy útil en campaña pero también fuera de ella, ideal para un lapso de incertidumbre como el que ahora vive nuestra política, idónea para la “recampaña” que Podemos inició, por si acaso, en el preciso instante en el que se conocieron los resultados de las últimas elecciones.