Que vamos camino de una nueva etapa política de transición es incuestionable. Ni los resultados electorales, que no dan mayorías suficientes a nadie, ni las posiciones de intransigencia y radicalización, en las que se postula todo el espectro ideológico de izquierda, apuntan a un gobierno de consenso mayoritario que pudiese mantener cierta coherencia con lo construido desde la primera transición española. Nos enfrentamos a un periodo de transición ¿hacia dónde?
Pese a que las hemerotecas desvelan que millones de personas desfilaron delante del cadáver de un “Caudillo” que murió en su cama hospitalaria y fue enterrado con todos los honores, en la primera transición política española el rumbo era claro: caminar hacia un sistema de libertades y democracia era objetivo común y deseable por la gran mayoría.
Ahora el caso es diferente. No hay una persona a la que dar sepultura que signifique el agotamiento de todo un sistema establecido con anterioridad. Un sistema que permite un floreciente campo de corrupción donde los más sinvergüenzas campan a sus anchas. Ni PP, ni PSOE, ni Podemos, los tres partidos con más representantes, pueden erigirse como adalides de la regeneración; si bien es cierto que el único que ha legislado contra la corrupción ha sido el PP. Legislación a todas luces inconclusa e insuficiente, que además es eclipsada por la abundancia de escándalos.
Tampoco los actores encargados de llevar a cabo la transición son los mismos que hace 40 años, ni en generosidad política, ni en altura de miras, ni en profundidad de conocimientos sobre lo que debería ser un Estado europeo en el siglo XXI.
Generosidad política que escasea, sobre todo cuando prevalecen intereses personales o partidistas antes que el bien común de España. Altura de miras imposible de alcanzar, cuando no hacen más que mirarse al ombligo de la prepotencia cuando ven que sus escaños son necesarios para formar gobierno. Profundidad en conocimientos insondable, cuando se niega una España real, cohesionada, fruto del esfuerzo de millones de españoles durante siglos; es imposible cuestionarse cómo debería ser un Estado español capaz de afrontar con garantías de éxito todos los desafíos que desde hace tiempo viene sufriendo.
Y la cuestión fundamental ¿hacia dónde? Porque si la dirección indicada es la del radicalismo, el absolutismo, el desprecio al que piensa diferente, la falta de respeto o la violencia verbal que rápidamente llegará a la física, nos va a ir muy mal.
Si el futuro gobierno va a ir emparejado de aquellos que ya han asesorado y cobrado por reprimir al disidente en Venezuela; esto, en lugar de una transición, va a ser deshacer la primera transición para volver a una nueva dictadura, la dictadura de las falsas aritméticas parlamentarias con la que pretenden justificar gobernar en contra de la mayoría de los ciudadanos. Basta recordar que el 85% de los españoles no ha votado a Podemos, quien parece el principal interlocutor y activista de un PSOE marioneta, y del Gobierno que se nos avecina.
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Una transición ¿hacia dónde?
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