La montaña es una criatura viva, hermosa, adictiva y terriblemente peligrosa que nos sobrevivirá a todos y que también puede acabar con nosotros si nos acercamos demasiado.
Quien alguna vez ha practicado en mayor o menor medida esta comunión con la naturaleza más poderosa estará encantado de seguir la veraz cinta de Baltasar Kormákur, alejada de épicas peliculeras y hazañas imposibles, con escenarios que dejan con la boca abierta y momentos que hielan la sangre casi tanto como a los personajes hielan las extremidades. Por otro lado, quien busque gozar con un rato de cine potente con guión bien hilvanado y pensado para el exclusivo disfrute del espectador, mejor que se lo piense dos veces y cambie de sala.
En primer lugar, la historia recrea de manera bastante fiel los acontecimientos que ocurrieron en los noventa cuando se popularizó la subida comercial de turistas a la cumbre del Everest, en una ocasión en la que coincidieron allí demasiadas expediciones. La cámara sigue a los protagonistas en el durísimo ascenso y la lucha de sus organismos contra el propio rechazo de semejantes alturas para lograr la foto en la cumbre y la sensación única de mirar al mundo hacia abajo, solo comprensible por aquellos que de alguna forma la han vivido. Pero todo lo que sube..., y el abc del montañismo advierte que la bajada es más dificultosa que la subida, porque te relajas y cuentas con menos fuerzas; y si encima te ataca una tormenta, sobran las palabras.
La producción pone el foco en la polémica de la inadecuada (no todo el que va está capacitado para ello) masificación de la montaña y cuenta para ello con un excelente reparto con nombres como Jason Clarke, Josh Brolin, Jake Gyllenhaal, Keira Knightley, Sam Worthington o Emily Watson, y siendo cierto que resultan un lujo y nada puede reprocharse a sus interpretaciones, el hecho de no haber podido desplazar al colosal escenario al reparto no ha sido técnicamente bien disimulado; llama demasiado la atención que los planos con los actores sean medios y cortos, y que cuando se abre el objetivo la superposición con croma es evidente. No se puede esperar que suban al Everest para rodar, claro está, pero sí un poco más de pericia con el truco. Eso sí, cuando muestran un lugar concreto con nombre y apellidos, se trata de ese lugar en la realidad, y las panorámicas, como he mencionado con anterioridad, compensan la entrada.
Everest diluye sus posibilidades narrativas entre un galimatías de personajes, demasiados y demasiado abrigados para no perderse, y poco desarrollo de trasfondos e interconexiones. Todo ello en beneficio de un aire documental que impregna de verosimilitud mundanal al devenir de los acontecimientos que personalmente agradezco y aplaudo, por mucho que las carencias impidan hablar de cotas mayores. Puede ser que en este caso la cabra tire al monte, nunca mejor dicho, y se me nuble la objetividad. Juzguen ustedes...