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El Sáhara Occidental, 40 años después, y ‘la lógica diplomática’

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Este 28 de febrero se cumplirán 40 años de la salida de España del Sáhara Occidental.

Aunque el día 26 Asuntos Exteriores comunicaba que ¨el Gobierno español ha puesto término definitivamente a la presencia de España en el Sáhara Occidental¨ y a pesar de que los acuerdos de Madrid de 14 de noviembre de 1975 habían estipulado que ¨la terminación de la presencia española se llevará a efecto definitivamente antes del 28 de febrero de 1976¨ y por eso la administración tripartita transitoria comprendía del 6 al 27 de febrero, el hecho es que la salida, tras la proclamación por los saharauis de su independencia el 27, se terminó haciendo fuera de plazo, con el tiempo vencido, por mínimo que fuera, que lo fue, culminando y preludiando así, en su simbolismo, el histórico desastre. Fue el 28, a media mañana, cuando el teniente coronel Valdés, ¨representante de España (en la administración tripartita) en funciones de gobernador general¨, arrió la enseña patria por última vez.
Entre las incorrecciones de diversa índole que llenan todos nuestros libros y artículos y las referencias a ellos y que no volveremos a escribir, figura, como yo mismo he reseñado varias veces, que también me hice cargo de los saharauis españoles, en concreto de tres, con sus familias. Pues bien, sencillamente no es verdad. Yo me ocupé de los 335 españoles que allí quedaron, a los que censé, y fui felicitado oficialmente y condecorado también por tan relevante acción, una de las mayores de protección de españoles del siglo XX. Y desde Santa Cruz se preguntaba al embajador en Rabat por ¨el valeroso Ballesteros¨; y el cónsul marroquí en Las Palmas inquiría de manera improcedente a Madrid por mis ocasionales viajes al Sáhara; y la nunca segura información militar; y la medalla de honor de nuestros agradecidos maestros; y la piedra caliza con la figura de un ave, probatoria de que el desierto fue un vergel... Pero también es cierto que ningún saharaui se acercó al primer y único diplomático español que ha habido en el Sáhara en los tiempos posteriores a la salida de España, ocasionalmente desde enero del 78, lo que quizá, dadas las circunstancias, de temor al ocupante y de desconfianza hacia quienes les habían abandonado, habría que comprender y desde luego respetar.
Como se ha dicho tantas veces, desde el plano de la técnica diplomática, en el Sahara del 75, el gobierno español se encontró en fuera de juego ante movimientos hábiles y rápidos, típicos del vecino del sur, más obligado todavía a una táctica imaginativa por tener que jugar al ataque, culminándolo con el jaque mate de la Marcha Verde, endilgado por un más motivado, audaz e informado Hassan II frente a un Caudillo ya en fase terminal, cuyo gobierno fue concatenando una serie de desatinos hasta perder dramáticamente la brújula. El punto nuclear radica en la falta de previsibilidad, en la ausencia de planificación en tiempo hábil, que a su vez se traduce en factor multiplicador de cualquier variable negativa, con mayor efecto todavía en el campo exterior, donde parte de esas variables escapan por definición al control del actor.
El gobierno español, sobrepasado por los acontecimientos desde el mismo inicio de tan desgraciado conflicto, no ha sido capaz de salir del laberinto, viéndose forzado a implementar una reacción sobre la marcha, con las consecuencias que más que de prever eran de temer y que todavía hoy, cuatro décadas después, siguen golpeando su responsabilidad.
Para intentar seguir el hilo de Ariadna que permita salir del laberinto en el que se encuentran entrelazados los tres grandes contenciosos de la política exterior de España, Gibraltar, Ceuta y Melilla, y el Sahara Occidental, donde al tirar del hilo de uno para desenredar la inextricable madeja a fin de destrabarlo, surgen inevitable, automáticamente, los otros dos, quizá proceda aplicar criterios aceptables, aunque sea relativamente, de estrategia y hasta de filosofía diplomáticas. Porque parece claro que casi todas las servidumbres de la política exterior y algunas de las imperfecciones del derecho internacional convergen en este diferendo, que si no es el de más difícil resolución a escala planetaria, en opinión del ex secretario norteamericano, James Baker, quien atribuye esa categoría al de Chipre, del que también se ocupó, sí posee una carga política y vivencial superior al suponer el nacimiento de un estado y la suerte de su población, frustrada ya en generación y media.
Pudiera ser que la vía acertada hacia no la solución pero sí una solución, que faculte para superar la situación y cortar esa especie de nudo gordiano histórico y actual, radique en un punto intermedio entre la lógica de la historia (¨el tiempo hará su obra¨) de Hassan II, que parece pender desde el sur sobre Ceuta y Melilla; la lógica diplomática de los maestros de la diplomacia clásica, como Kaunitz, que recoge Rohden, y que podría aplicarse a Gibraltar, y la lógica pura del primero de todos ellos, Metternich, que, según recuerda Rojas Paz, la puso en práctica para vencer al genio de la guerra: ¨Napoleón sólo es invencible en el campo de batalla; el resto del plan (para derrotarle) es cuestión de lógica¨.
Y ahí, en ese punto intermedio, que hay que ubicar debidamente, y de la mano de la realpolitik que, quiérase o no, resulta clave (¨ la realidad se impone después de tantos años: el conflicto no tiene solución técnica sino política y ello siempre es mejor que la vuelta a las hostilidades¨, sentenció agudamente Kofi Annam) dos son los parámetros preferenciales: la partición y el federalismo y entre los dos, más allá de las cuotas de voluntarismo, de desideratum, que acarrea la tesis del reparto, parece que el lugar de honor a la búsqueda del posible desenlace, habría que buscarlo en el federalismo.
En efecto, se impone reconocer y por tanto recoger, que se va abriendo paso con creciente firmeza la vuelta al ¨ni vencedores ni vencidos¨, que preconizó Hassan II con su sagesse y que si bien prima facie parecería abonar en versión moderna la tesis de la partición, es innegable que con mayor rotundidad viene siendo objeto de otra interpretación que de acuerdo con los tratadistas, con Bernabé López a la cabeza, resultaría ser una exégesis más fiel al pensamiento del monarca y es la de un estatuto para el Sáhara ligado a Marruecos por vínculos pactados del tipo de un federalismo, de una confederación o de un estado libre asociado, solución que además de inscribirse asimismo dentro de la realpolitik, encaja con la debida suavidad, dignidad y respeto en el juego de soberanías. Sin duda se trata de una propuesta superadora en cuanto va más allá de la pura autonomía que ofrecen los marroquíes. Explórese, pues. E instruméntese.
Ahora bien; sentado lo anterior, yo, a quien distintos analistas ven como un indicado embajador en misión especial, sigo adhiriéndome, a título prioritario, a la partición, que entre las salidas al conflicto lanzó Boutros-Ghali, en último lugar pero la incluyó, y articuló Kofi Annam, atribuyéndola entidad subordinada pero propia.
Si no fuera porque nada menos que Francia y Estados Unidos respaldan sin fisuras a la monarquía alauita, la partición se consagraría como la fórmula salomónica por excelencia, en cuanto expresión directa de la realpolitik . El Elíseo jugando sus bazas en la tradición inalterable con su antiguo protectorado, y la Casa Blanca para reafirmar su estrategia post 11-S con la nación árabe más occidental y prooccidental, frente al terrorismo fundamentalista y cara a sus planes en el Oriente Medio. Improbable, pues, se antojaría la partición, lo que lleva asimismo a reconocer el escaso predicamento que en la actualidad tiene la tesis del reparto y que el ex ministro de Exteriores Moratinos ha sintetizado con un ¨antes pudo ser; hoy ya no¨.
En cualquier caso, siempre dentro del prisma de la realpolitik, de lo factible, del pragmatismo, de intentar superar el impasse actual con la defensa de la partición en cuanto solución salomónica, quizá resulte pertinente aducir dos datos adicionales, que si bien desiguales –el primero poco ortodoxo en términos académicos y el segundo, desde el mismo plano, rozando la heterodoxia- pudiera ser que ambos fueran invocables a la búsqueda de destrabar el diferendo, lo que constituye el objetivo nuclear.
Primero, que a la larga, el statu quo, más o menos matizado si se quiere, se antoja extremadamente difícil de mantener, tanto para Marruecos, que tendría que seguir soportando olímpicamente la presión internacional de condena en cuanto país anexionista y conculcador de los derechos humanos, todo ello avanzando el siglo XXI, donde además resulta incuestionable que el tremendo valor de los hechos consumados en derecho internacional tiene sus límites y desde luego, sería inconcebible que una nación pudiera desaparecer, como para los saharauis, que por mucho que proclamen en su forzado conformismo que ¨si no ahora, verán la independencia los hijos de nuestros hijos o los hijos de sus hijos¨, es de suponer que son conscientes de que tamaña posición excede de las categorías contemplables y sitúa el tempo histórico de resolución del conflicto en coordenadas inaceptables.
Por lo demás, y por mucho que lamentablemente, así son las cosas, las guerras han provocado que distintos estados cedan territorios y ahí está el caso de México, que perdió nada menos que el 55% del suyo a manos de Estados Unidos, por citar un ejemplo del principal interviniente, junto con Francia, en el conflicto saharaui.
Y segundo. No debería de achacarse una total falta de legitimidad a la postura alauita. Si bien el TIJ en su avis consultatif del 16 de octubre de 1975, concluye que no han existido vínculos de soberanía territorial entre Marruecos y el conjunto mauritano con el Sáhara, también estatuye que sí ha habido vínculos de vasallaje –allégeance- con algunas de las tribus. Es decir, que dando por sentado que ¨el Tribunal no ha comprobado la existencia de vínculos jurídicos de tal naturaleza que puedan modificar la aplicación de la Resolución 1514 (XV) en cuanto a la descolonización del Sáhara Occidental y en particular la aplicación del principio de autodeterminación¨, asimismo reconoce que Marruecos, antes de que España se asentara oficialmente en el territorio en pleno colonialismo consagrado por la Conferencia de Berlín, ejerció un cierto nivel de control, de poderío traducido en el vasallaje con algunas tribus, en su sumisión. Dicho en otros términos, que el TIJ da fundamentalmente la razón a la posición española en el contencioso, y desde luego eso es lo que cuenta, pero también podría interpretarse que a pesar de la contundencia de la votación, prácticamente unánime, en cierta manera atenúa los maximalismos. Porque el algunas tribus, aparte de factor reduccionista, limitativo del dominio marroquí, igualmente coadyuvaría en su parcialidad a la tesis de la partición, reñida por definición con lo absoluto: serían dos soberanías sobre dos territorios.
En definitiva, que parecería existir margen suficiente para que las dos partes pudieran buscar una aproximación de las respectivas, hasta ahora inamovibles, posturas, sin violentar –y ésta sería la clave de preferencia sobre las demás propuestas de solución, que invariablemente radican en la soberanía exclusiva marroquí- ninguna de las dos soberanías. Al contrario, en buena medida conciliándolas, al poder ejercerlas –como se termina de decir y por su pertinencia se reitera- cada país en una zona.

Y la paz...


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