Y pasaron las Cabalgatas. La hipocresía ha dominado las críticas de muchos. Hay quienes se han rasgado las vestiduras por el ‘golpe Carmena’, preparando ya la hoguera para quemar viva a la alcaldesa que se ha llevado las tradiciones y ha terminado con la religiosidad del momento, sustituyéndola por unos reyes demasiado innovadores.
Esto último es lo que más me cabrea. Porque se le puede criticar y hasta ‘no perdonarle jamás’, pero lo que no se puede hacer es poner de excusa la religión para así justificar nuestras posiciones.
Somos nosotros mismos los que nos hemos cargado de un plumazo a los Reyes Magos, no la señora Carmena. Somos nosotros los que los hemos convertido en una marca del Corte Inglés transformando a nuestros hijos en consumidores a pilas, devoradores incapaces de terminar su carta o de poner el punto y final al ‘yo quiero’. Podemos jugar a ser hipócritas y hacernos los dolidos porque la jueza metida a alcaldesa se ha llevado los villancicos o porque nos ha colado unos símbolos extraños; podemos incluso ser unos cobardes y poner de excusa el supuesto trauma que tendrán nuestros hijos al ver a esos Magos y no a los de siempre; podemos hacer miles de cosas, tantas como queramos pero no por eso la realidad va a ser distinta.
¿A cuántos de nuestros hijos inculcamos la tradición cristiana de estas fiestas?, ¿a cuántos les hemos dado a conocer la esencia auténtica de esta festividad alejándola del voraz consumismo en el que nosotros mismos nos hemos perdido? Porque ya no hay Nochebuena sin borrachera previa (llegará un momento en el que nos cargaremos la tradicional cena en familia), porque la celebración de la Misa del Gallo parece ya una reunión de cuatro amigos, porque la Cabalgata de Reyes no es más que la escenificación de lo que el consejero de turno quiera o la alcaldesa imponga. Ésto nos puede parecer mal y lo podemos criticar pero sin poner como excusa ni la religión ni la ilusión de miles de niños a los que hemos transformado en pequeños materialistas incapaces de reorientar estas fechas en un ejemplo de solidaridad. ¿Y si mañana les dijéramos a nuestros pequeños que dieran la mitad de sus regalos a los necesitados?, ¿qué respuesta nos darían?
Este es nuestro drama, nuestro auténtico drama social, el que todos estamos ayudando a engordar, criando generaciones que olviden la auténtica magia que no era otra que la que nosotros disfrutábamos de pequeños, siendo capaces de ser felices con una triste comba y un par de caramelos. Carmena no se ha llevado la ilusión de nuestros hijos, somos nosotros los que se la estamos robando hace tiempo.