Justo al lado de esta columna pueden leer el artículo que ha publicado el arzobispo de Tánger, Santiago Agrelo, en Religión digital. Un artículo valiente, en el que denuncia la situación en que se encuentran los subsaharianos al otro lado de la valla. Les recomiendo que lo lean. A ustedes, pero también a esa clase política acomplejada, incapaz de pronunciarse ante el drama de la inmigración que se produce frente a nuestras miradas.
Agrelo no tiene miedo. Está en un lugar en el que podría tenerlo, pero no lo hace porque está ahí para denunciar las situaciones inhumanas que sufren personas como nosotras que tan solo han nacido al otro lado de un África que vamos destrozando poco a poco. Admiro esa valentía, estas líneas que deben ser conocidas por todos, para que seamos conscientes de la maldad que persiste, del daño que se le hace a los demás.
Aquí vivimos rodeados de una clase política que fue capaz de mirar hacia el otro lado cuando en plena Navidad tuvimos unos episodios de presión en la valla, cuando hubo muertes que vimos y otras que se contaron pero nunca se vieron. Con eso de “no tenemos constancia oficial de las muertes” prefirieron mirar hacia otro lado, dejando los derechos humanos obviados de la manera más cobarde. Esos mismos derechos de los que echan mano para conmemoraciones oficiales sin sentido bañadas de la más pura hipocresia.
Tenemos mujeres, niños, hombres... personas vulnerables a las que se les está arrebatando la comida, a las que se les está persiguiendo y vejando. Y el único valiente es un arzobispo que alza la voz y se juega el cuello para denunciar una opresión sin límites, para conseguir ponernos en la piel de estas personas, para gritarnos con sus escritos que se están cometiendo injusticias al otro lado, que se está golpeando al más debil sin motivo alguno. Una crueldad sin límites.
Leo al arzobispo y aparece en mi mente la portada de esta semana con esa fotografía de Reduan Ben Zakour a uno de los diez inmigrantes que fue rescatado de una toy para niños. Esa sonrisa de premio, ese rostro... él escapó de esas situaciones inhumanas, de unas escenas que podríamos protagonizar nosotros, no lo olvidemos.
Ojalá hubiera más personas como don Santiago Agrelo. Ojalá su escrito nos cambie. Ojalá los que se creen virreyes pisen el suelo y asuman cuál debe ser su papel en una ciudad fronteriza como Ceuta sin poner trabas a los discursos oficiales del ‘no veo, no creo’. Basta ya.