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El Obispo de Córdoba

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El obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, en su mensaje, sermón u homilía de fin de año, reproducido y comentado por toda la prensa nacional, nos ha informado de cómo vienen los niños al mundo.

“Son fruto –nos dice el monseñor- de un abrazo de amor de sus progenitores”. Una bonita metáfora de la que todos los enseñantes de literatura deben tomar buena nota para ponerla como ejemplo al alumnado. Recuerda un poco la expresión francesa “faire l´amour”, pero no tiene importancia. Suena muy bien y además tiene la ventaja de que echa por tierra el viejo y gastado tópico de la cigüeña. “Mamá, ¿es verdad que una cigüeña trajo al hermanito?” “No, el hermanito es fruto de un abrazo de amor que tuvimos hace nueve meses tu papá y yo”. ¿Verdad que queda mucho mejor que el cuento de la col o la cigüeña? Hagan la prueba.
El problema se complica cuando el abrazo de amor no produce el deseado fruto. ¿Qué hacer en ese caso? La ciencia ha respondido a este problema con la fecundación in vitro que nuestro obispo, con esa sabiduría con la que el Espíritu Santo tiene a bien adornar a todos los dirigentes de su Iglesia, condena sin paliativos. Él la llama “aquelarre químico de laboratorio”. Otra bonita metáfora de la que todos cuantos nos dedicamos a temas literarios debemos tomar buena nota.  La expresión no suena tan bien como en el caso anterior, pero tiene la ventaja de que el niño preguntón, como no entenderá una palabra, dejará de preguntar.  “Mamá, ¿es cierto que al hermanito lo trajo una cigüeña?” “No, el hermanito es fruto de un aquelarre químico”. El niño cierra el pico y ya no vuelve a preguntar en una semana. Pero el problema se agudiza porque nuestro obispo cordobés, siempre inspirado por el Espíritu Santo, no acepta el aquelarre químico. Él lo dice bien claro: “Todo hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres”. Lo cual equivale a decir que todos los hombres y mujeres, que proceden del laboratorio, son hijos de la manipulación y el pecado. Cabe preguntarse: ¿Y los que son fruto de una violación? Nuestro obispo no los menciona.
Y es que, cuando el abrazo de amor no produce el efecto deseado, la Iglesia, sin necesidad de recurrir al laboratorio y la probeta, siempre inspirada por el Espíritu Santo, también tiene sus remedios. Métodos santos y naturales, evidentemente, y siempre dentro de la más estricta ortodoxia. Para evocar estos métodos la Historia nos va a ser de gran utilidad. Recordemos el reinado de Carlos II de España. El rey no logra tener descendencia. Estudios recientes indican que Carlos padecía el síndrome de Klinefelter y las malas lenguas de la corte, que entonces abundaban tanto como ahora, murmuraban en secreto que, por hermosa que fuese la reina (disfrutó de dos esposas: primero María Luisa de Orleans y, fallecida ésta, Mariana de Neoburgo) y por muy despelotada que se manifestase ante el rey, la erección de su majestad era nula; pero las eminencias de la Iglesia aseguraban que todo se debía a un hechizo, tan pertinaz como perverso, que resistía a todo exorcismo. Para poner fin a tal hechizo toda la pléyade de obispos, arzobispos y cardenales, que día y noche rodeaban al monarca, siempre inspirados por el Espíritu Santo, encontraron al fin la piedra filosofal relativa a este caso: hervir los calzoncillos del rey en agua bendita. Sí, misa solemne y cocimiento de calzoncillos en agua previamente bendecida. El remedio más santo y eficaz contra la esterilidad. Todos sabemos que, a pesar de tan santos y eficacísimos medios, el rey murió sin dejar descendencia. Pero esto en modo alguno se debe considerar como un fracaso del método eclesiástico, sino consecuencia de los imponderables que siempre rodean estos casos: exceso de honestidad de la reina, miedo a que se repitiese en su persona el final de Ana Bolena, o acaso se debiera a que el encargado de hervir los calzoncillos de su majestad no tenía el encanto y virilidad que la reina habría deseado. Todas las personas consultadas me han asegurado que con Isabel II el sistema de los calzoncillos y el agua bendita habría sido de una eficacia total. Remedios parecidos, en todo momento avalados con el sello de la catolicidad, ha habido a montones y siempre han producido el fruto deseado. Federico García Lorca, en su obra “Yerma”, nos cuenta la eficacísima intervención del Cristo de Moclín en todos los casos en que la esterilidad venía del lado masculino. Es verdad que el milagroso Cristo en todas las romerías contra la esterilidad contaba con la espontánea colaboración de los mozos del pueblo y la oscuridad de la arboleda próxima, pero esta colaboración sólo demuestra que los caminos del Señor son  inescrutables.
Y he aquí que, después de toda una tradición de siglos, siempre luchando eficazmente contra la esterilidad, de buenas a primeras llegan unos advenedizos y, en nombre de la ciencia y sin más armas que las pinzas y la probeta, comienzan a producir niños a destajo. Niños del aquelarre, pero niños al fin y al cabo. Han tenido además la osadía de esperar a que la Inquisición cierre sus puertas para comenzar a actuar. ¡Ah! Si lo hubiesen hecho un par de siglos antes no hubiese quedado ni uno vivo: todos, absolutamente todos, incluidos los engendros de la probeta, habrían terminado en la hoguera. Ahora, sin las hogueras y los sambenitos de antaño y con el infierno cada día más en olvido y decadencia, a nuestro obispo de Córdoba no le queda más arma que el sermón y la homilía. Pero,  ¿habrá muchas parejas estériles que las tengan en cuenta? ¿Cuántos, me pregunto, a la hora de elegir entre los calzoncillos -o las bragas-, rociados con agua bendita, y el aquelarre de la ciencia optarán por el agua bendita?


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